Fuente de la imagen, Getty Images
- Autor, Amanda Ruggeri
- Título del autor, BBC Future
Antes de escribir este artículo, tenía una cita en la peluquería. Mientras mi estilista me colocaba la bata alrededor del cuello, hizo un gesto hacia el champú que usaría. “Es una línea nueva, hecha con un 90% de ingredientes naturales”, explicó.
El folleto que lo acompañaba contenía breves descripciones de cada producto de la marca: un champú usaba extracto de tuna; otro, bayas de acaí. Un tercero incorporaba semillas de chía.
Cuando llegué a casa, con los frascos de champú que había comprado, miré más de cerca la lista de ingredientes.
Alcohol cetoesterarílico, glicerina, cloruro de behentrimonio, miristato de isopropilo. Todos ingredientes comunes, fabricados en laboratorio.
Ninguno me preocupó. Pero ninguno de ellos, a pesar de usarse en cantidades mucho mayores que cualquiera de los extractos de frutas, se destacaba en los anuncios de la marca.
La táctica que se había utilizado, tal vez con éxito en mi caso, tiene cientos de años. A menudo se usa en las redes sociales, tanto por empresas e influencers como por políticos de todo el mundo.
A menudo llamada “apelación a la naturaleza” o “falacia naturalista”, es uno de los tipos más comunes de falacias lógicas, o fallas en el razonamiento que pueden hacer que una afirmación suene sorprendentemente convincente.
Cada vez que escuchas a alguien afirmar que un producto o práctica es superior porque es “natural”, o que uno es inferior (o incluso dañino) porque no es “natural”, está en funcionamiento la falacia naturalista.
Lo mismo ocurre con los argumentos de que algo está “en su forma natural”, o de que algo es malo específicamente porque es un “químico” o “sintético”.
La naturaleza es, en muchos sentidos, maravillosa. Y tiene mucho que enseñarnos.
Entonces, ¿por qué no es verdad que algo es mejor simplemente porque proviene de la naturaleza?
Natural no tiene por qué significar más seguro
En primer lugar, porque la naturaleza, por supuesto, no tiene propósitos, no en ningún sentido consciente. Como tal, tampoco tiene intenciones de ser buena o de ayudar a los humanos, específicamente.
No necesitamos ponernos demasiado filosóficos para entender esto. Basta con considerar algunas creaciones de la naturaleza.
El arsénico, que puede matar a un adulto con una dosis de tan sólo 70 mg, es natural. También lo es el asbesto, que provoca cáncer.
El cianuro, que puede matar con tan sólo 1,5 mg por kilogramo de peso corporal si se ingiere, es una fitotoxina producida de forma natural por más de 2.000 especies de plantas diferentes, entre ellas las almendras, los albaricoques y los melocotones.
Por eso también algunos remedios “naturales” que se comercializan con frecuencia (como las semillas de albaricoque molidas) pueden ser peligrosos si se consumen.
Y este es el problema con el uso de la palabra natural que se utiliza tan comúnmente para comercializar productos.
Es un término mal definido que no significa necesariamente que el producto etiquetado como tal sea mejor para ti, o incluso más seguro, que cualquier otra alternativa.
Una investigación sobre productos para la dentición de bebés etiquetados como “naturales” descubrió, por ejemplo, que más de 370 bebés experimentaron efectos adversos como convulsiones o delirio.
Se encontró que los productos contenían niveles inconsistentes y a veces elevados de belladona.

Fuente de la imagen, Getty Images
Por supuesto, hay otros fenómenos naturales que podríamos analizar más allá de los ingredientes que se utilizan en los productos.
La viruela, por ejemplo, mató en el pasado a una de cada tres personas infectadas. Este virus de origen natural fue responsable de la muerte de entre 300 y 500 millones de personas solo en el siglo XX, antes de que fuera erradicado gracias a la vacunación.
La hiedra venenosa y la polio, los tornados y las picaduras de garrapatas, la inevitable y eventual muerte del Sol que acabará con toda la vida en la Tierra… Natural, natural, natural.
En su ensayo de 1874 Sobre la naturaleza, el filósofo John Stuart Mill señaló que este era uno de los principales problemas de las “apelaciones a la naturaleza”:
“O bien es correcto que matemos porque la naturaleza mata; torturemos porque la naturaleza tortura; arruinemos y devastemos porque la naturaleza hace lo mismo; o bien no debemos considerar en absoluto lo que hace la naturaleza, sino hacer lo que es bueno hacer”.
En otras palabras: si la premisa de la apelación a la naturaleza es correcta, es decir, que todo lo “natural” debe ser mejor porque es natural, entonces tenemos que estar dispuestos a aceptar todo lo que proviene de la naturaleza.
Si no lo estamos, bueno, probablemente no creamos realmente que algo sea inherentemente mejor porque es natural.
Los beneficios de lo no natural
Mientras tanto, hay cientos de cosas que podríamos considerar no naturales pero que, de hecho, han mejorado mucho la vida de muchos de nosotros.
Antes de la medicina moderna, más de una de cada 100 mujeres moría en el parto. En los países ricos e industrializados como Reino Unido hoy, es una de cada 10.000.
Antes de que se implementaran las vacunas a nivel mundial, la tos ferina mataba a uno de cada diez niños infectados. Después de la implementación global, las muertes se redujeron a una fracción (1/157, específicamente) de lo que habían sido antes.
Eso es solo medicina. Mira a tu alrededor ahora mismo y verás una decena de ejemplos más.
Puede que no sea “natural” usar anteojos, refrigerar alimentos o encender la calefacción en invierno, por ejemplo, pero para muchos de nosotros, es una mejor alternativa que caminar casi ciegos, dejar que la carne se eche a perder o temblar de frío.

