Hace prácticamente dos décadas, la coreógrafa Olga de Soto abordaba los primeros pasos de la creación de su pieza histoire(s) preguntándose acerca del papel de los creadores contemporáneos en las relecturas de los hitos de la historia. ¿Cómo contamos las piezas del pasado? ¿Qué legados tienen una huella en nuestro presente y cómo los transformamos y los proyectamos hacia el futuro?
Si las reflexiones y debates sobre la conservación y reinterpretación de las artes visuales, la literatura o la arquitectura resultan ya de por sí complejas, mayor problemática presentan los repertorios de la danza, en cuya percepción histórica se mezclan lo material y lo efímero, la fisicidad de los cuerpos de ayer y hoy, la dificultad de trazabilidad de sus movimientos.
Ya apuntaba a esta paradoja otro gran coreógrafo, Steve Paxton, cuando señalaba la capacidad de la danza de escapar a lo que sobre ella se ha escrito, pese a la necesidad de recurrir a atraparla en palabras con las que darle un sentido, un lugar en el tiempo y en el espacio, un orden en los relatos de la historia.
La danza y su lugar en la historia: entre lo efímero y lo material
Con todo, resulta fundamental desarrollar métodos y herramientas de investigación que permitan generar un conocimiento sobre la historia de la danza. Pese a la importancia que esta disciplina artística ha tenido en la configuración de identidades e imaginarios –pensemos, por ejemplo, en el papel del flamenco, que hace unos años fue designado patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco–, su presencia es aún muy limitada en universidades y centros de investigación.

Su dependencia de lo físico –y de ahí el argumento tantas veces esgrimido de una supuesta menor dependencia de lo intelectual–, su vinculación con la práctica, así como su inscripción predominante en el territorio de lo femenino son algunos factores que explican la tradicional falta de atención a un medio que, por el contrario, contiene un enorme potencial de entendimiento de las construcciones culturales, la corporalidad, la gestualidad y otros rasgos colectivos.
Conocer nuestra historia, también en lo que afecta a los cuerpos danzantes, nos permite entender de manera más profundizada sus códigos, símbolos y capas de significado. La danza es política y es personal; los cuerpos se mueven en el tiempo y en el espacio, de manera individual y en la colectividad, y expresan identidades que tienen que ver con el género, la etnia, la clase o la nacionalidad, entre otras.
Los ritos cívicos y las raíces
En el acto de bailar colectivamente podemos entrever miradas a la Antigüedad grecolatina desde sus ritos cívicos y encontrar las raíces de un género como el de la pantomima, central en la escena occidental desde el mundo romano. Objeto de filias y fobias, las centurias medievales son testigo de su pervivencia en los rituales cristianos, islámicos y judíos, al tiempo que en las monarquías europeas los maestros de baile acaparan un poder respaldado poco después por las primeras formas de notación coréutica conservadas: el movimiento se podía atrapar en signos escritos para asegurar su reproducción, circulación y conservación.
Es, de hecho, esta aparente contradicción –la de fijar el movimiento para hacerlo circular– una constante que atisba la panorámica general de los siglos siguientes entre las distintas poblaciones europeas. El viaje de maestros e intérpretes, junto a tratados y corpus coreográficos, dibuja un mapa de conexiones e intercambios constantes sobre los que se sostiene buena parte de la política cultural que siempre ha hecho de la danza una herramienta de propaganda primordial.
Es así como las cortes renacentistas y barrocas articularon todo un aparato espectacular en el que la danza enarboló una posición clave en diálogo con el resto de disciplinas artísticas que configuraron cada puesta en escena. Así también se usó en el establecimiento del sistema colonial desde las monarquías europeas. El epítome de aquel despliegue lo encarnó el rey Luis XIV de Francia como protagonista de numerosos ballets en representación de su poder dominante.

Articular lenguajes distintos
Lo curioso es que, a pesar del dinamismo de esos circuitos escénicos, de la propagación de sagas de famosos bailarines por los escenarios más prestigiosos, a su vez, en cada territorio, se recurrió a las danzas para codificar sus respectivas identidades. Su apertura y potencial como arma de comunicación se utilizaron para remarcar la diferencia, para articular lenguajes distintos.
Y al igual que sucedió con otras manifestaciones artísticas, los relatos sobre los nacionalismos que motivaron tantas creaciones en el despegar del Romanticismo también recayeron en los bailes populares, el folclore y su permeabilidad en formas escénicas como el ballet. Obras como Giselle o La Sílfide no solo transportaron a los espectadores a otros mundos de lo invisible –hadas, espíritus y fantasmas encarnadas por etéreas bailarinas sobre las puntas–, sino que también evocaron culturas de la lejanía a través de los orientalismos.
A lo largo del siglo XIX, precisamente esa mirada hacia la cultura española como exótica y orientalista acabó condicionando la configuración de la danza bolera y su posterior eclipse por el desarrollo del flamenco. Desde entonces y hasta la actualidad, la danza ha estado intrínsecamente asociada a la construcción de su identidad nacional y sus imaginarios.

“Artes mágicas del vuelo”
La relevancia de las fuentes escritas y gráficas en la investigación en danza se complementa, en el filo de la nueva centuria, con la aparición de filmaciones de algunas piezas. Fue de hecho una bailarina española, Carmen Dauset, la Carmencita, la primera mujer de la que se conservan apenas unos minutos de baile datados en 1894. A partir de las décadas siguientes, la voz de los creadores se ha ido sumando con mayor presencia a la de críticos e historiadores, para componer un relato coral de estas “artes mágicas del vuelo”, como las llamó José Bergamín.
Desde las vanguardias históricas a la posmodernidad, coreógrafas e intérpretes han tenido una responsabilidad central en el cuestionamiento de los sistemas, las jerarquías y los cánones, para contribuir a la apertura, la diversidad y la alternativa en la escritura de nuevos relatos. La globalización, las reflexiones sobre el archivo y las posibilidades que abre la tecnología son aspectos que están condicionando el pensamiento y la creación actual.
Sea como canon o contracanon, desde lo clásico a lo contemporáneo, la generación de conocimiento en torno al arte del cuerpo en movimiento debe ganar mayor presencia en las lecturas e interpretaciones, consolidar su presencia en contextos formativos y especializados y recibir el respaldo de instituciones y medios que ayuden a difundir la enorme riqueza cultural de esas historias aún por bailar y por escribir.
Idoia Murga Castro
Doctora en Historia del Arte

Cortesía de Muy Interesante
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