
El pasado domingo, el Zócalo volvió a ser escenario del ritual político más antiguo de México: el de la declamación de las virtudes y los grandes logros. El primer aniversario de la doctora Claudia Sheinbaum Prado en el poder, tuvo como marco y escenografía una gran concentración de pueblo —a estos actos no asusten acarreados, asisten transportados— y políticos dispuestos a aplaudir y a escuchar con los dos oídos bien abiertos: uno para que entraran las palabras y otro para darles salida.
La presidenta reivindicó a su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, sólo a él. Expresó que fue un mandatario ejemplo de honradez, austeridad y profundo amor a México y proclamó solemnemente “quien robe dinero del presupuesto será castigado. Las palabras resonaron en la plancha como un eco moral y como un cálculo de alguno de los aplaudidores que se preguntaba así mismo: ¿Más o menos partir de qué cantidad se considerará robo del presupuesto?
La presidenta fue tajante e insistente: “El poder no es para enriquecerse”. El público aplaudió, los asesores asintieron y los políticos profesionales pusieron cara de “¿Quién se robo mi celular?”. Es que la contundente frase fue como una clase de vegetarianismo para zorros.
Acorralados en una segunda fila se encontraban los líderes camarales, Ricardo Monreal y Adán Augusto López, este último ha pasado los últimos días tratando de explicar que el dinero que recibió “cuando ya no era funcionario”; es decir, entre su renuncia a la secretaria de Gobernación y su actuación como candidato a la presidencia (2023-2024) ganó más de 20 millones por año como consta en sus declaraciones hacendarias.. Un talento empresarial digno de Harvard, considerando que su ocupación principal en ese lapso fue la de corcholata. De ser así, si parte de esa fortuna la ganó siendo corcholata, ¡qué buen dinero se gana siendo tapadera!
En la memorable conferencia de prensa declaró a los medios que apenas recientemente pudo cobrar el dinero heredado por su padre y su madre que estaba en litigio en Estados Unidos. Por si fuera poco tiene ganado (perdido jamás) es decir posee vacas que son tan fáciles de ordeñar como el presupuesto.
Adán Augusto es un ranchero con suerte, un heredero internacional y un empresario prodigioso, todo en el mismo intervalo de ser político de tiempo completo. En sus declaraciones a la prensa logra lo imposible hundirse un poco más tratando de salir a flote.
Pero volvamos al discurso de la presidenta Sheinbaum que tuvo ángulos muy interesantes como cuando dio un golpe de realidad envuelto en rutinarios aplausos “En el 2030 no habrá reelección”, los ciudadanos de a pie recibieron la noticia con agrado. La mandataria agregó que tampoco cree en “la herencia de puestos”, esa práctica de pasar el poder a un consanguíneo como si fuera un terreno familiar.
Y por ahí andaba Saúl Monreal, aspirante a gobernador de Zacatecas, quien debe de haber sentido que la frase lo golpeaba con fuerza y desengaño. Porque él, que insiste en seguir la tradición familiar —sus dos hermanos han sigo gobernadores de dicho estado— escuchó lo de “nada de herencias políticas” y pensó: Voy a tener que renunciar a mi apellido.
En resumen, el mensaje presidencial tuvo vehemencia. Fue un sermón de pureza en medio se los sospechosos habituales. Un acto de fe más que de política. Desgraciadamente en nuestro país decir que se castigará a quien robe del presupuesto es como decir que habrá sol en el verano; todos lo saben, nadie se sorprende y la mitad no lleva sombrero, cachucha o sombrilla.
Si la presidenta anuncia de costa a costa y de frontera a frontera que el poder no es para enriquecerse, alguien debería decirles a algunos funcionarios gubernamentales que el mensaje no es opcional.
Punto final
Además de todo, Adán Augusto estuvo en el Zócalo al pendiente de que nadie tirara basura para que no entrará “la barredora”.
Cortesía de El Economista
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