Fuente de la imagen, Getty Images
Gran parte de los alimentos que comemos no nos llegan tal como los presenta la naturaleza. Los procesamos y cocinamos.
La cosecha, molienda y procesamiento de granos ayudó a impulsar la transición de nuestra especie de ser cazadores-recolectores nómadas a agricultores sedentarios capaces de construir civilizaciones sofisticadas.
Lo mismo ocurrió con la forma en que cultivamos y cruzamos cultivos, lo que significa que muchos de los alimentos nutritivos que hoy consideramos “naturales”, desde la zanahoria naranja hasta el plátano moderno, tienen un aspecto (y un sabor) muy diferente al de sus antepasados silvestres.
Un difícil equilibrio
Por supuesto, sería un error sugerir que los productos fabricados por el hombre no nos causan también problemas, ya sea la contaminación por plásticos sintéticos o el uso de armas y explosivos.
Tampoco significa que, en muchos casos, la opción más “natural” no sea mejor para nosotros.
Pero sí significa que no podemos asumir que la opción más “natural” es mejor solo porque es natural, a pesar de una tendencia frecuente de la gente a creer lo contrario.
Las zanahorias pueden ser mejores para nosotros que las papas fritas, pero también lo es el paracetamol frente al arsénico.
Algunos de estos ejemplos apuntan a uno de los otros problemas principales de la “apelación a la naturaleza”: ¿cómo se puede delimitar lo que es y lo que no es natural?
Después de todo, los seres humanos provienen de la naturaleza. Por tanto, si todo lo que produce un animal o una planta es “natural”, ¿por qué no lo es aquello que hacen los seres humanos?
¿Y qué pasa con esas creaciones que son mezclas de lo que tradicionalmente consideraríamos natural y artificial, como las vacunas, que se derivan de partes de un virus o bacteria (natural) y, cuando se inyectan, ayudan a enseñar al sistema inmunológico cómo defenderse (naturalmente) de ese mismo patógeno en el futuro?
“Como todas las palabras verdaderamente interesantes, ‘naturaleza’ es un milhojas de significados”, escribe la historiadora de la ciencia Lorraine Daston. Puede significar casi cualquier cosa, según el contexto.
Esta escurridiza característica, por supuesto, es exactamente lo que la convierte en un lenguaje tan inteligente para el marketing y hace que sea tan fácil para nosotros caer en su trampa.
Existe otro problema: incluso si hubiera una clara distinción entre “humanos” y “naturaleza”, no siempre sabemos distinguir lo que es realmente sintético de lo que no lo es.

Fuente de la imagen, Getty Images
Tomemos como ejemplo el cepillado de los dientes. ¿Es natural cepillarse los dientes con una pasta dental con flúor? ¿Y cepillarse los dientes con una pasta dental sin flúor?
Para muchos de nosotros, nuestro instinto podría llevarnos a pensar que cepillarnos los dientes con flúor no es natural, mientras que cepillarnos los dientes con una pasta de dientes sin flúor sí lo es.
Pero el flúor es un mineral natural que se encuentra en la tierra, el agua y las rocas, mientras que uno de sus sustitutos habituales en las pastas de dientes “naturales”, la nano-hidroxiapatita, es sintético.
Y, por supuesto, tendríamos que tener en cuenta que limpiarnos los dientes, sobre todo con los elementos que utilizamos hoy en día, está lejos de ser natural; lo más parecido a cepillarse los dientes que hacen los primates es usar “hilo dental” con lo que tengan a mano (como plumas de ave).
Incluso si quisiéramos cepillarnos los dientes como lo hacían nuestros antepasados humanos, tendríamos que hacerlo con una ramita, pelos de cerdo o incluso púas de puercoespín.
Mientras tanto, si te dijera que he preparado una bebida para ti compuesta en un 99% de monóxido de dihidrógeno, ¿la rechazarías? Después de todo, este nombre químico suena bastante sintético, hasta que lo piensas.
El monóxido de dihidrógeno está formado, por supuesto, por dos átomos de hidrógeno y un solo átomo de oxígeno. Quizá te resulte más familiar verlo escrito en su abreviatura química: H2O. En otras palabras, agua.
La próxima vez que veas que se comercializa un producto sobre la base de que es natural (o veas a alguien argumentando en contra de algo porque no lo es), vale la pena preguntarse qué es lo que realmente se está queriendo decir.
Y, tal vez, preguntarse por qué quienes están detrás del producto o la práctica se apoyan en la falacia de la “apelación a la naturaleza” para persuadir a una audiencia de sus méritos, en lugar de simplemente exponer el argumento lógico de por qué es realmente la mejor opción.
* Amanda Ruggeri es periodista científica galardonada. Publica sobre experiencia, alfabetización mediática y otras cosas en Instagram como @mandyruggeri.
Este artículo apareció en BBC Future. Puedes leer la versión original en inglés aquí.

Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.
Cortesía de BBC Noticias
Dejanos un comentario: