Enterrados en un último abrazo: hace 4.000 años, una mujer joven intentó proteger a un niño en una tragedia que sepultó una aldea. Esta es su historia

En las profundidades del suelo de la provincia china de Qinghai, arqueólogos han encontrado algo más que huesos antiguos: han desenterrado emociones detenidas en el tiempo, gestos de amor y desesperación esculpidos en la tragedia. El yacimiento de Lajia, conocido como la “Pompeya de Oriente”, ha revelado los restos de una civilización que vivió hace aproximadamente 4.000 años y que pereció en un instante bajo un alud de barro provocado por un devastador terremoto. Pero lo que ha cautivado al mundo no ha sido solo la magnitud del desastre, sino la postura de sus víctimas: adultos y niños abrazados, atrapados en el momento exacto de su intento por protegerse mutuamente.

El caso más icónico es el de una mujer adulta que, de rodillas, cubre con su cuerpo al de un niño pequeño. Durante años se creyó que se trataba de una madre protegiendo a su hijo en sus últimos instantes. Las imágenes recorrieron el mundo, convertidas en símbolo del amor maternal más allá de la muerte. Sin embargo, estudios de ADN mitocondrial publicados en 2007 revelaron un giro inesperado en la historia: los restos no pertenecían a una madre y su hijo, ya que no compartían línea materna. Esta revelación añade una nueva capa de complejidad al hallazgo, abriendo interrogantes sobre las estructuras familiares y comunitarias en la Edad del Bronce en China.

Una tragedia detenida en el tiempo

El yacimiento arqueológico de Lajia fue descubierto en 2000, pero el desastre que lo sepultó ocurrió hacia el 1900 a.C., en plena transición del Neolítico a la Edad del Bronce. Asociado a la cultura Qijia, uno de los primeros grupos en trabajar el bronce en China, este asentamiento estaba ubicado en la región del alto río Amarillo, un lugar fértil pero también geológicamente inestable.

Según los estudios geológicos y arqueológicos, un violento terremoto desencadenó una serie de desprendimientos de lodo que sepultaron casas enteras, atrapando a familias dentro de sus hogares. Muchos de los esqueletos encontrados estaban agrupados, en posturas que revelaban intentos de protegerse unos a otros. La conservación es tan buena que incluso se han hallado elementos de la vida cotidiana intactos, como herramientas, vasijas de cerámica y restos de fideos milenarios —considerados los más antiguos jamás descubiertos.

Pero el verdadero impacto del hallazgo no está en los objetos, sino en las emociones que evocan las escenas esqueléticas. Mujeres abrazando niños, niños aferrados a adultos, cuerpos que se protegían mutuamente como último acto de humanidad ante una muerte inminente. Es la arqueología del afecto, del gesto, de la tragedia compartida.

Restos óseos hallados en la vivienda F4 del yacimiento de Lajia, en China
Restos óseos hallados en la vivienda F4 del yacimiento de Lajia, en China. Foto: Wikimedia

ADN y vínculos invisibles

El caso de la mujer y el niño encontrados en la casa F3 ha sido uno de los más analizados. Las pruebas genéticas realizadas revelaron que no había una conexión materna entre ambos, a pesar de la postura que sugería un vínculo íntimo y protector. Este hallazgo desmontó la narrativa inicial y obligó a los investigadores a replantearse la estructura social de la comunidad Qijia. ¿Podría tratarse de una tía, una cuidadora, una hermana mayor? ¿O incluso de una mujer sin lazos de sangre que simplemente protegía a un niño en un momento de terror absoluto?

Otros análisis en la casa F4 sí confirmaron la presencia de una madre y su hijo, un niño de entre uno y dos años de edad. Aun así, las escenas muestran que no todos los gestos de protección fueron dictados por la genética. El hallazgo apunta a una estructura social basada también en el afecto, la comunidad y el cuidado compartido.

La muerte en Lajia no fue anónima ni indiferente. Fue una muerte compartida, humana, profundamente simbólica.

La cultura Qijia: pioneros del bronce y del drama humano

La civilización Qijia, activa entre el 2200 y el 1600 a.C., es considerada una de las primeras en desarrollar la metalurgia en China. Vivían en casas semienterradas, cultivaban mijo, criaban ganado y ya practicaban formas rudimentarias de adivinación, como lo demuestra el hallazgo de huesos oraculares. Lajia, uno de sus principales asentamientos, ha ofrecido un retrato único de esta sociedad: una comunidad organizada, con una economía agrícola activa y complejos rituales religiosos.

Lo que hace único a Lajia no es solo su antigüedad, sino el hecho de que fue preservado en un instante de catástrofe. Como sucedió en Pompeya, el desastre natural detuvo el tiempo y encapsuló una escena congelada para la posteridad. La diferencia es que aquí no encontramos moldes de cuerpos, sino esqueletos que aún hablan con su lenguaje corporal, con la forma en que se acurrucaron, en que se cubrieron, en que intentaron salvar a los suyos.

Los cuerpos encontrados en la casa F4 del asentamiento arqueológico de Lajia
Los cuerpos encontrados en la casa F4 del asentamiento arqueológico de Lajia. Foto: Wikimedia

Un museo del dolor y la memoria

Hoy, parte del sitio puede visitarse en el Museo de las Ruinas de Lajia, donde algunos de los esqueletos han sido preservados in situ. La escena de la mujer y el niño ha sido recreada con sumo cuidado, convirtiéndose en una de las piezas más emotivas de la exposición. Los visitantes, al contemplar ese último abrazo detenido en el tiempo, no solo ven huesos: sienten la desesperación, el instinto de proteger, la tragedia de una comunidad borrada por la naturaleza en segundos.

El caso de Lajia es mucho más que una anécdota arqueológica. Es una historia que nos conecta con lo esencialmente humano. Nos habla de cómo, incluso hace cuatro milenios, el vínculo entre las personas superaba los límites de la sangre. De cómo, ante la muerte, lo que queda no es solo el miedo, sino también la ternura.

Cortesía de Muy Interesante



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