En su show del Gran Rex, Jacob Collier demostró por qué lo elogia Mick Jagger y le rindió un homenaje a Astor Piazzolla

Buenos Aires recibió la visita por tercera vez del hijo prodigio de la escena musical global. Jacob Collier (Londres, 1994) lleva en sus pergaminos los pirotécnicos halagos de gente como Mick Jagger, Quincy Jones, Herbie Hancock y un etcétera delirante.

Ha colaborado con Coldplay, SZA, Alicia Keys, Jamie Cullum y medio planeta más por una sencilla razón: su incontinente y mágica creatividad.

El lunes 8 en el Teatro Gran Rex, seguramente incentivado por pisar las tablas que alguna vez pisó su ídolo Ástor Piazzolla (a quien homenajeó con una breve pero sentida interpretación de Libertango), Collier sacó a relucir esa estirpe de fuera de serie de nivel mundial que se abraza con el ímpetu de un niño jugando en un escenario que de tanta intimidad a menudo funciona como su propia habitación.

Su música tiene la particularidad de ser envolvente, de completar sensaciones que los simples humanos a veces no somos capaces de descifrar, y con ello, se nos presentan preguntas sobre lo profundo de la maravillosidad de la existencia. Una de ellas podría ser simplemente ¿cómo es que hace todo esto y lo hace tan bien?

Obviamente Collier -un completo virtuoso cantando y tocando varios instrumentos- nació en un entorno familiar 100% musical y seguramente su parte de ascendencia china le habrá dado la tozudez necesaria para desarrollarse del modo que lo hizo. Todo lo que sucede en la interacción de sus células va directo al oyente y sus shows se convierten en ceremonias de profundo nivel emocional y al mismo tiempo, con la diversión como protagonista.

Como algunos otros en el pasado (Sade, Stevie Wonder, Mike Patton, Freddie Mercury, Bowie, Prince, Frank Zappa, cuyos espíritus flotan en distintos momentos de la obra de Collier) este londinense de oído absoluto y ganas irrefrenables tiene la llave para dispensar músicas complejas y hasta barrocas, amoldándolas al oído no tan entrenado; lo que dicen los periodistas deportivos de Messi “hace que lo difícil parezca fácil”.

Tal es así que uno de los momentos trascendentales en sus shows es cuando convierte la sala donde esté tocando en un coro gigante, logrando incluso que las voces del público armonicen llamativamente bien, casi como las dos excepcionales cantantes de la banda.

¿Hablábamos de profundidad emocional? Pues no es fácil encontrar en el panorama de la industria de la música en vivo un show con esta trascendencia sentimental, buscada deliberadamente, sí, tanto en estos mega coros como en las sonoridades dignas de las películas de Disney o en los conmovedores esfuerzos por conectar con el público, los cuales en el caso de Buenos Aires, se convirtieron en una versión a puro corazón de El día que me quieras, hecha a piano, tres voces y cientos de ojos llorosos por todo el teatro.

El punto es que aún abusando de algunos recursos y buscando conectar y festejar el encuentro con el público de manera obvia y constante, el multi instrumentista siempre logra abrir su corazón y dar un giro de energía con sus fans que resulta revitalizante.

Al concluir su show, con September de Earth, Wind and Fire a todo volumen entrando por vena directa, flota una sensación de recuperar la fe en la humanidad, entendiendo que el discurso de unidad del (ya no tan joven) inglés puede ser real y hasta mover alguna que otra montaña.

Cortesía de Clarín



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