Evangelio de hoy: ¿Pocos se salvan?


LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

FERIA DE SAN FRANCISCO

Isaίas 66, 18-21

«Esto dice el Señor:
“Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua.
Vendrán y verán mi gloria.

Pondré en medio de ellos un signo,
y enviaré como mensajeros a algunos de los supervivientes
hasta los países más lejanos y las islas más remotas,
que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria,
y ellos darán a conocer mi nombre a las naciones.

Así como los hijos de Israel
traen ofrendas al templo del Señor en vasijas limpias,
así también mis mensajeros traerán,
de todos los países, como ofrenda al Señor,
a los hermanos de ustedes
a caballo, en carro, en literas,
en mulos y camellos,
hasta mi monte santo de Jerusalén.
De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas”».

SEGUNDA LECTURA

Hebreos 12, 5-7. 11-13

«Hermanos: Ya se han olvidado ustedes de la exhortación que Dios les dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama, y da azotes a sus hijos predilectos. Soporten, pues, la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos?

Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad.

Por eso, robustezcan sus manos cansadas y sus rodillas vacilantes; caminen por un camino plano, para que el cojo ya no se tropiece, sino más bien se alivie».

EVANGELIO

Lucas 13, 22-30

«En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”

Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’.

Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera.

Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”».

La Trinidad, el ser humano y el mundo

Las grandes religiones se fundamentan en un núcleo que puede recibir distintos nombres: lo absoluto, la trascendencia, lo sagrado o Dios. Ese fundamento es interpretado por los seres humanos dentro de una cultura y se expresa mediante cultos y ritos en el ámbito de la religión. La religión es, precisamente, ese “religarse” con Dios. La experiencia cristiana está cimentada en un Dios que desea vincularse con su creatura, que le habla, se manifiesta y se revela. Su esencia es, en sí misma, pura relación.

En lo más íntimo de ese Dios revelado por Jesús encontramos una relación de amor entre tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu. A este misterio lo llamamos “Trinidad”. Se trata de un Dios que es comunicación, comunión y comunidad. La Trinidad constituye el misterio último de la realidad, aquello que Dios ha revelado de sí mismo al ser humano y lo que la humanidad ha logrado vislumbrar en su pensamiento y en su experiencia mística. En el Padre, a través del Hijo y en el Espíritu, se unifica la creación y se armonizan las tensiones: entre cuerpo y alma, espíritu y materia, lo masculino y lo femenino, la acción y la contemplación, lo sagrado y lo profano, el cielo y la tierra. En Cristo se realiza la recapitulación y la restitución de toda la creación, como lo señalan textos de la Sagrada Escritura: Hechos 3, 21, y Carta a los Efesios 1, 10.

Ya no hay tres realidades separadas -Dios, el ser humano y el mundo-, pues desde el inicio de la creación no puede existir una aislada de las otras: forman una armonía que proviene de ese Dios Trino. “El que me ve a mí, ve al Padre”; el Espíritu de Cristo, que es del Padre, nos ha sido dado plenamente en la resurrección de Jesús y es quien nos revelará la verdad plena.

Ramón Panikkar, en su libro La Trinidad: una experiencia primordial, afirma: “Una espiritualidad cuya más simple expresión sería: el hombre es algo más que hombre, es un misterio cosmoteándrico. Dios, el hombre y el mundo estamos comprometidos en una misma aventura, y esta es nuestra dignidad”.

José Martín del Campo, SJ – ITESO
 

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de El Informador



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