Este es el verdadero origen del vino según los griegos: el mito de Dioniso, las ménades y la muerte de Ámpelo

Aunque hoy lo damos por hecho, la relación entre el ser humano y la vid no siempre fue tan cotidiana. Para los antiguos griegos, las uvas eran mucho más que fruta: eran vehículo de transformación, una ofrenda a los dioses y, sobre todo, el ingrediente fundamental de un brebaje sagrado que tenía el poder de alterar la mente, sanar el cuerpo e incluso romper las fronteras entre lo humano y lo divino.

El vino no era simplemente una bebida; era una sustancia ritual. Se bebía en los banquetes para celebrar la amistad, se ofrecía en libaciones a los dioses, se usaba en medicina y también en los cultos mistéricos más secretos. Y en el centro de todo este universo embriagante, bailaba una figura única del panteón griego: Dioniso, el dios del vino, del éxtasis, de la locura sagrada. Hijo de Zeus —y en ciertas versiones también nieto—, Dioniso no solo fue un dios fuera de lo común por sus orígenes, sino también por los mundos que representaba: lo irracional, lo salvaje, lo fértil, lo transgresor.

El vino, ligado a su figura, se convertía en una herramienta de liberación y conexión espiritual. Pero también podía desatar la furia, la violencia o la muerte si no se usaba con sabiduría. En los simposios, beber sin medida era visto como una falta de educación; por eso el vino se mezclaba con agua, y beberlo puro se consideraba una práctica bárbara. En un mundo donde el equilibrio era una virtud esencial, hasta el vino tenía que ser moderado. Salvo, claro, en los ritos de Dioniso.

Detrás de cada sorbo, había una historia. Algunas contaban tragedias amorosas que acababan en transformación vegetal —como la del joven Ámpelo convertido en vid tras su muerte—, otras narraban venganzas divinas que explicaban por qué no cualquiera podía tocar el vino sin consecuencias. Incluso los usos médicos del vino reflejaban esa dualidad entre placer y remedio: era un desinfectante, un analgésico, un bálsamo para heridas… pero también un desencadenante de excesos si se cruzaban ciertos límites.

Este universo en el que la vid y el vino se mezclan con dioses, castigos y revelaciones no es solo fascinante: es clave para entender la mentalidad griega antigua. Y no hay mejor forma de explorarlo que a través de uno de los capítulos del libro Plantas míticas: pociones y venenos de los jardines de los dioses, de la editorial Hestia, que compartimos hoy en exclusiva. Te invitamos a sumergirte en estas páginas y descubrir cómo una planta tan aparentemente simple como la vid dio forma a toda una cosmología.

Vid (Vitis vinifera), escrito por Ellen Zachos

Aunque a los griegos antiguos les gustaba comer alguna que otra uva o pasa como tentempié, la verdad es que cultivaban la vid principalmente para hacer vino, que era una parte esencial de su cultura. Y no era solo por el sabor o la fiesta: el vino era un regalo del dios Dioniso.

Dioniso tiene dos historias de origen. La menos conocida lo presenta como Zágreo, hijo de Zeus y Perséfone (sí, lo que significa que Zeus era a la vez su padre y su abuelo). En la Dionisíaca, un poema épico del siglo V d.C. escrito por el poeta griego Nono, se describe la seducción: Zeus se disfrazó de dragón y se le apareció a Perséfone en la noche. «Le lamió el cuerpo suavemente con labios enamorados. De esa unión con el dragón celestial, el vientre de Perséfone se hinchó con fruto viviente, y dio a luz al pequeño Zágreo con cuernos».

A Hera no le hizo ni pizca de gracia y ordenó a los Titanes que despedazaran a Zágreo y se lo comieran, cosa que hicieron sin problema. Pero Atenea intervino y logró salvar el corazón del niño, que Zeus luego implantó mágicamente en el cuerpo de la mortal Semele, quien dio a luz a Dioniso versión 2.0.

El laurel era también otro de los símbolos clásicos de la antigua Grecia
El laurel era también otro de los símbolos clásicos de la antigua Grecia. Foto: Wikimedia

Hablando de Semele, la mayoría de los expertos coinciden en que ella fue la madre de Dioniso. Pero, como de costumbre, Hera se puso celosa (porque Zeus había tenido otro hijo ilegítimo) y planeó su venganza. Fingió hacerse amiga de Semele y le metió la idea de que, si Zeus la amaba de verdad, debía mostrarse ante ella con su forma divina. Y claro, la gloria del inmortal Zeus era demasiado para una pobre mortal: Semele estalló en llamas. Zeus alcanzó a sacar a Dioniso del vientre en el último segundo y lo cosió a su propio muslo hasta que llegó el momento del parto. Con eso, Zeus se convirtió en padre y madre de Dioniso, lo que permitió que el niño fuera completamente inmortal. Porque recuerda: basta una gota de sangre mortal para que el hijo de un dios no pueda ser inmortal.

Algunos estudiosos sostienen que Dioniso en realidad venía de la India, Frigia o Tracia. Pero hay evidencia en Micenas que muestra su nombre escrito en tablillas de arcilla en Lineal B (la forma más antigua conocida del griego escrito), lo que prueba que ya se lo conocía como un dios griego hacia el 1400 — 1200 a.C. Aunque no fue parte del grupo original de los doce Olímpicos, varias versiones cuentan que Hestia, diosa del hogar, cedió su lugar en el Olimpo con toda la buena onda para que Dioniso pudiera unirse al grupo.

