El significado de las protestas de Los Ángeles

Hay una pantalla, una obra cinematográfica alrededor de las protestas de Los Ángeles. El Gobierno federal de Estados Unidos busca proyectar la narrativa de unas manifestaciones fuera de control, con banderas de México ondeando entre llamas, y autoridades demócratas solapando una insurgencia. La película busca incluso retratar a la presidenta Sheinbaum como alentadora de la violencia. Este teatro no sólo es falso sino que deliberadamente busca engañar para justificar el ejercicio desproporcionado y unidireccional del poder.

Las protestas angelinas no son otra cosa que la respuesta orgánica de una comunidad que, durante años, ha sido atacada por una retórica denigrante y ahora por una nueva oleada de operaciones para intentar deportar a millones de personas. No son un plan del gobierno de México para aupar una sublevación de su diáspora. Por el contrario, el sentido profundo de las protestas en Los Ángeles es fabricar una crisis que permita hacer uso de la fuerza militar y reducir el poder relativo de California y sus autoridades demócratas. Es un ejercicio autoritario.

En Estados Unidos —como en buena parte del mundo— el avance autocrático está marcado por pasos que parecen relativamente pequeños pero que consolidan poco a poco un claro retroceso democrático. Los ejemplos son palmarios: el ataque a universidades de élite para controlar sus agendas de investigación; la desaparición de personas migrantes, sin ningún tipo de justificación ni juicio de por medio, que pueden aparecer en cárceles para terroristas en terceros países, fuera del alcance de la ley estadounidense, o simplemente no aparecer. El sometimiento al senador Alex Padilla por hacer preguntas en una conferencia de prensa pública. Son giros a una tuerca que cada vez ejerce mayor presión.

La amplia experiencia latinoamericana ofrece lecciones valiosas. La polarización e intolerancia contra el rival fue el preludio de un golpe de Estado en Chile, con bombardeos sobre La Moneda y bajo el auspicio de los Estados Unidos. La disolución del Congreso por parte de Alberto Fujimori en 1992 también estuvo antecedida por una serie de confrontaciones que escalaron hasta que la frágil democracia peruana terminó por implosionar. La polarización de los partidos políticos que implosiona en Estados Unidos es la antesala de los quiebres autoritarios. Como señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su canónico Cómo mueren las democracias, la combinación entre demagogos y una crisis mayor puede resultar mortal para una democracia. Los autócratas electos necesitan crisis.

En los últimos años, la migración ha sido el vehículo más efectivo para el regreso de las derechas extremas. El acuerdo de la posguerra que aislaba a las fuerzas antidemocráticas del sistema partidista ha expirado. A partir de discursos xenófobos, en Hungría e Italia gobierna ya la derecha extrema, mientras que en Francia, Reino Unido y Alemania está al acecho desde una nutrida oposición. Las políticas y el discurso antimigratorio han incluso logrado colarse en gobiernos progresistas, como atestiguan las declaraciones en contra de migrantes de la primera ministra danesa Mette Frederiksen y del primer ministro británico, Keir Starmer. Quizá no exista ejemplo más evidente del retroceso autoritario —y su autopista discursiva xenófoba— que el segundo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca.

Contrario a la creencia generalizada, la población estadounidense rechaza mayoritariamente la política migratoria de Trump. Más de la mitad de su electorado desaprueba la agenda migratoria de Trump (54%) y su objetivo de deportaciones masivas (56%), mientras que tres de cada cuatro votantes consideran que los estudiantes internacionales lejos de ser una amenaza son un factor positivo para el país.

El retroceso autoritario necesita una oportunidad, una justificación que las banderas mexicanas ondeando en protestas violentas podrían obsequiarle. Por el contrario, no caer en provocaciones y mostrar los abusos humanitarios que su agenda xenófoba provoca —como el litigio que permitió el reingreso de Kilmar García Abrego o el abierto racismo de construir un sistema de refugio sólo para personas blancas de Sudáfrica— abre un camino de esperanza para la frágil democracia estadounidense.

Cortesía de El País



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