Fuente de la imagen, Maiwand Banayee
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- Autor, Sadaf Ghayasi
- Título del autor, BBC Afghan Languages
Maiwand Banayee vive ahora una vida relativamente normal.
Cuando este hombre de 45 años no está trabajando en el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido apoyando a personas con diabetes o estudiando su posgrado, es probable que lo encuentres levantando pesas en su gimnasio local en la ciudad inglesa de Coventry.
Pero su cómoda vida de ahora dista mucho de la de la década de los 90, cuando, según él, su “único deseo era morir como un mártir” luchando por los talibanes, incluso si eso implicaba participar en una misión suicida.
Banayee cuenta que logró alejarse del yihadismo extremo de los talibanes y ahora ha escrito un libro, “Delusions of Paradise: Escaping the Life of a Taliban Fighter” (Delirios del paraíso: Escapar de la vida de un combatiente talibán), que espera que ayude a evitar que otros se radicalicen.
En él, explica cómo se dejó seducir por la promesa de gloria y cómo llegó a creer que una ruta directa al paraíso era sacrificar su vida luchando por “una sociedad islámica pura”.
Ahora le preocupa que, desde el regreso de los talibanes al poder en 2021, el “rápido aumento de las escuelas religiosas en Afganistán” esté exponiendo a una nueva generación de niños al extremismo.
Fuente de la imagen, Maiwand Banayee
Nacido en Afganistán en 1980, Maiwand Banayee era el hijo menor de una familia pastún.
“Para decepción de mi padre, yo era un niño blando y sensible. La pandilla del barrio me acosaba, y mi padre y mi hermano mayor me despreciaban por no defenderme”, recuerda.
Pero en 1994, a los 14 años, Banayee se vio radicalizado por yihadistas en el campo de refugiados de Shamshato, en Pakistán. Había huido de Kabul con algunos de sus hermanos debido a la guerra civil afgana. Sus padres se unieron a ellos más tarde.
La vida en el campamento era dura, recuerda, con pocas comodidades y una intensa propaganda religiosa. Cuenta que el día comenzaba con recitados del Corán al amanecer, seguidos de lecciones en una madrasa (escuela religiosa) y sermones en la mezquita.
En su memoria persiste la imagen de los mulás (clérigos musulmanes) en la madraza predicando extensamente sobre un tema específico: el martirio.
“Nos decían que el mundo se había vuelto infiel e impío, y que solo el martirio llevaría a una persona al cielo”, dice. “Las condiciones eran propicias para el extremismo”.
Recuerda que los mulás pakistaníes -quienes, en su opinión, eran más políticos y extremistas que los que conoció en Afganistán- le dijeron que los musulmanes debían prevalecer para que las dificultades no los abrumaran.
“Te preparaban para matar y sacrificarte”, dice, y añade que al poco tiempo, esta romantización de la muerte empezó a apoderarse de él.
En su libre escribió cómo los mulás ofrecían descripciones eróticas del más allá, prometiendo hermosas vírgenes “un millón de veces más hermosas que las mujeres de la Tierra”, con “pechos grandes, piel blanca y labios seductores… y que después de cada encuentro sexual volverían a ser vírgenes”.
Estas promesas tuvieron un profundo impacto psicológico en los adolescentes, afirma.
“Teníamos hambre, pobreza, represión sexual e impotencia. Estas promesas eran como una esperanza para nosotros”, dice Banayee.
“Había interiorizado estas creencias. Me había convencido de que el más allá era mejor y de que lo deseaba”.
Fuente de la imagen, Maiwand Banayee
Banayee afirma que se sentía cada vez más vulnerable e indefenso en Shamshato. El campamento se había establecido originalmente en 1983 para albergar a refugiados afganos que huían de la invasión soviética.
Estaba dominado por el grupo islamista Hezb-e-Islami, liderado por Gulbuddin Hekmatyar.
A lo largo de los años, Hekmatyar y otros líderes muyahidines afganos recibieron fondos estadounidenses mientras utilizaban las madrasas para reclutar personas que hicieran frente a las fuerzas soviéticas.
Pero pese a la retirada soviética en 1989 y la caída en guerra civil en Afganistán, la influencia de Hekmatyar en Shamshato persistió.
Tras un par de años allí, en 1996, Banayee abandonó el campamento y regresó a Kabul, donde los talibanes habían tomado el control de la mayor parte de Afganistán, incluida la capital.
“El mundo bajo mis pies”
El grupo aplicaba una versión austera de la sharia, en consonancia con lo que le habían enseñado en Pakistán. En su primer régimen, los talibanes prohibieron la televisión, la música y el cine; no dejaron a las niñas asistir a la escuela; obligaron a las mujeres a usar el burka que las cubría por completo y a los hombres a dejarse crecer la barba.
También introdujeron las ejecuciones públicas para los asesinos convictos y castigaron a los ladrones con la amputación de una mano.
Banayee afirma que se unió a los talibanes y, aunque no combatió, promovió su propaganda y aplicó las leyes talibanes, portando un arma en todo momento.
“Toda mi vida, luché contra las dudas sobre mi masculinidad y el deseo secreto de ser visto como valiente”, afirma. “Ahora que llevaba un arma al hombro, sentía que el mundo estaba bajo mis pies. Todos los días, me ponía un enorme turbante de seda, cogía mi arma y vagaba por el pueblo como si fuera el dueño de la Tierra”.
Fuente de la imagen, Maiwand Banayee
Recuerda que una vez, al llegar a casa, descubrió que sus padres habían comprado un televisor en blanco y negro y que sus hermanas lo estaban viendo.
“Rompí el televisor y me peleé con mi padre”, cuenta. Me dijeron que me había vuelto loco, que mi extremismo había ido demasiado lejos. No entendían por qué estaba en contra de la televisión.
