Rusia suele ser pensada desde este lado del planeta como amenaza, como anacronismo o como potencia que incomoda a Occidente. Pero detrás de esos lugares comunes también hay ciudades, historias y símbolos que se resisten a ser reducidos a una sola etiqueta. En ese territorio movedizo se ubica la mirada de un académico cordobés que viajó a Moscú y San Petersburgo y transformó sus impresiones en una serie de crónicas que combinan observación cotidiana y análisis político.
Gonzalo Fiore Viani, doctor en Relaciones Internacionales (CONICET), obtuvo este año una beca de la Fundación Gorchakov para hacer una estancia posdoctoral en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO). El resultado de esa experiencia es Moscú no cree en lágrimas, un libro —con prólogo de Mariana Enríquez— que explora desde la nostalgia soviética hasta la vida de los jóvenes rusos, pero que inevitablemente se lee bajo la sombra de la guerra con Ucrania y el peso geopolítico que ejerce el Kremlin.
En diálogo con Página/12, el académico describe cómo es la cotidianidad de un país atravesado por sanciones internacionales de Occidente, el orden político imperante y su mirada analítica sobre el conflicto bélico en curso.
– Al principio del libro, menciona que no fue a Rusia con un espíritu turista ni con una fascinación soviética. ¿Qué preconceptos tenía sobre Rusia que cree que ha cambiado?
– Por un lado, no sabía con qué me iba a encontrar: si la gente iba a ser muy distante, muy fría, muy diferente, más allá de que yo ya conocía a algunos rusos. Por otro lado, no sabía en qué contexto iba a encontrar al país por todos los prejuicios que hay en Occidente: que uno piensa que va a un lugar donde se vive de manera muy opresiva y, además, estamos hablando de un país que está en guerra. Entonces tenía algunas preocupaciones sobre la seguridad. Después, cuando llegué, eso se me fue enseguida. La gente fue muy cálida conmigo y, con el tema de la seguridad, el país es muy seguro, muy limpio, por lo menos Moscú y San Petersburgo, que son las ciudades en las que estuve. Y no hay rastro de la guerra en esa sociedad, salvo algunas cuestiones muy puntuales que menciono en el libro: por ejemplo, ver carteles de propaganda de reclutamiento en las paradas de subte o de colectivo, los simulacros de evacuación que se hacían en el edificio de la universidad, o los carteles en los pasillos del edificio universitario donde yo vivía que indicaban qué hacer en caso de un ataque con drones.
– Usted plantea la idea de que Rusia “devuelve imágenes que no siempre queremos ver, como el orden sin democracia”. ¿En qué consiste eso?
– El sistema político de Rusia es diferente, podríamos caracterizarlo quizás como autocrático. Históricamente también fue distinto: de los zares pasaron al comunismo y, en los noventa, tuvieron un período más parecido a la democracia liberal occidental como la entendemos nosotros. Ese intento de ingresar a Occidente con un capitalismo salvaje se recuerda entre los rusos de manera muy negativa. Por eso ellos valoran mucho el orden: un sistema que funcione, que los servicios anden, que la ciudad esté limpia, que haya seguridad y cierta previsión económica y política. La peor época que asocian es la década del noventa, que lo vivieron como un caos total. El comunismo, en cambio, fue todo menos caótico en los cincuenta, sesenta y setenta: muy ordenado, quizás demasiado petreo, difícil de penetrar, pero ordenado al fin. Entonces, creo que lo que valoran ellos es esa idea que a nosotros no nos puede sonar del todo bien, porque solemos asociar a los gobiernos autoritarios con épocas muy malas. Cuando alguien te habla de un gobierno autoritario, nosotros pensamos en la dictadura militar, que fue realmente muy negativa en América Latina en general y en Argentina en particular. Pero en Rusia tienen un concepto muy diferente.
– Rusia tampoco es un país color de rosas: está en guerra, hay fuego cruzado, muertes… ¿Cómo contrasta eso con lo que usted vio en su visita?
– A mí no me gusta hablar de buenos y malos en un conflicto de estas características. La guerra es una tragedia siempre, porque quienes mueren al final son hombres, mujeres, civiles, niños de ambos países, y cada vida vale. Sí, lo que uno puede más o menos entender es la cuestión geopolítica, los argumentos. Igual, eso no significa justificar lo que sucede en el terreno, porque estamos hablando del conflicto armado con la mayor cantidad de víctimas fatales desde la Segunda Guerra Mundial: ya superó con creces a las guerras de los Balcanes, a la desintegración de Yugoslavia… En ese sentido, lo que yo espero, lo que esperan creo la mayoría de los rusos, es que esto se pueda solucionar y que dejen de morir personas de ambos bandos.
– Algo que describe en su libro es que prácticamente Rusia ni se inmuta respecto al tema de sanciones internacionales.
– En Moscú y San Petersburgo —no sé cómo será en las ciudades del interior— ves un nivel de vida que se encuentra en pocas capitales europeas. Hay un nivel de consumo y lujo que es impresionante. Esto es muy paradójico: prácticamente cruzando la Plaza Roja, el Kremlin, tenés un megacentro comercial donde están todas las marcas de lujo y muchas marcas occidentales. Eso me resultó muy curioso, yo pensé que no lo iba a encontrar. También hay concesionarias de autos de marcas occidentales, que además se ven circulando por la calle. Es decir, no se siente el tema de las sanciones internacionales, porque hay comercio con otros países como China —con la presencia de marcas muy poderosas—, India y otros países de Asia Central. Ahora bien, lo que te dicen los rusos es que sí se nota la inflación, el aumento de precios de distintos productos básicos. Pero es una inflación que en Argentina desearíamos tener: por ejemplo, del 12 por ciento anual, que para ellos es un montón porque no están acostumbrados, pero para nosotros sería la gloria.
– ¿Cuál es el panorama que ve hoy respecto al desarrollo del conflicto entre Rusia y Ucrania y el rol del presidente estadounidense Donald Trump?
– Trump subestimó el conflicto porque, en la campaña, dijo —muy a su estilo— que cuando fuera presidente en 24 horas ponía fin a la guerra. La realidad demostró que no, no es tan fácil. Creo que sus esfuerzos para terminar con la guerra son genuinos: quiere ser recordado como el presidente que puso fin a esto. Ahora, si lo va a lograr o no, es muy difícil por varias cuestiones. Ambas partes van a tener que ceder algo; seguramente Ucrania va a tener que ceder más, pero atrás de Ucrania también está la Unión Europea (UE), y para el bloque significaría perder demasiada influencia en la región.
También, más allá de la guerra y de que terminen las muertes —que por supuesto es lo más urgente—, hay una gran reestructuración y reconfiguración del sistema internacional. Días atrás, por ejemplo, fue la cumbre en la que estuvieron Narendra Modi, primer ministro de India; Vladimir Putin, presidente de Rusia; y Xi Jinping, presidente de China. Ahí ves que se está armando un esquema global por fuera de Occidente: un mundo multipolar, mientras Estados Unidos y Europa se resisten a perder influencia. Entonces es mucho más complejo que un conflicto solamente entre dos estados. Hoy veo difícil una resolución en el corto plazo, más allá de que me parece positivo los pasos que han dado tanto Trump como Putin —quizá en menor medida el presidente ucraniano Volodimir Zelenski—. Al menos están dando pasos para empezar a sentarse a charlar, lo cual hace dos meses era imposible.
Cortesía de Página 12
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