En el curso de la historia, las mujeres han tenido que luchar para poder acceder a derechos que hoy consideramos básicos, como el voto, el divorcio y la educación. Algunas de ellas fueron pioneras, como Elena Lucrezia Cornaro Piscopia. La historia de Elena Lucrezia Cornaro Piscopia representa un hito fundamental en la lucha de las mujeres por el acceso a la educación superior. En una época en la que las universidades se erigían como bastiones de dominio masculino y las mujeres estaban excluidas sistemáticamente de los estudios avanzados, esta erudita veneciana logró lo impensable: doctorarse en filosofía por la Universidad de Padua en 1678.
Orígenes y entorno familiar
Elena Lucrezia nació el 5 de junio de 1646 en el palacio familiar de San Luca, en Venecia, en el seno de una familia noble, aunque no aristocrática en sentido estricto. Su padre, Giovanni Battista Cornaro Piscopia, había comprado el título de procurador de San Marco, uno de los cargos más prestigiosos de la República de Venecia, lo que garantizaba a sus hijos un acceso privilegiado a la vida pública y cultural de la ciudad. Su madre, Zanetta Boni, era de origen humilde. Aunque no se casó con Giovanni Battista hasta después del nacimiento de varios de sus hijos, Elena fue reconocida oficialmente y criada con los mismos derechos que los demás.
Desde su niñez, Elena mostró un talento excepcional para el estudio, que su padre supo reconocer y fomentar. En una época en que la educación femenina se limitaba a la formación doméstica o religiosa, ella recibió clases privadas de algunos de los mejores intelectuales de Venecia. Estudió griego, latín, hebreo, español, francés y árabe, así como matemáticas, astronomía, música, lógica y filosofía.

Una vocación intelectual temprana
A los siete años, Elena Lucrezia Cornaro Piscopia ya traducía textos clásicos y dominaba el latín con fluidez. Esta capacidad natural la hizo destacar entre sus coetáneos. Su formación humanística se reforzó con estudios científicos, algo inusual incluso entre los varones nobles de la época. Entre sus tutores, figuraron personalidades como el sacerdote Giovanni Fabris y el helenista Giovanni Valier, quienes la guiaron en sus estudios filológicos y filosóficos.
A partir de 1665, comenzó a adquirir notoriedad en los círculos académicos de Venecia y Padua por sus disputas filosóficas y sus intervenciones públicas, en las que defendía tesis escolásticas y platónicas con una soltura que causaba admiración. Su fama trascendió las fronteras de la República de Venecia y llegó a oídos de numerosos estudiosos europeos, que intercambiaron correspondencia con ella.

El camino hacia el doctorado
En 1677, su tutor Valier, que ya era obispo y más tarde sería nombrado cardenal, presentó su candidatura para obtener el doctorado en teología en la Universidad de Padua, una de las más prestigiosas de Europa. Sin embargo, el patriarca de Venecia, cardenal Gregorio Barbarigo, se opuso de manera tajante. Para ello, argumentó que no era decoroso que una mujer ejerciera un papel público como el de doctora en teología. Esta negativa, motivada por prejuicios sexistas y religiosos, puso de manifiesto las limitaciones estructurales a las que se enfrentaban incluso las mujeres más brillantes.
Tras una serie de negociaciones tensas y prolongadas, por fin se autorizó a Elena a obtener el doctorado, pero no en teología, sino en filosofía. Aunque este campo también estaba reservado a los varones, se consideraba menos ligado a la autoridad eclesiástica.

La ceremonia de graduación en 1678
El 25 de junio de 1678, Elena Lucrezia Cornaro Piscopia se convirtió en la primera mujer en la historia en recibir un título universitario, concretamente el doctorado en filosofía. La ceremonia tuvo lugar en el Aula Magna del Palazzo del Bo, sede histórica de la Universidad de Padua. El acontecimiento atrajo a una gran multitud de estudiantes, profesores, senadores venecianos y autoridades eclesiásticas.
Durante el acto, Elena defendió con brillantez una disertación en latín sobre diversas cuestiones filosóficas y lógicas. Según los testigos, su intervención fue tan impecable que recibió la ovación de pie por los asistentes, quienes reconocieron la magnitud del momento histórico que presenciaban.
Al final de la ceremonia, se le colocó la corona de laurel en la cabeza, símbolo del conocimiento y la dignidad académica, mientras se entonaban himnos de alabanza. Se le entregó también el anillo doctoral, el libro y el manto que la identificaban como doctora. Desde ese instante, Elena Cornaro pasó a formar parte del selecto grupo de intelectuales reconocidos de forma oficial por una universidad europea, algo sin precedentes, hasta entonces, para una mujer.

Una vida consagrada al saber
Tras obtener el título, Elena no ocupó cargos docentes, como tampoco lo hicieron muchas otras mujeres doctas de su época, en parte porque no se les permitía y en parte por sus propias decisiones personales. En su caso, eligió llevar una vida de estudio, devoción religiosa y servicio a los pobres. Fue oblata benedictina, aunque sin profesar votos formales, lo que le permitió vivir en el mundo mientras se dedicaba a actividades piadosas y académicas.
Compuso tratados filosóficos, textos teológicos y traducciones, aunque muchas de sus obras no se han conservado. También fue una consumada música. Además de tocar el clavicémbalo, el arpa y el violín, compuso piezas sacras. Fue miembro de varias academias intelectuales, como la Accademia dei Ricovrati de Padua, en la que participó activamente con discursos en griego y latín.
Murió el 26 de julio de 1684 en Padua, con solo 38 años, a causa de una tuberculosis. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Giustina, donde aún hoy se conserva su tumba con una inscripción que recuerda su legado. En el epitafio se lee: “Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, mujer doctísima, gloria de su sexo”.

Un legado duradero
La figura de Elena Cornaro marcó el inicio de una lenta, pero irreversible transformación. Aunque su caso siguió siendo una excepción, durante siglos se la citó como ejemplo de sabiduría femenina y prueba de que el talento intelectual no está condicionado por el género.
En la actualidad, es un referente ineludible en los estudios de historia de la educación y de género. La Universidad de Padua, en su octavo centenario, le ha rendido homenaje con monumentos, publicaciones y actividades conmemorativas. Su retrato adorna diversas salas académicas, mientras que su nombre figura entre las personalidades más ilustres de la historia cultural de Europa. La vida de Elenera Cornaro demuestra que, incluso en contextos de profunda adversidad, la inteligencia y la determinación pueden abrir caminos antes inimaginables.
Referencias
- Bettella, Patrizia. 2018. “Women and the Academies in Seventeenth-Century Italy: Elena Lucrezia Cornaro Piscopia’s Role in Literary Academies”. Italian Culture 36.2: 100-119. DOI: https://doi.org/10.1080/01614622.2018.1437249
- Maschietto, Francesco Ludovico. 1978. Elena Lucrezia Cornaro Piscopia (1646-1684) prima donna laureata nel mondo. Editrice Antenore.
Cortesía de Muy Interesante
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