“Era un joven a quien los mulás de la madraza le habían enseñado que cuando sus madres y hermanas ven la televisión y ven hombres bien afeitados, se sienten atraídas por ellos y quieren acostarse con ellos”.
Banayee también dice que en esos tiempos esperaba una llamada para luchar contra los soldados leales a Ahmad Shah Massoud, un excomandante muyahidín que había luchado contra los soviéticos y ahora resistía a los talibanes en el norte de Afganistán.
Massoud fue asesinado posteriormente por un escuadrón suicida de Al Qaeda en 2001, dos días antes de los atentados del 11-S en Nueva York.
“Mi único sueño era ir al norte y ser un mártir”, dice.
“¿Así es como me tratan?”
Pero después de unos meses en el Talibán, Banayee reconoce que empezó a cuestionarse el camino que estaba siguiendo.
Viajó de regreso a Pakistán con la esperanza de enrolarse en la madraza Darul Uloom Haqqania, a la que algunos se referían como la “Universidad de la Yihad” debido a algunos de sus exalumnos, pero no había plazas disponibles.
Decepcionado, regresó a Afganistán en 1997. Ya en Kabul, recuerda un incidente que le dejó una huella imborrable.
Poco después de rezar, cuenta, unos combatientes talibanes lo detuvieron y le ordenaron que volviera a rezar.
“Les dije que lo acababa de hacer, pero no les importó. Amenazaron con dispararme si no obedecía. Me pareció incorrecto, una falta de respeto. Tenía 17 años y mi ego estaba herido. Pensé: ‘Quiero mucho a los talibanes, pero ¿así es como me tratan?'”.
También recuerda haber visto ejecuciones públicas en el Estadio Ghazi de Kabul, construido originalmente para deportes y eventos públicos, que los talibanes usaban con frecuencia para castigos y ejecuciones.
“Le cortaron las manos a alguien y luego otra persona se vio obligada a disparar al asesino de su hermano”, recuerda. “En ese momento empecé a dudar: ‘Si esta gente representa al islam, ¿por qué hay tanta crueldad?'”.
Fuente de la imagen, Stefan Smith/AFP via Getty Images
Los siguientes años los pasó viajando entre Pakistán y Afganistán, donde, según él, asistía principalmente a escuelas religiosas, fabricaba ladrillos y vendía verduras. En Shamshato, recuerda frecuentes enfrentamientos entre la policía pakistaní y jóvenes que recibían formación religiosa.
Finalmente, Banayee afirma que se marchó en 2001 debido a los rumores de que la policía haría una redada en el campamento y temía ser arrestado. Viajó por Rusia y Dubái, y luego al Reino Unido, donde, según él, su solicitud de asilo fue rechazada en 2002.
Describe que dormía en parques y cabinas de teléfono públicas por la noche en Cardiff. Una noche, cuenta, la policía de inmigración llamó a la puerta de una casa donde se alojaba, pero evadió el arresto escondiéndose debajo de una cama.
Dos años después, en 2004, Banayee fue a Irlanda, donde también se rechazó su solicitud de asilo.
Pero mientras estaba allí, conoció a una mujer irlandesa, se enamoraron y se casaron. Casarse con una persona irlandesa no otorga automáticamente el derecho a vivir en Irlanda; cada caso se evalúa individualmente. A Banayee se le permitió quedarse y posteriormente obtuvo la ciudadanía irlandesa.
En 2023, se mudó a Coventry, donde aún reside y trabaja con el NHS como asesor de remisión de diabetes. Él y su esposa se separaron hace dos años, pero tienen una hija de 17 años que aún estudia.
“Está orgullosa de mí, lo sabe todo”, dice de su hija.
Fuente de la imagen, Terence White/AFP via Getty Images
Cuenta que la desradicalización fue un proceso muy gradual. “El adoctrinamiento tarda en asentarse”, añade. “Del mismo modo, salir de esa mentalidad no es algo que ocurra de un día para otro”.
Banayee describe el proceso como un “desenredo largo y lento”.
“Cada duda era una pequeña grieta”, recuerda. “Juntas, me vaciaron”.
Siente que su pasado aún afecta su vida hoy y que su sueño adolescente de martirio es ahora una pesadilla que lo atormenta.
“Era un mundo diferente, me costó encontrar mi camino entre dos culturas completamente distintas”.
“La diferencia nos separó a mí y a mi exesposa. Lo que experimentas en el pasado siempre afecta tu presente y tu futuro”.
Pero Banayee es consciente de que su vida podría haber tomado un rumbo mucho más oscuro y dice que muchas de las personas que conoció en Afganistán todavía pertenecen a círculos extremistas.
“Algunos de mis compañeros de la escuela religiosa se convirtieron en terroristas suicidas y se suicidaron y mataron a otros. Yo cambié, pero ellos no”, dice, explicando que, en cierto modo, los ve como víctimas, perseguidos y utilizados por militantes islamistas en la región.
La última vez que regresó a Afganistán fue en 2019, pero cree que las críticas que ha incluido en su libro hacen que sea demasiado peligroso volver a visitarlo, ahora que los talibanes han vuelto al poder.
¿Y su mensaje para los jóvenes en riesgo de radicalización? Que lo cuestionen todo.
“Buscaba sentido y espiritualidad en la vida, y todo eso lo vi en ese camino”.
Banayee afirma que absorbió todo tipo de mitos, creyendo que el cuerpo de un mártir no se pudriría y que las aves advertirían a los musulmanes de la llegada de bombarderos.
Con el tiempo, llegó a cuestionar las lecciones que le habían enseñado. “Ninguna de ellas era cierta”.

Cortesía de BBC Noticias
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