Nunca se había hecho; muchas cosas podían salir mal. Desde los concienzudos preparativos meses antes del despegue hasta el alunizaje final, el viaje de la misión Apolo 11 fue como una película de suspense con final feliz.
17 de mayo de 1969
Mientras en Cabo Cañaveral (Florida) se preparan para lanzar el Apolo 10, cuyo objetivo era probar todos los sistemas y realizar las maniobras de alunizaje –salvo el propio alunizaje–, Neil Armstrong y Buzz Aldrin pasan la mayor parte de su tiempo en el simulador del módulo lunar. Todo es exactamente igual a lo que encontrarán en la misión real. Los dos astronautas vigilan cada indicador, cada panel, tal y como deberán hacer cuando desciendan a su destino.
El cuidado a cada detalle en la simulación
“P 64”, dice Aldrin tras leer la pequeña pantalla del ordenador de la nave. Entonces, por las dos ventanitas triangulares aparece un paisaje lunar: los ingenieros de la NASA han cuidado hasta los más mínimos detalles para que todo sea idéntico a lo que vivirán los dos primeros seres humanos que pisen nuestro satélite.
El viaje del módulo lunar (ML) será una caída de quince kilómetros gobernada por las leyes de Newton. Bautizado como descenso propulsado (DP), comenzará con el ML volando horizontalmente sobre la Luna a 6.000 kilómetros por hora para terminar posándose sobre el suelo.
Todo el DP depende de dos hitos de la ingeniería. El primero es una novedad asombrosa: un cohete con acelerador. Gracias a él, los astronautas tendrían acceso a una amplia horquilla de velocidades; incluso podían flotar como un helicóptero. El segundo es el ordenador de a bordo, el primero hecho con circuitos integrados. Fue todo un logro, habida cuenta del tamaño ciclópeo de las computadoras de entonces: lograron reducirlo a una caja de 55 cm de largo, 33 de ancho y 15 de alto.
En prácticas
Con un peso de apenas 32 kilos, funcionaba con una potencia de 55 voltios. Se había programado todo el descenso, que podría hacerse automáticamente: la máquina calculaba la cantidad precisa de impulso en cualquier momento y controlaba la distancia del ML al lugar de aterrizaje. Obviamente, compartiría el control de la nave con el piloto humano, aunque si este lo solicitaba, podría prescindir de la ayuda informática en momentos concretos. Pero lo que no podría hacer nunca Armstrong era gobernar el ML sin el respaldo del ordenador.
En el simulador, los astronautas empezaban a catorce kilómetros sobre el suelo lunar y con las ventanillas orientadas hacia el satélite, para que pudieran observar las características de la superficie y juzgaran si iban en la dirección correcta. A los cuatro minutos y medio, la nave giraba hasta quedar con las ventanas hacia arriba, de modo que el radar de aterrizaje pudiera hacer su trabajo. A los seis minutos, el ordenador disminuía el impulso del motor al 55 % y empezaba una larga frenada.
Durante ese tiempo, y si todo iba bien, Armstrong y Aldrin solo tenían que mirar los indicadores. Pasados ocho minutos y medio, daba inicio la parte más crítica, la culminación del aterrizaje. A unos 2.200 metros sobre el suelo, el ordenador inclinaba el ML hacia adelante, hasta quedar vertical –se le llamó la maniobra pitchover–, de modo que el cohete podía frenar la nave e impedir que cayera muy deprisa. Era lo más similar a un coche bajando por una cuesta prolongada con el pie del conductor –en este caso, la computadora de a bordo– sobre el freno.
Como Luke Skywalker
Con cuatro minutos por delante, las cosas pasaban muy deprisa: como no había tiempo para ir mirando a cada momento el plan de vuelo, los astronautas debían tenerlo todo perfectamente memorizado. Este era el momento de pilotar manualmente el ML. Armstrong debía mirar por la ventanilla buscando las características geológicas que había memorizado de las fotos tomadas en misiones anteriores.
