Eran lentos, enormes y parecían invencibles… hasta que los primeros humanos llegaron: descubren el misterio de la extinción de los perezosos gigantes

Durante millones de años, los perezosos gigantes no fueron los adorables trepadores de ramas que hoy protagonizan documentales de vida salvaje. Fueron titanes. Gigantes de tierra firme que excavaban cuevas con sus propias garras, atravesaban desiertos y selvas y, en algunos casos, se sumergían en el océano como si fueran manatíes del pasado. Sin embargo, algo truncó su reinado. Ahora, un nuevo estudio científico —publicado en la revista Science y liderado por un equipo internacional de paleontólogos, genetistas y climatólogos— ha conseguido reconstruir con precisión la historia evolutiva de estos colosos desaparecidos. La investigación no solo resuelve el enigma de su tamaño descomunal, sino también lanza una advertencia inquietante sobre cómo el cambio climático y la acción humana pueden hacer caer a los más grandes.

Un linaje que abarcó millones de años

Los investigadores compararon más de 400 fósiles de 17 museos diferentes y analizar ADN antiguo de múltiples especies extintas. Los científicos construyeron un árbol genealógico completo del linaje de los perezosos, desde sus orígenes hace 35 millones de años hasta su brusca extinción hace solo 15.000 años. En ese lapso, los perezosos no fueron una rareza aislada del bosque tropical. Poblaron desde las selvas de Sudamérica hasta las tundras de Alaska, y sus formas variaron desde pequeños trepadores de menos de 6 kilos hasta verdaderos monstruos del Pleistoceno, como Megatherium, que pesaba más de 3.600 kilos y alcanzaba el tamaño de un elefante asiático.

Este linaje fue increíblemente diverso: algunos vivían colgados de los árboles, otros caminaban a paso lento por los suelos de sabanas y bosques templados, mientras que especies como Thalassocnus desarrollaron adaptaciones marinas en las costas del Pacífico, como costillas densas para bucear y hocicos alargados para alimentarse de pastos submarinos.

El hábitat como molde evolutivo

Lo que hizo a unos gigantes y a otros diminutos no fue azar genético ni únicamente el tiempo. La clave, según el estudio, está en los hábitats que ocuparon. Los perezosos que vivieron en la copa de los árboles tenían un límite impuesto por la física: las ramas no soportan cuerpos pesados. De ahí que todas las especies arbóreas, tanto las actuales como las del pasado, compartan una característica común: la pequeñez. Pero quienes pisaban suelo firme podían crecer sin restricciones.

Y eso hicieron. En los vastos pastizales de la América prehistórica, donde los árboles escaseaban y la sombra era un lujo, los perezosos terrestres evolucionaron cuerpos cada vez más grandes para conservar energía, mantener la temperatura corporal y defenderse de depredadores. Algunos incluso desarrollaron armaduras naturales, como placas óseas similares a las de los armadillos, otra rama cercana de su familia biológica. Su tamaño los convirtió en ingenieros del paisaje: escarbaban cuevas, removían suelos, alteraban ecosistemas enteros.

Los perezosos adoptaron formas y estilos de vida sorprendentes: desde diminutas especies arbóreas hasta colosos terrestres, e incluso algunos que combinaban la vida entre ramas y suelo firme
Los perezosos adoptaron formas y estilos de vida sorprendentes: desde diminutas especies arbóreas hasta colosos terrestres, e incluso algunos que combinaban la vida entre ramas y suelo firme. Ilustración: Diego Barletta

La paradoja del coloso

Durante más de 20 millones de años, los perezosos mantuvieron un equilibrio entre tamaño y estilo de vida. Pero algo cambió drásticamente hace unos 14 millones de años. Un evento volcánico de escala continental arrasó con parte del noroeste de América. Se liberaron enormes cantidades de gases de efecto invernadero que provocaron un calentamiento global. Las temperaturas subieron, los bosques se expandieron y el mundo se volvió más húmedo.

La respuesta evolutiva fue inmediata: los perezosos redujeron su tamaño. En ambientes más cálidos y frondosos, donde moverse entre árboles resultaba más viable y el calor limitaba la capacidad de conservar energía, ser pequeño era una ventaja. Esta tendencia, documentada en fósiles de distintas regiones, se revirtió tiempo después, cuando el planeta volvió a enfriarse durante el Pleistoceno.

Con el frío regresaron los gigantes. Los paisajes abiertos volvieron a dominar y los colosos de tierra firme ocuparon de nuevo el protagonismo. Pero esta segunda era dorada duraría poco. Alrededor del 13.000 a.C., en plena glaciación, los perezosos comenzaron a desaparecer uno tras otro.

El factor humano

El estudio descarta que el clima, por sí solo, provocara la extinción de los perezosos gigantes. De hecho, estas criaturas ya habían superado varios ciclos de calentamiento y enfriamiento en el pasado. Lo que no habían enfrentado era a un nuevo y letal depredador: el ser humano.

Los primeros grupos humanos llegaron al continente americano hace unos 15.000 años, coincidiendo con las fechas más recientes en las que se encuentran fósiles de perezosos gigantes. En un entorno donde las presas grandes ofrecían mucha carne, pero poca defensa, los perezosos terrestres se convirtieron en blancos fáciles. Eran lentos, mal adaptados a la huida, y sus garras, aunque enormes, no eran eficaces para el combate. Además, tenían tasas reproductivas bajas y requerían mucho espacio para sobrevivir.

En apenas unos milenios, el coloso desapareció. Solo los pequeños perezosos de las copas de los árboles lograron sobrevivir, refugiados en la espesura tropical. Incluso estos no escaparon por completo: algunas especies insulares resistieron en el Caribe hasta hace apenas 4.500 años, cuando volvieron a coincidir con la expansión humana por las islas.

Una lección para el presente

El nuevo estudio no es solo una reconstrucción del pasado. Es también un espejo que refleja los dilemas del presente. En un mundo donde la crisis climática y la actividad humana amenazan cada vez más especies, entender cómo un linaje tan exitoso colapsó puede ofrecer claves para evitar catástrofes similares.

La diversidad perdida de los perezosos —desde especies nadadoras hasta excavadoras— muestra que la evolución es capaz de generar soluciones fascinantes. Pero también advierte que ni siquiera los gigantes sobreviven a una combinación letal de presiones externas. Y en esa lección, quizás, radique la clave para conservar lo que queda.

Referencias

Cortesía de Muy Interesante



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