El sesgo europeo en los mapas genéticos entorpece la investigación biomédica

En 2023, un estudio encontró en poblaciones africanas 44 mutaciones genéticas que estaban clasificadas como potencialmente patógenas en una importante base de datos genética. Esas mutaciones eran muy frecuentes en esos grupos, pero no parecían generarles el menor problema de salud.

“En realidad, se habían clasificado como potencialmente patógenas porque esa base de datos estaba hecha con información de pacientes europeos: en estos, esas mutaciones son muy raras y por ello se clasifican como sospechosas”, explica Manuel Corpas, experto en genética y diversidad de la Universidad de Westminster. Los datos africanos apagaron las alarmas alrededor de esas variantes y dejaron a pacientes y médicos libres para preocuparse por otros asuntos.

Esta historia es un ejemplo de que conocer la variabilidad genética de todo el mundo acaba beneficiando a todo el mundo. Sin embargo, eso no es la norma, como vienen alertando diversos expertos desde hace años. Al contrario, los grandes mapas genéticos son el reflejo de las desigualdades del planeta. Esas plataformas se han forjado con datos de individuos de ascendencia mayoritariamente europea y tienen grandes lagunas de información sobre el resto del mundo.

No se trata de una cuestión abstracta. Por ejemplo, el tamoxifeno – un fármaco que se usa contra el cáncer de mama – funciona peor en mujeres africanas. Eso podría deberse a que se desarrolló con datos de pacientes de ascendencia europea. Un estudio halló en las africanas una variante genética que influye en el metabolismo del medicamento, de tal forma que la dosis habitual podría ser demasiado baja para ellas.

Agujeros en el transcriptoma

Ahora, un estudio llevado a cabo en Barcelona ha revelado una nueva dimensión del problema. El trabajo ha revelado que los mapas de la expresión de los genes carecen de al menos 41.000 datos. La mayoría de estos datos se encuentran solo si se estudian personas de ascendencia no europea.

Los autores del trabajo, del Centre de Regulació Genòmica (CRG) y del Barelona Supercomputing Center (BSC), analizaron células de 43 personas con ocho ascendencias distintas: Nigeria, Kenia, Congo, China, India, Perú, Israel y Europa.

El equipo se fijó en el transcriptoma de esas células, o sea en el conjunto de moléculas que expresan la información contenida en los genes. Las células transcriben la información del ADN en otra molécula llamada ARN. Estos transcritos actúan en la fabricación de proteínas, que a su vez participan en todos los procesos de funcionamiento del organismo.

La maquinaria genética es casi totalmente idéntica en todos los humanos. Sin embargo, hay diferencias sutiles que reflejan que algunos grupos han vivido aislados de otros durante miles de años. El transcriptoma permite ver algunas de ellas. “Los transcritos del mismo gen pueden ser distintos en diversas poblaciones. O cierto transcrito puede ser más o menos abundante”, explica Marta Melé, coautora del BSC.

Puntos ciegos de la ciencia

Por medio de una técnica innovadora, la secuenciación de lectura larga, el equipo identificó 41.000 transcritos que están ausentes de los mapas oficiales de la expresión de los genes, llamados GENCODE y RefSeq. La mayoría de esos se hallaron en las células de las personas no europeas.

Por ejemplo, en las personas de ascendencia peruana, el gen SUB1, implicado en la reparación del ADN, producía un transcrito distinto al que estaba consignado en los mapas.

Otros casos tienen que ver con genes implicados en el lupus, la artritis reumatoide, el asma y el colesterol. Cuando un investigador acude a un mapa para estudiar una enfermedad, la ausencia de esos transcritos podría engañale. Por ejemplo, perdería información fundamental para entender porque una enfermedad es más común o un fármaco más efectivo en una población respecto a otra.

El problema afecta negativamente a los propios europeos. “Por ejemplo, un trascrito puede ser muy frecuente entre los africanos y menos en los europeos, pero habrá gente en Europa que también lo tendrá: conocerlo es bueno para todo el mundo”, observa Melé.

“Esto impacta a todo el mundo, porque nos impide tener un conocimiento veraz, preciso y libre de sesgos sobre cómo funciona la genética”, explica Corpas, que no está implicado en el trabajo.

Apuesta por la diversidad

“Los resultados no me han sorprendido”, afirma Miguel García-Sancho, historiador de la genética de la Universidad de Edimburgo. Junto con James Lowe, Sancho encontró que la primera secuencia del genoma humano se basó en su mayoría sobre el ADN de un voluntario de la ciudad estadounidense de Buffalo. “A pesar de los esfuerzos sucesivos, queda mucho por hacer para superar un punto de partida tan poco diverso”, afirma.

“Los estudios genómicos se han hecho sobre todo en EEUU y en Europa, donde hay más acceso a tecnología de secuenciación”, explica Pau Clavell, coautor del BSC. Además, incluso en estos países las personas de ascendencia no europea (por ejemplo, los afroamericanos en EEUU) siempre han participado menos en los estudios, por razones socioeconómicas y culturales.

Hay diversos proyectos que intentan revertir esta situación, como el Human Pangenome Project. Pero no es fácil conseguir muestras de las poblaciones más remotas. “Incluso si se pudiera, sería injusto que algunos centros del Norte global se apropiaran y beneficiaran de esos datos”, osbseva García-Sancho.

Corpas considera imprescindible compartir los beneficios de las investigaciones con las poblaciones que donen sus muestras. Además, afirma que ni tan sólo existe un estándar mínimo exigible para que la diversidad se incluya en experimentos y bases de datos. Según Melé, habría que empezar por implicar a las personas de ascendencia no europea que vivan en el entorno más cercano.

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Cortesía de El Periodico



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