Además, tenía una cuadrícula en la ventanilla delantera de la nave llamada Landing Point Designator –algo parecido al punto de mira que llevaba Luke Skywalker cuando destruyó la Estrella de la Muerte–, para ayudarle a localizar por primera vez el lugar donde posarse. Si lo que veía no le convencía, podía mover hacia otro emplazamiento más seguro el punto en cuestión con el controlador de altitud, como si fuera un joystick. Mientras, Aldrin pedía continuamente al ordenador dos datos, altura y velocidad, los comparaba con los obtenidos por el radar y se los proporcionaba a Armstrong.
Tomando parcialmente el control de la nave
Aunque el ordenador podría hacer alunizar el ML sin que los astronautas tocaran mando alguno, había algo que se lo impediría: era ciego, no podría ver cómo era el suelo bajo sus pies. En los metros finales, Armstrong debería tomar parcialmente el control de la nave. Y si algo iba irremediablemente mal, apretaría el botón ABORT STAGE.
En un instante, todo cambiaría: un juego pirotécnico desengancharía el modulo de descenso y empezarían a subir a la –relativa– seguridad de la órbita lunar. Pero abortar a baja altitud tendría sus riesgos. Si el motor de ascenso no se activaba, no habría tiempo para pensar en ninguna solución: el ML se estrellaría irremisiblemente contra la Luna.
Incluso en el caso de que se encendiera dicho motor, la fase de ascenso podría no desengancharse bien… Por otro lado, encontrar a Michael Collins –el tercero del equipo, que los esperaría para volver a la Tierra– tampoco era tarea sencilla, pues la planificación milimétrica del encuentro con el módulo de comando (MC) en órbita se habría ido a la porra, y alinear el sistema de guiado del ML con las estrellas le llevaría a Aldrin varias horas.
Había muchas posibilidades de que el sistema guiado se equivocara. Vistas las consecuencias y peligros, lo último en que pensaba Armstrong era tener que recular. El papel del comandante del Apolo 11 en los últimos metros sería encontrar un sitio seguro para alunizar, y eso le obligaba a controlar, cuando fuera necesario, el descenso. Finalmente, en el momento en que las tres patas estuvieran perfectamente asentadas, se encendería una luz azul con las palabras LUNAR CONTACT. Y eso sería todo.
Finales de mayo 1969
Durante las primeras semanas, los instructores fueron blandos con Armstrong y Aldrin, pero cuando estuvieron seguros de que los dos se habían hecho con el ML, empezaron a ponerles las cosas difíciles. Muy difíciles. Como dirían los fans de la franquicia de ciencia ficción de Star Trek, casi cada día tenían su Kobayashi Maru, un escenario imposible de superar.
A finales de mayo empieza el entrenamiento con el control central de misión en Houston, que pone a prueba tanto a los astronautas como a los controladores. La parte más complicada es cómo enfrentarse a los percances que pudieran surgir durante el descenso propulsado. Teniendo en cuenta que la señal tardaba 1,3 segundos en llegar desde la Luna, y otro tanto en la respuesta, esos 2,6 segundos de desfase podían significar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Junio de 1969
A finales de junio, el simulador del ML se había estrellado tantas veces que el director de vuelo durante el descenso, Eugene F. Kranz –un piloto de caza que luchó en la guerra de Corea–, se preguntaba si alguna vez lo iban a hacer bien. En una ocasión, después del enésimo desastre, el teléfono negro que había detrás de Kranz sonó y uno de los responsables de Houston le dijo: “¿Qué pasa con vosotros, tíos?”.
Un día a finales de junio, todo empieza a ir mal en el simulacro: el indicador de altitud no funciona, el propulsor se había atascado… Por la ventanilla, el paisaje lunar empieza a dar bandazos, pero Armstrong no quiere abortar. Al final, Aldrin, convencido de que se estamparían, le grita que aborte al tiempo que control daba la orden. Ya era demasiado tarde.
Por la noche, en la sala de descanso y con unas cuantas copas de whisky en el cuerpo, Aldrin empieza a despotricar delante de todos. Dice que su compañero había dudado, que era un indeciso… y, de pronto, la puerta de la sala se abre: es el propio Armstrong en pijama, que lo había oído todo. Y dice: “Eh, chicos, estáis haciendo mucho ruido”. Cierta tirantez apareció entre ellos al día siguiente.
