De Tijuana al Golfo de México
Gracias a Trump, es el muro más visible de todos: abre los telediarios. Un tercio de la frontera que separa Estados Unidos de México consiste en un muro físico. Son 1.100 kilómetros de los 3.185 que hay entre ambos países. Comienza en el océano Pacífico, en Tijuana, y termina en el Atlántico, en el Golfo de México, y serpentea sin descanso por los montes polvorientos de California, Arizona y Nuevo México.
Lo conforman placas de hierro oxidadas de 15 metros y viejos raíles de trenes que, en un primer momento, se usaron en la Guerra del Golfo (1991): para reconquistar Kuwait, Estados Unidos tapizó el Golfo Pérsico con estas enormes placas. De este modo, podían aterrizar los aviones. Cuando terminó el conflicto, se trasladaron al lugar en el que hoy se encuentran. De una guerra militar a otra táctica y económica, no menos palpable.
En otro tercio de la frontera se extiende un muro virtual, vigilado por cámaras, drones, sensores térmicos, rayos X y los agentes de la polémica Border Patrol (más de 20.000 personas que, a veces, encuentran ayuda espontánea de racistas, conocidos como minutemen, que se agrupan en milicias para proteger lo que consideran su mundo). Los desiertos de Sonora y Chihuahua, donde las temperaturas alcanzan los 50 grados, son el otro tercio del muro; lógicamente, el menos costoso de vigilar y en el que han muerto, intentando cruzarlo, alrededor de 8.000 migrantes en los últimos 20 años.
Muros de Belfast
Hace ya más de 25 años del acuerdo de paz entre católicos y protestantes –se firmó el Viernes Santo de 1998; de ahí que se conozca como Acuerdo del Viernes Santo–, hace 27 años que se acabó con los denominados troubles (problemas), y sin embargo siguen divididos por muros.
Conocidos como “muros de la paz” y de tipología variada (hay tramos más altos, otros más bajos, de ladrillo, de metal, con o sin puerta…), los comenzó a construir el ejército británico en 1969, cuando estalló el conflicto en Irlanda del Norte. La cruenta represión por parte de la policía de una manifestación en Derry de la Asociación por los Derechos Civiles fue determinante para ello. Con los muros se pretendía minimizar la violencia entre los dos segmentos de la población separando sus respectivos barrios. Una violencia que, a lo largo de los años, terminó cobrándose 3.500 vidas.
En la actualidad, los muros, tachonados de grafitis, consignas de ambos bandos y proclamas por la paz, parecen una fotogalería de la memoria del conflicto. Si cada calle, en sus diferentes escaparates, habla de la identidad de sus residentes (en Falls Road puede verse un homenaje a McGuiness, exjefe militar del IRA clave en el proceso de pacificación), cada mural habla del bando al que representa (por ejemplo: un enorme mural conmemora la victoria en 1690 de las tropas del rey de Inglaterra Guillermo III sobre el depuesto monarca católico Jacobo II).
Muro de Palestina
Tiene varios nombres: Il yidaar il fasel (muro de separación) para los palestinos, “barrera de seguridad” para los israelíes y “muro del apartheid” para los activistas. Israel comenzó a erigirlo con el argumento de que era necesario para evitar ataques terroristas en su territorio. Para levantarlo se destruyeron árboles y tierras de cultivo palestinas y se usurparon los suministros de agua, incluyendo el mayor acuífero de Cisjordania. Su construcción, junto con la confiscación de tierras y la destrucción del arbolado, comenzó en junio de 2002 al oeste de Cisjordania. La ONU y su Tribunal Internacional de Justicia lo han declarado ilegal, pero su ampliación no deja de avanzar; más del 80 % de su trazado discurre por tierra palestina.
“Con una longitud total de 810 km, ha costado 2.100 millones de dólares: más de dos millones de dólares por kilómetro”, informa la organización Stop the Wall. Compuesto en algunos tramos por una dura pared de hormigón de ocho a diez metros de altura (más de dos veces el Muro de Berlín), presente en Belén y en partes de Ramala, Qalqilya, Tulkarem y de todo el cinturón de Jerusalén, y por vallas electrificadas en otros, se extiende por Cisjordania y deja aislados a ocho pueblos palestinos. “Ven. Hago la ruta de Banksy, 10 euros”, decían en Belén allá por 2013, cuando el artista Banksy pintó grafitis sobre el hormigón como denuncia. Y el muro se convirtió en un tour turístico. Hoy, es un mero de espectador de la sinrazón y la destrucción de la guerra.
Muro del Sáhara
Levantado por Hasan II en los años ochenta, frente a los demás muros, parece inofensivo: una acumulación de tierra sin más. Pero nada es inocente en la historia (también nuestra) del Sáhara Occidental, constantemente relegada al olvido y fuera de las primeras páginas de los periódicos. En 1976, España abandonó su colonia del Sáhara Occidental y Marruecos y Mauritania se repartieron el territorio abandonado. El Frente Polisario, creado en 1973 para lograr la independencia respecto a España, declaró la guerra a ambos países. Conforme el ejército marroquí avanzaba usurpando ciudades, los saharauis (unas 150.000 personas) se marcharon y levantaron un campamento de resistencia alrededor de la ciudad argelina de Tinduf.
Pese a que en 1991 el Frente Polisario y Marruecos firmaron la paz, el muro sigue creciendo. Y si Marruecos habla de muro meramente defensivo frente a terroristas, y para nada aislacionista, el Frente Polisario afirma que no hay ningún paso por él que permita a los saharauis acceder al Sáhara Occidental. Hoy tiene cerca de 3.000 kilómetros. En ellos, del lado del Sáhara, se estima que hay siete millones de minas colocadas por el ejército marroquí. Siete millones de muros.
Cortesía de Muy Interesante
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