¿Y cómo acabó Dioniso siendo el dios del vino? Bueno, la vid lleva el nombre de Ámpelo, un joven tracio del que Dioniso estaba profundamente enamorado. En las Metamorfosis, Ovidio cuenta que Ámpelo murió recogiendo uvas, pero hay una versión más jugosa en el poema de Nono. Ahí se dice que Ámpelo estaba montado en un toro salvaje y se le ocurrió burlarse de Selene, la diosa de la luna. Selene se vengó haciendo que el toro lo corneara hasta matarlo. Dioniso quedó devastado. Tanto, que hasta Átropos —una de las tres Moiras, encargadas de decidir cuánto vive un mortal— se compadeció y transformó a Ámpelo en la primera vid, dándole una forma de inmortalidad.

Cuando Dioniso bebía el vino hecho con la vid de Ámpelo, se alegraba, sabiendo que su amado estaría siempre con él. El vino alivió el dolor de Dioniso… y el de todos los que lo bebieran.

Dioniso le regaló el arte de hacer vino a un ateniense llamado Icaro, que lo había recibido con hospitalidad. (La hospitalidad era cosa seria para los griegos antiguos. Véase el capítulo sobre el tilo). Icaro compartió su vino con unos pastores de la zona, pero nadie había probado el vino antes y nadie tenía idea de lo que era estar borracho. Así que, cuando los pastores empezaron a sentirse raros, pensaron que Icaro los había envenenado… y lo mataron. Quizás por eso, en la antigua Grecia se consideraba de bárbaros beber vino sin rebajar. Casi siempre se diluía con agua en proporciones variables, aunque lo más común era una parte de vino por tres de agua. Resultado: una bebida mucho menos alcohólica, y también menos propensa a terminar en tragedia.

En la Odisea, Ulises se une a «los hombres en el banquete del vino», y Telémaco le dice que «beba su vino entre los suyos». Casi mil años después, Plutarco, escribiendo sobre los symposia (esas famosas reuniones donde los atenienses se juntaban a comer, beber y arreglar el mundo), dijo: «El vino anima a algunos hombres, les da confianza y seguridad, pero no una arrogancia odiosa, sino algo agradable y encantador».

Eso sí, en la antigua Grecia, no todo el mundo podía disfrutar por igual del regalo de Dioniso. Los hombres griegos creían que las mujeres tenían una tendencia natural a la embriaguez, y los symposia eran prácticamente eventos solo para hombres. Las mujeres solo podían estar presentes como sirvientas, prostitutas, artistas o chicas del aulós (una especie de flauta), que solían ser esclavas. En la Odisea, lo más cerca que llega una mujer al vino es cuando prepara la copa para su señor y amo.

El vino no era solo una bebida para los antiguos griegos y romanos
El vino no era solo una bebida para los antiguos griegos y romanos. Foto: Istock/Christian Pérez

Quizá si las mujeres hubieran podido beber socialmente, no habrían acabado convirtiéndose en ménades, las seguidoras salvajes de Dioniso. Con las ménades no se jugaba. Eran mujeres que abandonaban sus «deberes femeninos» para seguir al dios del vino. Bebían, bailaban con éxtasis y sensualidad… y si alguien se atrevía a faltar al respeto a Dioniso, lo despedazaban sin dudarlo.

Además de ser una bebida embriagante, el vino se usaba con fines medicinales en la antigua Grecia. Los textos hipocráticos lo recetan para un montón de cosas. Por fuera, se aplicaba en heridas y fracturas, se usaba en cataplasmas para la histeria y servía para calmar un recto inamado (sí, así de específico). Para tratar la diarrea posparto, se mezclaba vino oscuro con uvas, granada, queso de cabra y harina. Y a los hombres que querían tener hijos se les recomendaba beber vino oscuro sin diluir… pero no tanto como para acabar borrachos.

La vid silvestre crece de forma natural en muchas regiones de Grecia, y hay evidencia arqueológica que demuestra la presencia de uvas desde el Pleistoceno, es decir, hace más de once mil años. En el norte de Grecia se han encontrado semillas que datan de entre el 4500 y el 2000 a.C., mostrando la transición de las uvas silvestres a las cultivadas. Para la Edad del Bronce (aprox. 3000 a 1200 a.C.), el cultivo de la vid ya estaba bien establecido. Y hacia el 300 a.C., Teofrasto escribió bastante sobre cómo cultivar uvas, dando consejos prácticos sobre cómo reproducirlas y plantar distintas variedades.

Algunos enófilos modernos menosprecian los vinos griegos, pero fueron los griegos quienes introdujeron por primera vez el cultivo de la vid a los romanos (hacia mediados del segundo milenio a.C.) y luego a Marsella (en lo que hoy es Francia), ciudad que fundaron alrededor del 600 a.C. Hoy en día, los vinos italianos y franceses son mucho más conocidos, pero los vinos griegos modernos están ganando reconocimiento y respeto. Algunas variedades de uva griegas con milenios de historia están siendo usadas hoy para producir vinos premiados, y países como Sudáfrica, Australia e Italia están empezando a plantar esas mismas variedades.

De hecho, puedes comprarte una botella del mismo vino tinto (Limnio) que usó Odiseo para emborrachar al cíclope Polifemo antes de matarlo con una lanza. Solo asegúrate de mantenerte lejos d de los objetos punzantes.

Libro Plantas míticas

Cortesía de Muy Interesante



Dejanos un comentario: