Fabián Medina Ramos: Guadalajara tuvo planeación urbana, pero la política no le dio el poder


El primer encuentro de Fabián Medina Ramos con Guadalajara, sería definitivo. Quien se tituló arquitecto en la sexta generación de la carrera que presidió en la Universidad de Guadalajara el célebre Ignacio Díaz Morales, es hoy uno de los últimos nombres que quedan de la edad dorada de la “clara ciudad” (Agustín Yáñez, Flor de juegos antiguos), en la que se conjugaron estilos y personalidades diversas, planeación audaz, ambiciones modernizadoras, arte de vanguardia y un marcado sentido del espacio y el paisaje urbanos.

FERIA DE SAN FRANCISCO

Medina Ramos describe el asombro de hace 83 años, con su mirada de niño “extranjero” que ni siquiera había alcanzado los siete años de edad:

“Lo ubico muy bien porque eso fue en el año 42. Yo había llegado con la familia, migrante del terruño de nosotros, en Texcoco, Estado de México; mi padre debió moverse como empleado de la Reforma Agraria, y le tocó encargarse de los casos de Jalisco. Vivíamos en una casa que todavía existe en la avenida Vallarta. Y recuerdo que ese día hubo un desfile. Yo no sabía la fecha ni nada, pero un desfile colorido, con carros alegóricos, con danzas prehispánicas, muy largo… yo me decía, ‘no, pues en Guadalajara, yo creo que cada año son estos desfiles’, pero no hubo al siguiente año. Entonces supe que ese desfile tan deslumbrante conmemoraba los 400 años de Guadalajara…”.

El hombre ha envejecido junto con su sólida casa de líneas sobrias, concreto, hierro, madera, ventanales generosos para dar el fiat a la luz e iluminar una penumbra que crece tras casi seis décadas: personalísima composición modernista, enclavada en un fraccionamiento del sur de Zapopan, parece que la pequeña selva que la abraza quiere borrar el rastro humano, como las ruinas mayas fueron devoradas por la floresta tropical: en torno al casco construido, emisario de la civilización, los árboles, voceros de natura, crecen robustos, con un guamúchil portentoso al centro, al que se debe hacer una guerra amable para que no convierta un solar en umbría con su pulsión a la inmensidad. Abajo, más modestas pero igualmente pertinaces, las enredaderas tejen su telaraña siempre ávida de paredes, la humedad carcome con la paciencia del tiempo, las flores brotan multiformes como himnos efímeros a la vida volátil, los ladrillos y enjarrados rústicos parecen ofrendas de otra era. Habitada por primera vez en 1971, esta finca es una señorona decadente que disimula sus esplendores entre la maraña de un espacio engañoso en el que las plantas se desbordan, la luz combate a las sombras y el agua susurra entre un hálito de limos, jugos minerales y orgánicos que recrean eternamente las formas y la química de la materia indestructible.

Faltan menos de 17 años para que la ciudad de orígenes azarosos (Guadalajara fue fundada en cuatro ocasiones en igual número de localidades diferentes) alcance el medio milenio de su asentamiento final, en el valle de Atemajac. El reconocido profesional de la arquitectura, planificador urbano y artista plástico, creador del Parque Metropolitano de la Solidaridad, en la cuenca de Osorio, en el históricamente arrumbado oriente citadino; participante en la creación de la polémica Plaza Tapatía, y autor de un conjunto de esculturas lúdicas que han superado el medio siglo en el centenario parque Morelos, la antigua alameda en que se remansaba el río San Juan de Dios, no alberga esperanzas de volver a vivir lo que atestiguaron sus ojos del pasado. No es solamente el dato obvio de que la mirada límpida y asombrada del niño, jamás se recupera. Está la dificultad para el humano promedio en alcanzar 107 años (este mes de agosto cumple sus primeros 90), aunque el personaje mantiene una admirable condición física, con natación y caminatas incluidas. Sin atisbos de angustia, Medina Ramos considera que, para entonces, su pasaje terrenal se habrá cumplido con creces.

– ¿Qué mensaje le deja a los tapatíos de 2042 que puedan leer este texto?

– Que tengan esperanza. Pese al desastre urbano que ha venido creciendo por muchos factores, esta ciudad tiene posibilidades si la gente común abandona su individualismo y decide participar de nuevo en las discusiones, y construye junto con el gobierno […] ha sido un error dejar en manos de una oligarquía que hace dinero con la tierra y los inmuebles, el destino de la ciudad.

LOS SACRIFICIOS NECESARIOS

El arquitecto hace un balance rápido de la Guadalajara que ha visto evolucionar desde su infancia. A la casa enclavada en una avenida Vallarta con camellón, los Medina Ramos se mudaron a la calle de Venustiano Carranza, a un costado del teatro Degollado. Allí estaba por comenzar una de las decisiones urbanísticas más impactantes del último siglo de la ciudad: la creación de la cruz de plazas. Sacrificio necesario, incluso afortunado, advierte. El ya ruinoso palacio Cañedo, el cine Lux, el santuario de Nuestra Señora de la Soledad, el edificio mercantil de los hermanos Barragán, entre los inmuebles echados abajo. El resultado del proyecto concebido por Díaz Morales, esa cruz latina que se abre en torno a la catedral metropolitana, es un prodigio de luz y de espacio que pocas ciudades mexicanas tienen, advierte. “Fue una demolición necesaria, Guadalajara necesitaba plazas públicas”.