Armstrong creía que había sido una buena prueba y estaba ansioso por encontrar la forma de salir de ese embrollo. Sabía que los estaban llevando al límite en el entorno más seguro del mundo: nadie se mata estrellando –virtualmente– un simulador.
El tercer hombre
Por su parte, Collins también tenía lo suyo. Si sus dos colegas estaban inmersos en las sutilezas del descenso a la Luna, él era responsable del resto: la entrada y la salida de órbita, la navegación, la reentrada en la atmósfera… El tercer hombre del Apolo 11 no podía decirse que fuera un techie, un apasionado de las máquinas. “Todo lo que hago es apretar botones”, se quejó un día en su simulador.
Collins tenía que aprender al dedillo los dieciocho escenarios de acoplamientos de emergencias y a hacer reparaciones a toda velocidad en esas situaciones. “Yo, que no sé ni arreglar la puerta de tela metálica de mi casa”, confesó.
16 de junio
En la base de las fuerzas aéreas de Ellington (Texas), una extraña máquina que parece sacada de una chatarrería de trastos espaciales se mueve y gira suspendida en medio del aire, hasta que al final se posa lentamente sobre el cemento. El responsable de esos movimientos es Armstrong, que, junto a Aldrin, está pilotando el Lunar Landing Training Vehicle (LLTV).
Es uno de los momentos más críticos del entrenamiento. Un par de motores de peróxido de hidrógeno simulaban el motor de descenso del ML. Con este aparato aprenden a ahorrar combustible y a anticipar cada maniobra, pues el tiempo de reacción del vehículo era exasperantemente lento, para nada parecido a los aviones a los que estaban acostumbrados. De hecho, un año antes, Armstrong había estrellado uno de estos LLTV.
5 de julio
El día anterior, el festivo 4 de julio, los astronautas estuvieron con sus familias. Hoy, los tres entran en una cuarentena previa a la misión. Las siguientes nueve jornadas las iban a pasar como monjes de clausura en un convento de alta tecnología. Nixon tenía previsto cenar con ellos la noche antes del lanzamiento, pero lo anuló después de que el cantante Chuck Berry dijera que podía infectar a los astronautas.
10 de julio
Durante la cena, el administrador de la NASA, Tom Payne, hace una peculiar promesa a los astronautas: no debían correr riesgos innecesarios; ante el menor atisbo de problemas, tenían que abortar. Si no lo conseguían en esta misión, volverían a intentarlo ellos otra vez: no lo haría ninguna otra tripulación.
16 de julio
6:45 (hora de Florida)_
Los astronautas toman asiento en el Apolo 11 después de desayunar un bistec, huevos revueltos, tostadas, café y zumo de naranja.
9:32 horas_
Ante un millón de personas –desperdigadas por las carreteras y playas de los alrededores– y la mitad de los miembros de Congreso de Estados Unidos, el cohete Saturno V abandona la rampa de lanzamiento 39A en un día particularmente radiante. El equipo de tierra había tenido que arreglar dos pequeños problemas: una luz de señal defectuosa y una válvula que presentaba una fuga.
9:44 horas_
La nave entra en una órbita elíptica alrededor de la Tierra.
12:22 horas_
Tras desprenderse de las dos anteriores, la tercera etapa o segmento del Saturno entra en ignición durante cinco minutos y 48 segundos: ha empezado el auténtico viaje a la Luna. Unos treinta minutos más tarde, con Collins a los controles, se inicia la maniobra para separar el Columbia –el nombre que dieron al MC– de la etapa gastada, darle la vuelta y acoplarla con el ML –llamado Eagle, ‘águila’–, todavía pegado a la plataforma.
Después de la extracción del Eagle, la nave espacial combinada se dirige directamente al satélite natural de la Tierra.
El resto del día transcurre sin problemas, y la tripulación no tiene que encender los motores para hacer la corrección de rumbo planeada.
20:52 horas_
Armstrong, Aldrin y Collins se van a la cama dos horas antes de lo previsto, mientras la nave continúa el viaje hacia su destino.
