La historia de la colaboración española con los estadounidenses para llevar un hombre a la Luna comenzó a partir de la buena relación existente en los años 50 –en intercambios de información y de personal para formación– entre el Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (INTA) español y el precursor de la NASA, el Comité Asesor Nacional para la Aeronáutica (NACA).
El primer acercamiento
La necesidad de establecer una estación de comunicación en territorio español para los vuelos tripulados de la misión Mercurio estaba ya contemplada por el NACA antes de la creación de la NASA, el 29 de julio de 1958. Los acuerdos comenzaron a acelerarse a raíz de la visita a España, en 1959, del presidente Dwight D. Eisenhower, quien rompió con el aislacionismo de la dictadura franquista para aprovechar la situación estratégica de las islas Canarias y establecer las bases del primer acuerdo de colaboración con la institución española fundada por el físico e ingeniero Esteban Terradas en 1942. Fue en ese contexto donde el término aeroespacial pasó a reemplazar a la palabra aeronáutica en la última letra del acrónimo INTA.
Desde Maspalomas hasta la Luna
La NASA empezó su programa de colaboración con España en Maspalomas (Gran Canaria), donde se construyó para su misión Mercury, a partir de 1961, la primera estación espacial de la agencia norteamericana en suelo español.
El lugar de establecimiento de esta estación cumplía con varias características técnicas: tenía la misma latitud que Cabo Cañaveral –el lugar de lanzamientos de Florida–, permitía determinar el punto de caída en caso de abortar el lanzamiento e, incluso, proceder al rescate de los astronautas por parte de la Marina española.
Fue operada por estadounidenses de la empresa Bendix y durante las misiones Mercurio no se cedió el convenio de operación a trabajadores del INTA, excepto en cierta ayuda a la navegación y, posteriormente, en electricidad y electrónica, a cargo de Hermenegildo Marín Aráez y Manuel Bautista Arana, militares e ingenieros aeronáuticos.
Mayor tecnología y seguridad
En el caso de la misión Gemini, con la vida de dos astronautas en juego, se empezó a exigir mayor seguridad y calidad mediante redundancia de equipos, un mayor apantallamiento de las interferencias y la colocación de telescopios que alertaran del riesgo de radiación solar –dentro de la red global Solar Particle Alert Network (SPAN)–.
Para evitar interferencias de la zona turística de Maspalomas, la estación fue desplazada unos 4 km desde su emplazamiento original, a la vez que aumentaba el personal español: de cara a la preparación del programa Apolo, los trabajadores patrios pasaron de veinticinco a sesenta.
Para el programa lunar por excelencia, se estableció la Red de Vuelos Espaciales Tripulados (MSFN, por sus siglas en inglés), compuesta por once estaciones secundarias con antenas de 9 metros –entre las que estaba Maspalomas–, además de cinco barcos usados en la reentrada para el seguimiento y las comunicaciones con el módulo de mando de las naves Apolo y ocho aviones de apoyo para el lanzamiento y la reentrada.
También fue necesaria la colocación adicional de tres antenas más rápidas en giro y de mayor diámetro –unos 26 metros– a fin de que se encargaran de mantener las comunicaciones con los astronautas a su salida de la órbita terrestre, en la fase de inyección translunar (LTI, en inglés), algo nunca antes conseguido.
Red para misiones tripuladas y no tripuladas
Las estaciones MSFN con grandes antenas se ubicaron estratégicamente en todo el mundo: aproximadamente a 40º de latitud y separadas entre sí 120º longitudinales sobre el globo terráqueo para poder obtener cobertura de comunicación con la Luna durante las veinticuatro horas del día. Estaban situadas en Fresnedillas (Madrid), Goldstone (California) y Honeysuckle Creek (Canberra, Australia).
La estación de Fresnedillas –ubicada 50 km al oeste de la capital, entre las localidades de Fresnedillas de la Oliva y Navalagamella– inició sus labores de operación con el Apolo 7, el 4 de julio de 1967. La NASA También estaba interesada en crear una red para misiones no tripuladas de espacio profundo. El estudio de la ubicación de esas antenas se empezó durante el mes de enero de 1963.
El Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) organizó una visita a España para estudiar el establecimiento de futuras estaciones espaciales en nuestro país. Por parte del INTA asistieron, entre otros, Manuel Bautista, ya labrándose el camino como jefe de Estaciones Peninsulares.
El sello español en la alianza espacial
Durante ese año se inspeccionaron diversas zonas de España: Sevilla, Toledo, Granada y la Sierra Oeste de Madrid. Finalmente se decidió situarlas en esta última zona debido a la concavidad de la orografía, que prevenía interferencias electromagnéticas artificiales. Además, la situación de cercanía a un gran aeropuerto internacional –Barajas– y a una base estadounidense –Torrejón de Ardoz– podía proporcionar rápidamente recursos materiales de la NASA.
El acuerdo se firmó a finales del 64, y así nació la estación redundante Apollo Wing –o Ala–, ubicada a 10 km de distancia, en Robledo de Chavela. Aquella antena se denominó JPL DSS-61, y corresponde al actual Complejo de Comunicaciones con el Espacio Profundo de Madrid (MDSCC, en inglés).
Su primera misión fue la Mariner 4, en julio de 1965. La DSS-61 estaba conectada con Fresnedillas a través de un enlace de microondas que permitía a esta última estación procesar ciertos datos que se recibían en Robledo de Chavela. La redundancia fue clave en las fases de separación del módulo lunar y el módulo de mando del programa Apolo.
Por último, la estación de Cebreros, denominada posteriormente DSS-62, fue emplazada a unos 12 km al oeste de la de Robledo y era prácticamente una copia de esta. Precisamente, como era muy similar a una estación ya existente, se pudo construir en un tiempo récord y quedó totalmente operativa el 27 de diciembre de 1966. Las estaciones eran totalmente autónomas, con todos los servicios auxiliares necesarios. Contaban con su propio abastecimiento de agua y energía, carpintería, cocina…
El personal para las estaciones españolas
Los trabajadores que proporcionaban servicios menos cualificados pertenecían a los pueblos de la zona, pero el personal técnico fue más difícil de contratar. Se buscó a españoles en el extranjero con un buen nivel de inglés. Al principio, el control de las estaciones estuvo en manos estadounidenses, pero el convenio de colaboración con el INTA establecía el reemplazo del personal norteamericano por los científicos e ingenieros españoles.
Este no sucedió hasta el retorno del Apolo 17 –a finales de 1972–, pero no fue porque los estadounidenses no se fiaran de la competencia de los españoles –Cebreros, dirigida por José Manuel Urech, había sido escogida como la mejor estación de la red de espacio profundo durante dos años consecutivos, en el 70 y 71–, sino porque la vida en España les atraía mucho más que volver a los desiertos americanos.
Cortesía de Muy Interesante
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