Pocas experiencias playeras resultan tan molestas como recibir una inesperada mancha blanca en la cabeza mientras se disfruta del sol. Lo que parece un accidente desafortunado es, en realidad, parte de un comportamiento mucho más complejo de lo que cualquiera sospecharía. Un reciente estudio científico demuestra que ciertas aves marinas han desarrollado un hábito tan peculiar como regular: solo defecan mientras vuelan, nunca cuando descansan en el agua.
La investigación, publicada en Current Biology en 2025, se centra en el comportamiento de los pardelas sombrías (Calonectris leucomelas), unas aves marinas abundantes en aguas del Pacífico occidental. Los resultados no solo confirman que estas aves mantienen un ritmo sorprendentemente constante para expulsar sus desechos, sino que abren la puerta a entender su papel ecológico y hasta sus riesgos sanitarios. Como señaló el investigador principal, Leo Uesaka, “las heces son importantes, pero la gente realmente no piensa en ellas”.
Un hallazgo inesperado en plena investigación
El objetivo inicial del equipo japonés no era observar el baño aéreo de las aves. El proyecto pretendía estudiar cómo las pardelas logran despegar desde la superficie del mar, un proceso que exige un gran gasto de energía. Para ello, colocaron pequeñas cámaras en el abdomen de varios ejemplares, con el fin de registrar la coordinación de sus patas y alas en los despegues.
Sin embargo, al revisar las grabaciones, apareció un patrón imposible de pasar por alto. Las aves expulsaban excrementos cada pocos minutos y siempre en vuelo, incluso cuando habían estado posadas en el agua. Según el propio Uesaka, “me sorprendió lo frecuentes que eran las deposiciones… pensé que era gracioso al principio, pero resultó ser interesante e importante para la ecología marina”.
Este giro fortuito en la investigación convirtió a un estudio sobre biomecánica en un trabajo pionero sobre los ritmos de excreción de aves marinas en alta mar.

Un reloj biológico muy puntual
Los datos recogidos con las cámaras revelaron que las pardelas siguen un intervalo regular de entre 4 y 10 minutos para defecar. Lo más llamativo es que, aun cuando descansan sobre el agua, interrumpen la pausa para alzar el vuelo y evacuar en pleno aire. Este comportamiento, observado en más de 200 eventos registrados, sugiere que no es un gesto al azar, sino una estrategia adaptativa.
El estudio calculó que estas aves expulsan unos 30 gramos de heces por hora, lo que equivale a aproximadamente un 5 % de su masa corporal. La regularidad del proceso es tan marcada que los investigadores hablan de un verdadero “ritmo de excreción periódico”. Aunque aún no se sabe con certeza la razón biológica detrás de esta pauta, todo apunta a que cumple varias funciones vitales.

Posibles razones evolutivas
Entre las hipótesis propuestas se encuentran tres especialmente relevantes. En primer lugar, evitar ensuciar sus propias plumas: si las aves defecaran mientras flotan, el riesgo de que los desechos quedaran adheridos al plumaje sería alto, con consecuencias negativas para su capacidad de vuelo e impermeabilidad.
En segundo lugar, podría tratarse de una estrategia para reducir la atracción de depredadores. Una mancha en el agua puede delatar la presencia de un ave descansando, mientras que en pleno vuelo los restos caen en el mar y se dispersan rápidamente. Finalmente, algunos especialistas plantean que resulta físicamente más sencillo defecar en vuelo que en reposo, dado que la postura de flotación limita ciertos movimientos musculares.
La combinación de estas ventajas explicaría por qué, incluso con el elevado gasto energético de despegar varias veces, las aves siguen prefiriendo evacuar en pleno aire.
Consecuencias para los ecosistemas marinos
Lo que podría parecer una simple curiosidad tiene un trasfondo mucho más amplio. Las heces de aves marinas son ricas en nitrógeno y fósforo, dos nutrientes esenciales para la vida marina. Al caer al océano, estos elementos pueden servir de fertilizante para el fitoplancton, base de la cadena trófica marina.
Con una población estimada de más de 400 millones de pardelas y especies afines, la cantidad de materia orgánica que devuelven al mar es gigantesca. Según los investigadores, esta aportación podría desempeñar un papel crucial en la productividad de amplias zonas del océano. Así, un gesto tan cotidiano para las aves podría estar sosteniendo indirectamente a peces, mamíferos marinos e incluso a las comunidades humanas que dependen de la pesca.
Riesgos asociados a las deposiciones
Aunque las heces tienen un valor ecológico, también implican riesgos sanitarios. El equipo de investigación recuerda que los excrementos son una de las principales vías de transmisión de la influenza aviar y otras enfermedades infecciosas. Comprender con detalle cómo, dónde y con qué frecuencia defecan estas aves puede ayudar a prever la propagación de patógenos en poblaciones silvestres y, eventualmente, su impacto en granjas costeras o incluso en humanos.
En este sentido, el estudio abre un nuevo campo para la vigilancia epidemiológica, ya que los hábitos regulares de excreción pueden ser un indicador de rutas de contagio. No se trata solo de una anécdota graciosa, sino de un dato con valor para la salud pública.
Una técnica ingeniosa para mirar el comportamiento animal
Otro aspecto llamativo del estudio es la metodología empleada. Colocar cámaras minúsculas, del tamaño de una goma de borrar, en el abdomen de las aves permitió captar imágenes únicas de su comportamiento. Aunque el objetivo era estudiar sus despegues, estas grabaciones ofrecieron una ventana inédita a su vida cotidiana.
Esta técnica no solo abre la puerta a investigar el hábito de defecar en vuelo, sino también otros aspectos del día a día de las aves marinas: cómo se alimentan, qué trayectorias siguen o qué interacciones sociales mantienen. La biología de campo se está transformando gracias a estas microtecnologías, que acercan a los investigadores a comportamientos imposibles de observar a simple vista.
Lo que queda por descubrir
A pesar de los avances, los científicos reconocen que aún desconocen la razón última del comportamiento. Como señaló Uesaka, “no sabemos por qué mantienen este ritmo de excreción, pero debe haber una razón”. Los próximos pasos incluyen usar dispositivos con mayor autonomía y GPS integrado, para mapear con precisión los lugares donde las aves liberan sus excrementos.
El equipo espera que estos datos aclaren hasta qué punto la fertilización marina depende de este aporte biológico y si otras especies, como los albatros, siguen patrones similares. Así, lo que comenzó como una observación casual puede convertirse en una pieza clave para comprender los equilibrios ecológicos del océano.
Más que una molestia
La próxima vez que un turista en la playa se lamente por haber sido “blanco” de una gaviota o pardela, conviene recordar que detrás de esa anécdota se esconde un proceso evolutivo y ecológico complejo. Lejos de ser un simple accidente, ese excremento forma parte de una estrategia de supervivencia y, al mismo tiempo, de un ciclo natural que nutre al mar.
Como resume el propio Uesaka, “las heces son importantes, pero la gente realmente no piensa en ellas”. Quizá sea hora de empezar a hacerlo, porque incluso los aspectos menos agradables de la naturaleza tienen un papel esencial en el funcionamiento del planeta.
Referencias
- Leo Uesaka et al. Periodic excretion patterns of seabirds in flight. Current Biology (2025). DOI: 10.1016/j.cub.2025.06.058.
Cortesía de Muy Interesante
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