17 de julio
12:17 horas_
Los astronautas encienden los motores del Columbia durante tres segundos para una breve corrección de rumbo. Este encendido también sirve para probar el funcionamiento de dichos motores, pues serán los responsables tanto de la entrada como de la salida de la órbita lunar.
19:31 horas_
Se realiza la primera transmisión de televisión en color a todo el mundo desde el Apolo 11, donde enseñan cómo se ve nuestro planeta desde unos 240.000 kilómetros de la Tierra, a medio camino hacia la Luna. El programa duró 36 minutos.
18 de julio
Armstrong y Aldrin se ponen sus trajes espaciales y suben por el túnel de acoplamiento del Columbia al Eagle para revisar este último y hacer la segunda transmisión de televisión. Estaba previsto un segundo encendido de los motores para corregir el rumbo, pero tampoco fue necesario. Los responsables de Houston hacen un regalo: los tripulantes del Apolo 11 pueden dormir una hora más. A las once de la noche, la nave pasa a estar bajo la influencia gravitatoria de la Luna. Vuela a 3.280 km/h.
19 de julio
6:58 horas_
Los astronautas llaman al control de la misión para preguntar sobre una corrección de curso programada. Les responden que la maniobra ha sido cancelada y que podían volver a dormir. Los despiertan a las 8:32 horas.
Después de recibir las noticias de lo que pasa en el mundo –que se centra en gran medida en el aterrizaje lunar– y realizar las tareas domésticas, Armstrong comenta a control de misión: “La vista que hemos tenido de la Luna es realmente espectacular. Llena aproximadamente las tres cuartas partes de la ventana de la escotilla… Es una vista que vale el precio del viaje”.
13:21 horas_
Después de dar la primera vuelta a nuestro satélite, comienza la maniobra de inserción en su órbita. El motor principal del módulo de comando se enciende durante 357,5 segundos y coloca a la nave espacial en la órbita elíptica inicial.
14:45 horas_
Armstrong y Aldrin ven unas luces extrañas en el cráter Aristarco: es la primera vez que se observan desde el espacio, a simple vista, los llamados fenómenos transitorios lunares (FTL), resplandores y oscurecimientos locales de la superficie de nuestro satélite.
Con el inicio de las misiones Apolo, la NASA lanzó una campaña de observaciones de FTL en 1969: curiosamente, la Agrupación Astronómica de Sabadell (asociación de astrónomos amateurs de toda España) ya había observado en mayo de ese año uno en el mismo cráter. Más tarde, el equipo del Apolo 11 realiza otra transmisión televisiva programada, enciende los motores de nuevo para volver más circular su órbita y comprueba el Eagle de nuevo.
Mañana toca alunizar.
20 de julio
8:52 horas_
Comienzan las operaciones necesarias para el alunizaje: Aldrin se arrastra por un túnel que separa el Columbia del Eagle, para poner a este en funcionamiento.
13:44 horas_
El Eagle –con Armstrong y Aldrin dentro– se separa finalmente del Columbia, mientras Collins enciende los motores de este último y la aparta. Armstrong y Aldrin activan, por su parte, los motores del Eagle. “Todo va como la seda. ¡Hermoso!”, dice Collins por radio a Houston. Sin embargo, no todo fue coser y cantar: el ordenador del Eagle sufrió varias sobrecargas que dispararon las alarmas del programa.
15:03 horas_
El módulo lunar se encuentra en la cara oculta de la Luna, en su decimotercera órbita. El motor de descenso se enciende durante treinta segundos para proporcionar un empuje en el sentido contrario y comenzar la inserción de la órbita, en una trayectoria virtualmente idéntica a la realizada en mayo por el Apolo 10.
Armstrong y Aldrin están anclados por arneses al suelo del Eagle y lucen una barba de cuatro días. Sus bocas están resecas por el oxígeno puro que llena el traje espacial. Armstrong se asegura de que la cámara está encendida para transmitir el descenso.
A catorce kilómetros de la superficie, el comandante del Apolo 11 gira el Eagle para que el radar de aterrizaje haga su trabajo. Mientras, Aldrin coteja los datos proporcionados por dicho instrumento con sus cálculos. Después de ocho minutos, el ML está a unos ocho kilómetros de la superficie y a otros ocho del de aterrizaje: van adelantados un minuto y medio respecto a lo programado.
