El tornado diplomático que viví durante las 24 horas del viaje de Trump a Medio Oriente

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    • Autor, Tom Bateman
    • Título del autor, Corresponsal ante el Departamento de Estado viajando en el avión presidencial

El viaje de un día del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Medio Oriente coincidió con la firma del acuerdo sobre Gaza: un pacto que entró en vigor y que representa uno de los momentos más críticos hasta la fecha, tras dos años de una guerra catastrófica.

Usando mensajes simples y contundentes, como suele hacerlo, la descripción de Trump fue vívida: el mayor punto de inflexión en tres milenios.

En el vuelo de regreso, en la madrugada del martes, concluyó que había sido un “día histórico, por decirlo suavemente”. Anteriormente había insinuado que se había alcanzado una “paz eterna” bajo su tutela, en una región convulsionada durante mucho tiempo por la violencia.

Como parte del equipo de prensa que cubre la Casa Blanca, viajábamos en el Air Force One, y así fue como me encontré en el centro de este tornado diplomático estadounidense.

Mientras nos dirigíamos a Tel Aviv, el avión presidencial hizo un giro para sobrevolar la playa. Inclinó un ala para que pudiéramos ver un cartel gigante sobre la arena que decía “gracias” a Trump, y presentaba la bandera israelí así como el contorno de la cabeza del presidente estadounidense de perfil.

Un aviso gigante de agradecimiento, con el perfil del Trump y la bandera de Israel, desde una playa en Tel Aviv.

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La maniobra creó el ambiente para un viaje que fue una gira de celebración, más que un ejercicio para definir los detalles cruciales e iniciar la “segunda fase” de las negociaciones y asegurar un futuro a largo plazo para Gaza.

El acuerdo alcanzado en Doha la semana pasada se vio sometido a una intensa presión por parte de Trump.

Marcó uno de los momentos más profundos para millones de personas en los últimos dos años: cesaron las principales operaciones de combate en Gaza, los rehenes vivos secuestrados por Hamás fueron liberados a cambio de prisioneros palestinos retenidos por Israel, y los palestinos en Gaza regresaron a las ruinas de sus hogares en el norte, en medio de una retirada parcial de las tropas israelíes.

Pero descubrí que el viaje de Trump era, de hecho, una parada en la ruta y no un destino: una frágil tregua en un conflicto centenario que no muestra señales reales de solución.

La pregunta más inmediata que se cernía sobre el viaje era si el acuerdo de Trump podría mantenerse y si se podrían desarrollar negociaciones más intensas, posiblemente más difíciles, a partir de ese pacto.

Durante el vuelo, Trump regresó para hablar con nosotros. De pie en la puerta, mientras nos reuníamos, claramente quería fomentar la sensación de logro, refiriéndose con frecuencia a su propio papel en la negociación del acuerdo.

“Todos los países están bailando en las calles”, dijo repetidamente.

Lo presioné sobre si el alto el fuego se mantendría intacto. Él estaba seguro de que sí, dijo que había “muchas razones para que se mantenga”.

Pero pasó por alto las grandes preguntas sobre el futuro, en particular cómo asegurar y gobernar Gaza.

Le pregunté sobre la fuerza multinacional propuesta, o Fuerza Internacional de Estabilización (FSI), descrita en su plan de 20 puntos, pero cuya existencia aún no ha sido acordada por las partes.

“Va a ser una fuerza enorme y poderosa”, dijo Trump. Añadió que “apenas” tendría que usarse porque “la gente se va a comportar, cada uno sabe cuál es su lugar”.

En la pista de Tel Aviv, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, recibió a Trump con una alfombra roja y una banda militar. Luego, partimos a toda velocidad en la comitiva hacia Jerusalén, por la Ruta 1, una autopista que había sido completamente despejada para el convoy presidencial.

Ese mismo día, miles de personas acudieron a mirar una pantalla gigante en una plaza pública de Tel Aviv que se volvió conocida como la Plaza de los Rehenes.

Derramaron lágrimas de alegría y alivio cuando Hamás liberó a los secuestrados en Gaza. La llegada de Trump fue la otra mitad de este momento en pantalla dividida: se proyectaron imágenes del presidente estadounidense pisando territorio israelí.

Pantalla en plaza de Tel Aviv muestra a Trump y la liberación de los rehenes.

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El ambiente en el Parlamento israelí

En la Knéset, el Parlamento israelí, el ambiente era mucho más estridente que en las calles. En las gorras rojas de béisbol repartidas por el personal, y usadas por algunos asistentes, se leía: “El presidente de la paz”.

Los espectadores gritaban desde la galería detrás de mí: “¡Gracias, Trump!”. Los legisladores golpeaban sus escritorios. Trump elogió el “histórico amanecer de un nuevo Medio Oriente”.

También quería dejar clara la realidad de que la guerra había terminado, y parecía esperar que siguiera así: Israel, dijo, con la ayuda de Estados Unidos, había ganado todo lo que podía “por la fuerza de las armas”.

Su discurso derivó en extensos ataques contra sus oponentes políticos en Estados Unidos. Elogió a un importante donante a su campaña electoral, sentado en la galería.

Incluso apeló al presidente de Israel, Isaac Herzog, sentado a su lado, para que indultara a Netanyahu, quien está siendo juzgado por corrupción, cargos que el primer ministro israelí niega.

“¿A quién demonios le importan los puros y el champán?”, exclamó Trump, refiriéndose a la acusación de que Netanyahu aceptó regalos costosos.

Los oficiales de la Casa Blanca que acompañaban al grupo de prensa —los “wranglers”— nos llevaron de vuelta a las furgonetas y la comitiva emprendió el regreso al aeropuerto Ben Gurión tras menos de siete horas en Israel.

Netanyahu y Trump

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Parada en Egipto

Tomamos el corto vuelo a Sharm el Sheij, en Egipto, sede de las conversaciones entre Israel y Hamás que condujeron al avance de la semana pasada.

Durante el descenso, nos escoltaron aviones F-16 egipcios: el espectáculo definitivo para un presidente amante de las demostraciones de poderío militar. Trump había querido celebrar cada minuto del día.

Pero los peligros en esta región son muchos y el riesgo parecía evidente: estaba declarando el acuerdo definitivo antes de concretarlo.

Eso se reflejaba en el enorme cartel, escrito en mayúsculas, sobre el podio presidencial en Sharm el-Sheij: “PAZ EN MEDIO ORIENTE”. Allí presencié la extraordinaria escena de los líderes mundiales entrando en una sala para apoyar a Trump mientras pronunciaba su discurso en favor de la paz.

Se alinearon frente a sus banderas nacionales y escucharon mientras él enumeraba sus países uno por uno. Trump fue presentado en el escenario por el anfitrión, el presidente egipcio Abdel Fattah al Sisi, quien afirmó que el objetivo seguía siendo una solución de dos Estados entre israelíes y palestinos.

Trump en Egipto

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Trump ha cambiado notablemente su postura desde principios de este año.

Se irritó cada vez más con el liderazgo israelí y se acercó a sus amigos del Golfo. Esto se produjo en medio de una maniobra diplomática de los europeos para aislar a Israel por su creciente campaña en Gaza y convencer a los líderes saudíes de su visión.

Entonces, Trump cambió, atraído por sus aliados del Golfo, a cuya riqueza y “poder” se refirió con frecuencia durante el viaje.

Trump presidió la ceremonia de firma en Sharm el Sheij. Afirmó que se habían tardado “3.000 años” en llegar hasta aquí. Pero aún quedan muchos años por delante, y se necesitará más de un hombre para lograrlo.

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Cortesía de BBC Noticias



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