
El pueblo está enojado y la 4T se extraña. Como en el tango “Ladrillo” de Carlos Gardel, el dilema se juega entre la justicia oficial, la de un Gobierno que quiere aplicar las leyes que, se le ocurre, es lo mejor para el pueblo, y los campesinos y transportistas que no saben cómo hacerse escuchar.
La Presidenta de la República dijo, como es costumbre, que se mal interpretó a la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, pues los políticos nunca se equivocan, siempre los “mal interpretan”. Sin embargo, no hay lugar a dudas, la secretaria dijo lo que dijo y fue una amenaza, una curiosa amenaza de aplicar la ley.
La misma Presidenta Sheinbaum dijo con todas sus letras que bloquear carreteras es un delito, pero que ellos, como son buenos y de buena conciencia, entienden que cuando se trata de una protesta se olvidan de la ley, y consideran el delito solo como inconformidad. No son capaces de derogar esa ley, en muchos sentidos absurda, que criminaliza la protesta. Prefieren tener, como todo Gobierno con pulsión autoritaria, ese as bajo la manga, para amenazar, tal como lo hizo la secretaria de Gobernación.
Para el Gobierno más chilangocentrista de la historia de este país resulta muy complicado entender lo que pasa en el campo o los caminos allende Cuautitlán. No es extraño que se vean sorprendidos ante la reacción del pueblo bueno que tiene problemas distintos a los que suceden en la capital. Cualquier legislación sobre el uso del agua tiene que tomar en cuenta la realidad del campo y a los campesinos. No se puede centralizar las decisiones que afectan a los distritos de riego de Sinaloa, Jalisco, Michoacán o Sonora en una Entidad burocrática en Ciudad de México. No se puede hablar de una mejora en la seguridad solo porque los números del Gobierno, siempre manipulables y manipulados, nos quieren mostrar que así son las cosas. La realidad es muy distinta en las carreteras y comunidades del país y esa es justamente la demanda de los transportistas.
Para bien y para mal Claudia Sheinbaum no es López Obrador. Ella no conoce el país como el ex presidente, no tiene la sensibilidad de lo que pasa en la así llamada “provincia” y su ceguera aumenta pues sus colaboradores cojean de la misma pata. Son incapaces de ver más allá de su ombligo, y como el ombligo es tan grande -una gran capital, ruidosa, viva, potente y bulliciosa- no pueden entender al resto del cuerpo y sus extremidades.
El pueblo está enojado. Y no, no le bastan los programas sociales ni la buena onda de sus gobernantes, no es suficiente que vengan, como suelen repetir, de las luchas sociales. Sentados en sus oficinas en Ciudad de México están lejos, muy lejos, de los problemas reales del país.
Cortesía de El Informador
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