A dos kilómetros de la superficie, los propulsores de maniobra del ML se disparan para llevar la nave hacia adelante. Armstrong mira por la ventana y ve que el sistema de aterrizaje automático está dirigiendo al Eagle a un campo lleno de rocas. Se hace con el control.
Quedan noventa segundos de combustible, y veinte de ellos deben guardarse por si hay que abortar. Entonces, Armstrong encuentra un lugar de alunizaje idóneo: solo treinta metros los separan de la Luna.
16:18 horas_
“Houston. Aquí Base de la Tranquilidad. El Eagle ha aterrizado”. El comandante del Apolo 11 confirma con estas famosas palabras el éxito de la misión.
18:11 horas_
Parece absurdo que dos hombres acaben de llegar a la Luna y se echen a dormir, pero así estaba planeado: necesitarían estar frescos por si algo salía mal y tenían que regresar a toda prisa. Pero ninguno de los dos veía motivos para retrasarlo. Así que pidieron a Houston adelantar cinco horas la salida. “Chicos, vais a estar en prime time”, contestaron.
18:57 horas_
Aldrin abre su micrófono y dice: “Aquí el piloto del ML al habla. Quisiera pedir a quienes estén escuchando, sea quienes sean y donde se encuentren, que se paren durante un momento y contemplen los eventos que nos han traído hasta aquí, y den las gracias de la forma que estén acostumbrados”.
Armstrong le mira con una cara como diciendo: “¿Qué está haciendo ahora?”. Aldrin continúa y lee el versículo 15:5 del Evangelio según san Juan: “Yo soy la vida; vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. Aldrin era miembro de la iglesia presbiteriana.
22:39 horas_
Armstrong abre la escotilla del Eagle y sale fuera bajo la atenta mirada de Aldrin. Baja la escalerilla con cuidado y enciende la cámara de televisión.
22:56 horas_
“Este es un pequeño paso para [un] hombre, un gran salto para la humanidad”, dijo por radio. Veinte minutos más tarde, Aldrin empieza a bajar por la escalerilla, contempla a su alrededor y Armstrong le dice: “Una vista magnífica ahí fuera”. A lo que Aldrin contesta: “Magnífica desolación”. La gran hazaña se ha realizado.
Datos curiosos de la misión del Apolo 11
“No hay esperanza de rescate”
Había que estar preparados por si todo acababa mal. Así que el autor de los discursos de Richard Nixon, William Safire, preparó el 18 de julio un memorando de dos páginas titulado “En caso de desastre en la Luna”.
Comenzaba así: “El destino ha querido que los hombres que fueron a la Luna para explorarla en paz se queden en ella para descansar en paz. Estos dos hombres valientes, Neil Armstrong y Edwin Aldrin, saben que no hay esperanza de rescate. Pero también saben que hay esperanza para la humanidad con su sacrificio”.
El artículo perdido
¿De dónde salió la célebre frase “esto es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”? Neil Armstrong siempre afirmó que se le ocurrió cuando ya estaba allí, a punto de hacer historia. Sin embargo, en una serie de entrevistas hechas a su familia en 2012 para la BBC, su hermano Dean aseguró que la tenía preparada desde hacía meses.
“Antes de ir a Cabo Cañaveral, me invitó a pasar un poco de tiempo con él. Un día me dijo: ‘¿Por qué no echamos una partida al Risk cuando los chicos se hayan ido a la cama?’”. Cuando comenzaron a jugar, Neil le pasó un trozo de papel: “Léelo”, le dijo. Allí estaba aquel “That’s one small step for man, one giant leap for mankind”. Dean dijo: “Es fabuloso”, pero entonces Neil se dio cuenta de algo: “No, la frase es ‘That’s one small step for a man’”. Faltaba el artículo indefinido ‘a’ (un), que finalmente no se oyó en directo. El comandante del Apolo 11 aseguró que sí lo había dicho, pero que fue silenciado por un fallo de las comunicaciones.
Cortesía de Muy Interesante
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