
¿Por qué el gobierno mexicano opta por el silencio absoluto ante el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, una opositora que busca reestablecer la democracia en Venezuela?
La respuesta no es la defensa de la centenaria Doctrina Estrada, establecida por México entre las dos Guerras Mundiales, sino que ese principio se ha convertido en un comodín retórico que la 4T usa a conveniencia.
Son incapaces de reconocer la lucha de una mujer perseguida por la dictadura de Nicolás Maduro, pero sí han tenido el atrevimiento de intervenir con voz alta y acciones deliberadas en asuntos totalmente internos de otras naciones. Esto lo vimos en la protección de aliados ideológicos en el fallido autogolpe de Estado de Pedro Castillo en Perú, o en la decisión de otorgar asilo político al exvicepresidente Jorge Glas, en Ecuador, a pesar de ser acusado de corrupción.
No, esta administración, ahora en su año siete, es abiertamente simpatizante de los gobiernos autoritarios, totalitarios o abiertamente dictatoriales del continente. El actual gobierno y muchos de sus integrantes son simpatizantes declarados de Nicolás Maduro.
México está muy lejos de la condición político-social de Venezuela; es más, hay que agradecer los excesos de la dupla Chávez-Maduro, porque generan un antecedente tan oneroso que el mundo no se podría permitir una reedición de una caída de esa dimensión. La experiencia venezolana se convierte, por lo tanto, en una advertencia.
Por eso es vital escuchar lo que María Corina Machado tiene que relatar al mundo de lo que solía ser su país, para hacer las comparaciones pertinentes y tomar las precauciones necesarias.
Precisamente en su discurso de aceptación, leído magistralmente por su hija Ana Corina Sosa, denunció que: “el régimen se dedicó a desmantelar nuestra democracia: violó la Constitución, falsificó nuestra historia, corrompió a las Fuerzas Armadas, purgó a los jueces independientes, censuró a la prensa, manipuló las elecciones, persiguió la disidencia y devastó nuestra biodiversidad”.
La radiografía venezolana de Machado es muy parecida a la realidad mexicana, como un país con historia que “nació de la audacia, moldeada por una fusión de pueblos y culturas”.
Una tierra con una ventaja petrolera con un problema en común, la concentración de la renta de ese energético en manos del Estado que generó incentivos perversos y que le dio al poder gubernamental un control inmenso sobre la sociedad, que terminó convertido en privilegios, clientelismo y corrupción.
“El régimen se propuso dividirnos: por nuestras ideas, por raza, por origen, por la forma de vida. Quisieron que los venezolanos desconfiáramos unos de otros, que nos calláramos, que nos viéramos como enemigos. Nos asfixiaron, nos encarcelaron, nos mataron, nos empujaron al exilio”.
Alguna vez los venezolanos pensaron que era una exageración pensar que el régimen que los llevó a su actual crisis humanitaria pudiera llegar tan lejos y ahí están.
Por eso hay que recordar siempre en México estas palabras de Machado: “…la democracia más fuerte se debilita cuando sus ciudadanos olvidan que la libertad no es algo que debamos esperar, sino algo a lo que debemos dar vida. Es una decisión personal, consciente, cuya práctica cotidiana moldea una ética ciudadana que debe renovarse cada día”.
Es vital escuchar lo que María Corina Machado tiene que relatar al mundo de lo que solía ser su país, para hacer las comparaciones pertinentes y tomar las precauciones necesarias.
Cortesía de El Economista
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