En San Ciprián, una localidad española de apenas 2,000 habitantes en la provincia de Lugo, existe una enorme balsa de lodos rojos. Desde 1980, esta comunidad alberga la planta Alcoa San Ciprián, un complejo dedicado a la producción de aluminio que da empleo a más de 1,000 personas.
Justo al lado de esta planta se encuentra la balsa que contiene un compuesto extremadamente tóxico. A pesar de los riesgos medioambientales, recientemente recibió permisos para ampliarse. En este sitio se depositan los residuos del proceso de extracción de aluminio a partir de la bauxita.
Como parte del tratamiento de la bauxita, se utilizan productos químicos para separar el aluminio del resto de los componentes. Esto genera un barro rojo denso cuyo color proviene del alto contenido de hierro. Al no tener utilidad industrial, estos residuos se almacenan en grandes balsas.
El propósito de estas estructuras es evitar que los residuos se filtren al suelo o a fuentes de agua, ya que son altamente contaminantes por su composición. Su nivel de alcalinidad es tan elevado que puede quemar todo a su paso. En caso de mezclarse con acuíferos, alteran la calidad del agua y afectan la vida de los organismos. Por eso se requieren infraestructuras especiales que eviten fugas con potencial de dañar el medio ambiente.
El poder de Alcoa y el dilema ecológico
La empresa estadounidense Alcoa es la tercera mayor productora de aluminio del mundo. Tiene la capacidad de generar 1.5 millones de toneladas de alúmina al año, que destina tanto a sus propias plantas como a otros clientes en las industrias química y cerámica.
En el caso del aluminio, la producción anual ronda las 228,000 toneladas. En la última década, se han invertido aproximadamente 200 millones de dólares en el complejo de San Ciprián.
La continuidad de la planta se ha reforzado gracias a un acuerdo con la empresa energética Ignis. En octubre de 2024, ambas compañías decidieron mantener la operación si se conseguían los permisos para obtener energía de parques eólicos en la región, con el fin de reducir emisiones de CO₂. Sin embargo, esto no elimina el problema de los residuos.
La fábrica genera los desechos que se almacenan en una balsa que, por su tamaño, supera incluso la extensión de los pueblos vecinos. Esta estructura ha generado preocupación por los riesgos asociados.
Tiene una superficie total de 82 hectáreas, equivalente a unos 120 campos de fútbol, y un muro de contención de 80 metros de altura. Cada año, esta piscina industrial recibe 1.5 millones de toneladas de lodos rojos. Los vecinos han denunciado que el viento arrastra residuos hacia sus fincas, que las lluvias provocan filtraciones y que estos efectos han derivado en la muerte de animales, la contaminación del suelo y demandas de compensaciones económicas para abandonar la zona.
A pesar de las advertencias, se autoriza su ampliación
El conflicto no ha estado exento de controversia. A pesar de que Alcoa buscaba permisos para ampliar la balsa, y de que existía una Declaración de Impacto Ambiental que pretendía frenar el proyecto, esta no logró impedir su aprobación.
Los argumentos de ecologistas sobre los peligros del flúor y otras sustancias contaminantes para el suelo, el agua y los seres vivos no fueron suficientes para detener la expansión. El depósito fue considerado “infraestructura clave para la actividad del complejo industrial”.

Más allá de las denuncias vecinales, el almacenamiento de estos residuos ya ha causado accidentes en países como Hungría y Brasil, donde quedó de manifiesto el alto riesgo que representa este tipo de instalaciones.
Como posible solución, existen proyectos, algunos en México, que buscan reciclar el lodo rojo para obtener acero, lo que permitiría vaciar estas balsas y producir acero verde. Sin embargo, este proceso aún enfrenta limitaciones, sobre todo por la necesidad de generar hidrógeno verde como parte de la cadena de producción.
Cortesía de Xataka
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