Los huesos, al igual que los objetos enterrados y las antiguas estructuras arquitectónicas, guardan secretos del pasado. Ahora, en un notable hallazgo bioarqueológico de la antigua Malaca romana (actual Málaga), la investigadora Sonia López-Chamizo ha logrado reconstruir el estado de salud de una mujer de edad avanzada. El análisis de su esqueleto —hallado en la Tumba 6 de la necrópolis occidental de la ciudad— ofrece una visión excepcional sobre la experiencia del envejecimiento, la enfermedad y el cuidado en la Hispania romana entre los siglos II y III d. C. El diagnóstico osteobiográfico revela que esta mujer padeció afecciones como la escoliosis, la osteoartritis y la periodontitis, que produjeron limitaciones funcionales severas y una progresiva pérdida de autonomía en sus últimos años de vida.
Un contexto urbano y funerario de gran riqueza
El enterramiento se localizó en la calle Rosarito, en la zona occidental de la antigua Malaca, una ciudad próspera y cosmopolita cuya importancia como enclave portuario y comercial se reflejaba también en sus rituales funerarios. La tumba estaba construida con una estructura de tegulae a dos aguas y presentaba un ajuar dispuesto con sumo cuidado. Contenía una gran cantidad de objetos funerarios: lámparas romanas tipo Dressel 28, recipientes de vidrio Isings, ungüentarios, acus crinalis (agujas usadas como prendedores para el cabello) y elementos con posible valor apotropaico, como clavos y cristales.
El radiocarbono y los análisis genéticos sitúan la fecha de enterramiento entre los años 126 y 232 d. C., y hasn confirmado, además, que el individuo era una mujer con ascendencia ibérica, anatolia y púnica. Su inclusión en este espacio funerario bien equipado sugiere que la difunta fue una figura integrada y valorada en su comunidad, a pesar de las múltiples dolencias que marcaron su trayectoria vital.
El cuerpo y sus señales: el análisis osteopatológico
El estudio osteológico revela que la mujer tenía más de 60 años al momento de su muerte. Las lesiones óseas documentadas permiten identificar varias patologías crónicas que habrían condicionado de manera sensible su calidad de vida.
Escoliosis, osteoartritis y esclerosis
Padecía escoliosis torácica y lumbar, con una marcada deformación en la columna vertebral, desviaciones laterales de las vértebras y reacciones exostósicas en las articulaciones facetarias. También sufría osteoartritis en diversas regiones del esqueleto, sobre todo en la cadera, el sacro y las articulaciones vertebrales, lo que indica que padeció tanto dolor crónico como pérdida de movilidad. Además, se vio afecta de sacroileítis y esclerosis en las superficies articulares del sacro, vinculadas, quizás, a una infección crónica, como la brucelosis, aunque también compatibles con procesos degenerativos.
Hipoplasia y periodontitis
Los restos óseos han mostrado, igualmente, que padecía de serios problemas bucales. La anciana sufrió de periodontitis severa, con pérdida dental (incluyendo molares y premolares), caries y una exposición radicular de hasta 4 mm, lo que habría dificultado la alimentación y afectado su estado nutricional. Los invetsigadores también identificaron evidencias de hipoplasia del esmalte, indicador de episodios de estrés fisiológico durante la infancia, quizás vinculado al destete o a carencias nutricionales tempranas.
El patrón combinado de estas lesiones indica una trayectoria vital marcada por el dolor crónico, la movilidad reducida y la necesidad progresiva de asistencia en tareas cotidianas.

¿Qué nos dice la bioarqueología del cuidado?
La investigación aplica el marco metodológico conocido como bioarqueología del cuidado, con énfasis en el llamado índice de cuidado (Index of Care), un modelo analítico que permite valorar si las personas enfermas en contextos del pasado recibieron el apoyo social necesario para sobrevivir con sus dolencias. En este caso, el análisis concluye que la mujer habría necesitado ayuda sostenida durante años, tanto para desplazarse como para soportar el dolor y mantener su higiene básica.
Este hecho lleva a inferir la existencia de una red de cuidados activa: familiares, esclavos o cuidadores contratados podrían haberle proporcionado la atención necesaria. En el mundo romano, el cuidado no se limitaba a la medicina doméstica o al uso de hierbas, sino que incluía también prácticas rituales y protectoras, como el empleo de clavos o lámparas en los entierros, elementos que en este caso parecen haber tenido una función apotropaica o simbólica frente a la enfermedad.

Los rituales funerarios: expresión simbólica del cuidado
El tratamiento funerario que recibió esta mujer refuerza la interpretación bioarqueológica de que recibió cuidados durante su vida y un tratamiento respetuoso en su muerte. Los objetos hallados en la tumba remiten tanto a la vida cotidiana —visible en los ungüentarios, los peines y la vajilla— como a prácticas religiosas y protectoras. Las agujas para el pelo y otros objetos de aseo personal reflejan la importancia del autocuidado y la apariencia, incluso en la muerte.
Además, los clavos presentes en la tumba —algunos de los cuales se colocaron cerca del cráneo, el tórax y los pies— podrían relacionarse con ciertas tradiciones mágicas y terapéuticas de origen oriental y mediterráneo, como la práctica de “fijar” enfermedades o evitar que el espíritu del enfermo regresara. Este simbolismo, unido al origen posiblemente sirio-palestino de parte del ajuar, refuerza la idea de una identidad compleja y cosmopolita, propia de una ciudad abierta al Mediterráneo como Malaca.

Vivir enferma en la Hispania romana
La osteobiografía de esta ciudadana de la antigua Malaca proporciona una ventana única a la experiencia del envejecimiento en una sociedad antigua. En Roma, la vejez podía ser vista como una etapa de sabiduría y autoridad, pero también como una fase de declive físico y dependencia. La conjunción de múltiples enfermedades —tanto degenerativas como infecciosas—, en este caso, sugiere una vida marcada por el sufrimiento físico, pero también por la resiliencia personal y el sostén comunitario.
El hecho de que hubiese alcanzado una edad avanzada y recibido un entierro tan cuidado sugiere que la enfermedad no implicó, necesariamente, el aislamiento ni la marginación. La mujer de la Tumba 6 fue alguien que sufrió, fue cuidada en vida y honorada, tras su muerte, por la comunidad. Su historia encarna la complejidad de las relaciones humanas frente al dolor, la dependencia y la muerte en una sociedad antigua, y nos recuerda que la atención a los más vulnerables ha sido —y sigue siendo— una medida fundamental del tejido social.
Referencias
- López-Chamizo, Sonia. 2025. “Caring for the dead, understanding the living: bioarchaeology of care in a 2nd–3rd century CE burial from Roman Malaca”. Journal of Archaeological Science: Reports, 66: 105254. DOI: https://doi.org/10.1016/j.jasrep.2025.105254
Cortesía de Muy Interesante
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