
“Por las paredes cubiertas de polvo y telarañas, el altar vestido de luto, el retablo apolillado, y en suma, por el aspecto de antigüedad, de vejez, de decrepitud que se notaba en la capilla, cualquiera la hubiera juzgado digna tumba de los restos humanos que ostentaba; era también un cadáver exhumado; la momia de la arquitectura que acogía en su regazo a otras momias”. Así rezaba una crónica periodística de 1861, informando que, en los trabajos de demolición de una parte del Convento de Santo Domingo, se habían encontrado trece aterradoras momias tras el ábside de la capilla de los Sepulcros.
Las Leyes de Reforma eran vigentes, el clero había perdido sus bienes, las órdenes religiosas estaban exclaustradas y la libertad de cultos ya era ley. El proyecto de intervenir once inmuebles conventuales Santo Domingo, La Encarnación, La Piedad, Azcapotzalco, Porta Coeli, San Francisco, La Concepción, Santiago Tlatelolco, Santa Clara, San Cosme y Santa Isabel estaba en marcha y la destrucción y fabricación de escombros de escombros no era nueva. Más ninguna tan terrorífica como aquella, lector querido.
El estupor fue grande, pero la fascinación mediática también. Periódicos como El Siglo XIX no tardaron en afirmar que aquellos cuerpos habían sido víctimas de la Inquisición y emparedados en vida. El Monitor Republicano aseguró que entre las ruinas de Santo Domingo se guardaba secreto “ni mandado a hacer para imaginar la complicidad, más allá de la vida, entre la Orden de Predicadores y el Tribunal del Santo Oficio” Incluso hubo escritos que anunciaban estar descifrando mensajes de ultratumba, pero también notas de color, como la siguiente:
“Hemos estado en el ex Convento de Santo Domingo y hemos visto las trece momias descubiertas por los encargados del gobierno en el edificio. Nosotros somos profanos de la ciencia médica, pero sin embargo nos parecen posturas demasiado forzadas y que hacen que nos resistamos a creer que estos cadáveres hayan sido colocados en un ataúd. Uno hay medio sentado, otro con las piernas encogidas, las rodillas juntas, el busto y el cuello torcido; otras tienen las manos entrelazadas, los brazos encogidos, las piernas torcidas y extendidas hacia afuera; y a la mayor parte de ellas se les nota un gesto de desesperación”.
No faltaron las opiniones de conservadores, liberales, católicos y apóstatas que atribuyeron la preservación momificada de los cuerpos a factores como: “el olor de santidad que los había impregnado en vida”, “ un “castigo del Señor por una maldad inconfesada” y, de manera más empática, las que aseguraban se trataba de frailes desecados que esperaban tranquilamente en el osario el clamor de la trompeta del juicio final y no contaban con que manos poco caritativas habían ido a turbar su sueño, nada más para ofrecer un espectáculo curioso, una función gratis a los habitantes de la capital.
No tardó en reunirse una multitud. Todos querían ver a las momias. Con una fascinación que superaba al asco. También hubo quienes exigían claridad en los hechos, nombres, causas, apellidos y una investigación seria. Fray Tomás Sámano, un viejo dominico, utilizó el boletín “El Pájaro Verde” como tribuna y atribuyó el caso de las momias. a la desorganización y confusión provocada por los revolucionarios reformistas y escribió lo siguiente:
“Voy a manifestar el por qué se encontraban en el osario de mi convento las momias, de qué sujetos se trataba y el por qué se hallaban algunos encogidos y otros como sentados. Todas las personas que asistían a las exequias de mis hermanos difuntos pueden testificar que ellos se depositaban en las bóvedas de la capilla conocida con el nombre de Los Sepulcros, sin ningún cajón y ataúd, sino sólo los cuerpos cubiertos de una cal pulverizada, quedando el sepulcro con una pared de mampostería de una tercia de espesor. Siendo bastante secos estos nichos resultaba que después de 8 o 10 años juntos los cadáveres allí depositados se encontraban siempre secos, y aun muchos de ellos con sus vestidos intactos en su mayor parte…”
Mucha palabrería. Una extensa explicación que siguió siendo turbia hasta que se descubrió la identidad de los 13 cuerpos y se hizo público que uno de ellos era el de Servando Teresa Mier, fraile que nacido en el mes octubre de 1763, en el antiguo reino de León, hoy Monterrey, había sido famoso por sus escándalos aprehendido muchas veces, expulsado de su orden, su convento, la ciudad y nuestro país.
Uno de los personajes más fascinantes de nuestra Historia, Servando, a pesar de haber sido fraile, escritor, orador notable, doctor en teología, luchado a favor de la Independencia, lo perdió todo. A causa de un sermón donde negó las apariciones de la Virgen de Guadalupe y acusó “a los indios naturales de estas tierras” de haber adorado una imagen equivocada desde antes de la Conquista y practicar la herejía desde el principio de los tiempos.
Las otras doce figuras que aparecieron junto a la de fray Servando, también fueron identificadas. Eran parte de un póstumo álbum de familia de una generación de frailes dominicos que en vida sufrieron parecidas torturas, idénticas prisiones, acusaciones varias y fueron compañeras del mismo destino: aparecer en notas rojas y amarillas y ser exhibidas como momias, sin hallar descanso ni aún después de muertas.
Cortesía de El Economista
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