La fórmula no se repitió cuando se movió la estación de ferrocarril de la contigüidad con Aranzazú a su actual ubicación, al final de la calzada Independencia. Buena parte del espacio rescatado para abrir 16 de septiembre hacia el Agua Azul sería privatizado, “cuando debimos tener desde esos años una amplia plaza arbolada”, sostiene.

Vendría la plaza tapatía, entre los años 70 y 80, proyecto al que Medina se integró. Ha sido una de las decisiones más polémicas, pero Medina Ramos asegura que, en términos urbanísticos, ese puente entre la cruz de plaza y el magnífico ex hospicio Cabañas, único “patrimonio de la humanidad” que posee la ciudad, fue un acierto.

“Criticamos lo que se hizo, pero no, no actuamos para conservar una ciudad que fue bellísima en su tiempo”, subraya. Y lamenta el estado de abandono del centro, lleno de basura, de grafiti, de soledad nocturna e inseguridad, y con un suelo con valores prohibitivos para la economía de la gente, que propician gentrificación. Y la carencia de herramientas jurídicas y financieras para garantizar la conservación de las fincas patrimoniales que todavía posee.    

– Entonces, la lección con la gentrificación es que no podemos dejarle al mercado todo…
– Bueno, ¿qué es más importante, el comercio y la ciudad o la ciudad misma en sí y sus habitantes?, cuestiona.

LOS CAMINOS DE LA ARQUITECTURA

Fabián Medina quería ser escultor y pintor. Se inscribió en la naciente Escuela de Artes Plásticas, a instancias de su mentor Jorge Martínez (antiguo colaborador de Clemente Orozco). Pero terminó en la sexta generación de arquitectura. Ignacio Díaz Morales lo conminó a concentrarse en esa disciplina. Se titularía en 1963, y comenzaría una larga colaboración con otro de los grandes maestros de esa escuela, el austriaco Horst Hartung, pionero en la planeación y autor del Parque Revolución, en la zona sur de Los Colomos.

Luego, las largas estancias en los departamentos de planeación que nacían en el municipio central y el estado. Guadalajara fue una de las ciudades que mejores herramientas se dio para definir su futuro, tras la insensata celebración del tapatío un millón de 1964, en que las elites festejaban la inminente metrópolis y los urbanistas lanzaban voces de alarma sobre el impacto negativo que traería dejar al juego del mercado y del corto plazo (cada administración pública nueva borra lo que hizo la anterior) el destino de la ciudad.

“Sí, tuvimos robusta planeación, pero la política no le dio poder”, sintetiza como causa de la urbe distópica que ha crecido el último medio siglo.

MESTIZAJES

El parque rebautizado Luis Quintanar, popularmente reconocido como de Osorio o la Solidaridad, es el más grande proyecto concebido y ejecutado por Fabián Medina Ramos, quien señala orgulloso la importancia de un rescate ambiental de la represa y que dotó al olvidado, mestizo y popular oriente de Guadalajara del mayor parque público de la metrópolis.

Pero hay también oportunidades perdidas: para la reconstrucción de Analco, que emergía de las explosiones del 22 de abril de 1992, Medina planteó un ambicioso plan de mejoramiento urbano que fue sacrificado por la urgencia, la impaciencia vecinal y la política carente de miras de futuro para una generación de arrendadores pobres que fueron desplazados.

El casi nonagenario urbanista, arquitecto, pintor y escultor, se asume como tapatío pleno, pues ha estado asentado 83 años de su vida en la Guadalajara proteica que ayudo a pensar y edificar. Pero mantiene la raíz indígena de sus ancestros texcocanos, a la orilla de ese lago cargado de historia.

“Creo yo que ahora soy tengo doble nacionalidad, ¿sí? Porque no he perdido el gusto de la cocina prehispánica, me gustan los tacos de gusanos, me gusta la barbacoa, pero también la torta ahogada y el Mariachi…”, señala.

“En alguna ocasión que yo regresé de visita a Texcoco con el hijo mayor. Le dije: ‘mira, te voy a llevar acá arriba para que veas una cosa asombrosa que nunca has visto’. Nos subimos, pero ya no se veían los volcanes. Era por los techos de las fábricas de alfombras que se establecieron y llenaron la zona…”, confiesa con decepción. Todo cambia, y muchas veces no es para bien.

Un arquitecto tapatío y nativo texcocano se nutre inevitablemente de la contradicción para armonizar la sobria belleza que le queda a Guadalajara -que en ocho décadas pasa de los imaginarios criollos a la explosión multicultural-, con la ebullición de sonidos y colores de un pueblo indio del altiplano, entre los volcanes nevados, los fangos sobrevivientes de la incesante merma lacustre, el vuelo de las parvadas, los cantos melancólicos de los ruiseñores, los jilgueros y los búhos; el rumor del agua y del viento entre los laberintos que se abren entre los juncos y los árboles, la desolación del erial, el estallido amarillo de los maizales, y “un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño” (Juan José Arreola, De memoria y olvido).

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de El Informador



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