Encuentran en Canadá una libélula de 75 millones de años con alas diseñadas para planear como un avión: pertenece a una familia nunca vista en el registro fósil

Durante una excavación aparentemente rutinaria en el Parque Provincial de los Dinosaurios, en Alberta, Canadá, un grupo de estudiantes universitarios se topó con algo totalmente inesperado: el fósil parcial de un ala. No era de un ave ni de un dinosaurio, como muchos habrían imaginado en uno de los yacimientos paleontológicos más importantes del mundo. Era de una libélula. Pero no una cualquiera: tenía 75 millones de años de antigüedad y no se parecía a ninguna especie conocida.

Este hallazgo, recientemente publicado en el Canadian Journal of Earth Sciences por un equipo de investigadores de la Universidad McGill, no solo supone la primera libélula mesozoica descubierta en Canadá, sino que también ha obligado a los científicos a crear una nueva familia taxonómica, Cordualadensidae, para clasificarla. Así de distinta y enigmática es Cordualadensa acorni, una criatura que ha logrado emerger del silencio geológico con un mensaje revelador: nuestra comprensión de los insectos del Cretácico está aún en pañales.

Una ventana abierta al ecosistema de hace 75 millones de años

Hasta ahora, el Parque Provincial de los Dinosaurios era célebre por su abundancia de fósiles de dinosaurios, plantas y reptiles, pero casi no había rastro del mundo diminuto que convivía con estos gigantes: los insectos. El descubrimiento de Cordualadensa acorni cambia ese panorama de forma radical. Lo hace no solo por ser la primera libélula del Cretácico superior identificada en suelo canadiense, sino por abrir la puerta a un nuevo tipo de conservación fósil en la región: las impresiones fósiles, una forma de preservación extremadamente rara en la zona.

Este tipo de conservación ha permitido que se conserven detalles tan finos como las nervaduras del ala de la libélula, algo que ha sido clave para reconstruir su anatomía y determinar que esta criatura pertenecía a un linaje completamente desconocido. Su estructura alar indica que estaba adaptada al planeo, lo que sugiere comportamientos migratorios o al menos capacidades de vuelo prolongado, similares a algunas especies modernas de libélulas que recorren miles de kilómetros.

Lo más sorprendente es que este fósil llena un vacío evolutivo de más de 30 millones de años en la historia de las libélulas. Una laguna que hasta ahora estaba completamente en blanco en el registro fósil del continente norteamericano.

El ala fosilizada de Cordualadensa acorni
El ala fosilizada de Cordualadensa acorni. Fuente: Mueller et al., (2025)

Un ecosistema más complejo de lo que se pensaba

Que una libélula tan singular haya permanecido oculta hasta ahora en un lugar tan estudiado como el Dinosaur Provincial Park demuestra una vez más que el pasado guarda secretos en los lugares más insospechados. Hasta este descubrimiento, el único insecto registrado en el yacimiento era un áfido microscópico conservado en ámbar. Pero la nueva línea de investigación abierta por los científicos canadienses, centrada en examinar formaciones rocosas que antes se consideraban poco prometedoras, ya está empezando a dar frutos.

El hallazgo también resalta un hecho fundamental en paleontología: la historia de la vida en la Tierra no puede entenderse solamente desde el punto de vista de los grandes depredadores o los herbívoros gigantes. Los insectos, aunque diminutos, desempeñaban un papel esencial en la red ecológica del Mesozoico. Una libélula de unos 12 centímetros de envergadura, como Cordualadensa acorni, no solo sería una presa habitual de reptiles voladores y pequeños dinosaurios, sino también un eficiente depredador de otros insectos, manteniendo en equilibrio un ecosistema que hoy solo podemos imaginar.

Este tipo de descubrimientos, lejos de ser meras curiosidades entomológicas, son piezas claves del rompecabezas que es la vida prehistórica. Ayudan a reconstruir con mayor precisión la biodiversidad de ecosistemas antiguos, sus dinámicas tróficas y su evolución a lo largo del tiempo.

El fósil tal y como fue encontrado por los investigadores
El fósil tal y como fue encontrado por los investigadores. Foto: Universidad McGill

Más allá del fósil: un homenaje a la ciencia y a la divulgación

El nombre no fue elegido al azar. El epíteto “acorni” es un homenaje a John Acorn, un divulgador científico canadiense que durante años ha inspirado a generaciones a interesarse por los insectos y la historia natural de Alberta. Su célebre programa de televisión “Acorn, the Nature Nut” dejó una profunda huella en la divulgación científica del país, y ahora su legado también quedará inscrito en la nomenclatura paleontológica.

El reconocimiento no es anecdótico. Este fósil, hallado por un estudiante de grado durante una práctica de campo, simboliza lo que puede lograrse cuando la ciencia académica, la educación y la curiosidad se dan la mano. En un mundo donde la paleontología a menudo parece territorio exclusivo de grandes equipos y hallazgos espectaculares, Cordualadensa acorni recuerda que los pequeños descubrimientos, los hechos por manos jóvenes y ojos atentos, pueden tener un impacto igual de profundo.

¿Qué más nos puede revelar el pasado?

La identificación de esta nueva especie no es solo un hallazgo puntual. Es, potencialmente, la punta del iceberg de una nueva línea de investigación en la región. Si esta libélula ha sobrevivido grabada en la piedra durante 75 millones de años, ¿qué otras criaturas minúsculas están esperando ser descubiertas en capas geológicas similares? ¿Cuántos vacíos evolutivos más pueden rellenarse si ampliamos los métodos de búsqueda y los horizontes de la investigación?

Este descubrimiento ha reactivado el interés por el estudio de los insectos fósiles en Norteamérica, una rama de la paleontología muchas veces eclipsada por los grandes esqueletos de saurios. Pero cada ala, cada segmento, cada nervadura conservada en piedra, habla del tejido delicado y complejo de la vida antigua. En ese sentido, Cordualadensa acorni no es solo una libélula fósil: es un símbolo de todo lo que aún queda por descubrir, de los silencios del pasado que esperan ser escuchados.

El estudio ha sido publicado en el Canadian Journal of Earth Sciences.

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Cortesía de Muy Interesante



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