Feliza Bursztyn, la artista colombiana “que murió de tristeza” mientras cenaba con su marido y García Márquez en París

Fuente de la imagen, Cortesía de Feliza Bursztyn

  • Autor, Paula Rosas
  • Título del autor, HayFestivalCartagena@BBC News Mundo
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Las escultora colombiana Feliza Bursztyn “murió de tristeza” a los 48 años, mientras cenaba con su marido y amigos en un restaurante durante su exilio en París.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez quiso explorar si una muerte así era posible.

En su última novela, “Los nombres de Feliza”, el reconocido autor indaga en la vida de esta mujer que rompió con todos los convencionalismos para ser libre, pero también retrata un país y una época de violencia y convulsión social que desató una enorme fertilidad creativa en la literatura y las artes.

Producto de ese tiempo fue Gabriel García Márquez, amigo de la escultora, uno de los comensales de esa última cena de Feliza en 1981 y autor de la autopsia literaria que despertó la curiosidad de Vásquez.

Feliza, hija de emigrantes polacos judíos, creó su arte soldando piezas de chatarra, lo que desconcertó e irritó a la sociedad colombiana de la época.

Se alejó de un matrimonio que no le permitía florecer como artista y como mujer, por lo que pagó un alto precio al tener que alejarse de sus tres hijas.

Y quiso mantener siempre una independencia ideológica que, finalmente, la condenó al exilio.

Vásquez habla con BBC Mundo en el marco del Hay Cartagena 2025, el festival de literatura e ideas que cumple a fines de enero sus 20 años de celebración en esta ciudad del Caribe colombiano.

Juan Gabriel Vásquez.

Fuente de la imagen, Getty Images

Línea gris.

Han pasado 28 años desde que descubriste la historia de Feliza Bursztyn hasta que te decidiste a escribirla. ¿Por qué tanto tiempo?

Pues conocí la columna de García Márquez en la que diagnosticaba la muerte de Feliza por tristeza en el año 96.

Yo apenas comenzaba a tratar de ser novelista, a tratar de averiguar cómo es eso de transformar la experiencia en literatura.

Y lo único que entendí de esa frase de García Márquez era que no es un diagnóstico médico, no es un diagnóstico literal, es un diagnóstico de novelista, y que como tal se debe explorar con una novela.

En ese momento, tuve la clarividencia para saber que yo no tenía las herramientas necesarias para escribir este libro, ni las herramientas literarias.

Me faltaba el conocimiento, y la experiencia de escritor de novelas, y me faltaba, en particular, escribir ciertas novelas como “Volver la vista atrás” y como “La forma de las ruinas”, que usan personajes reales con su identidad real y los exploran a través de la imaginación.

En el libro retratas a un personaje, Feliza Bursztyn, pero sobre todo cómo los acontecimientos históricos moldearon a ese personaje. ¿En qué se parece la Colombia y la América Latina en la que vivió Feliza a la de hoy?

La Colombia en la que Feliza empezó a ser artista era un país, un lugar que acaba de salir de una guerra civil, un enfrentamiento partidista [durante los años 50] que dejó en ocho años 300.000 muertos. Era un país roto.

Feliza se fue a Francia, huyendo tanto de una sociedad que la había censurado, que se había opuesto de diversas formas a su deseo de ser artista, como de ese país violento.

Y en París se encontró con un lugar de exilio para latinoamericanos de todos los pelambres, porque Latinoamérica era un continente cruzado por dictaduras militares.

En esa época se dio una inmensa concentración de talento en Colombia. Y años después, con la Revolución cubana, comenzó a suceder en todo el continente.

Yo asocio la Revolución cubana y los terremotos que produjo en América Latina con el surgimiento de la generación del Boom, que de repente, en cinco años, publicaran grandísimas novelas García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar…

¿Por qué esas concentraciones de talento?

Mi teoría es que las sociedades rotas por dentro y las sociedades que están basculando hacia otra forma de lo que son -generalmente por medios o razones violentos-, producen literatura y pintura, porque son maneras que tenemos los seres humanos de hacernos preguntas que no se están haciendo de otra manera.

Portada del libro

Fuente de la imagen, Penguin Random House

Feliza defendió la Revolución cubana pero condenó siempre la violencia política. La violencia está muy presente en tus libros y sigue vigente en Colombia, como demuestran los recientes enfrentamientos entre las guerrillas del ELN y las FARC, que han dejado más de 80 muertos. ¿Cómo ha ido cambiando de cara esa violencia a lo largo de los años?

Eso es una fuente para mí, tanto de fascinación como de frustración: la incapacidad de este país mío para romper los ciclos de violencia, una violencia que ha existido de manera casi ininterrumpida desde el año 46, más o menos, cuyos actores se reencauchan, se reinventan, o se transforman.

Después de las guerrillas marxistas, que tanto daño causaron, vinieron los paramilitares de extrema derecha que cometieron violaciones espeluznantes y, si a todo eso añades el combustible único que tiene Colombia, que es el narcotráfico, pues se explica un poco también la pervivencia de esas estructuras criminales que beben de un negocio muy lucrativo.

Pero hemos tenido oportunidades de hacer la paz y para mí la fuente de frustración es que no las hayamos aprovechado.

Yo he defendido siempre, y lo sigo haciendo, los acuerdos de paz de 2016. Los he defendido siempre, me parecen un modelo, y para mí no hay fuente de tristeza mayor que la manera como los han tratado los gobiernos subsiguientes.

América Latina vivió épocas muy convulsas, como relatas en el libro. ¿Cómo la ves ahora?

Sigue siendo, o ha vuelto a ser, no sé muy bien.

Lo que sí sé es que a nivel latinoamericano también seguimos instalados en paradigmas viejos y en ideas que ya deberíamos haber superado.

La situación actual de América Latina para mí es heredera directa de los enfrentamientos de la Guerra Fría y es como si no hubiéramos sido capaces de salir de esas maneras de ver el mundo.

América Latina hoy es un continente tremendamente polarizado y enfrentado, con dos tendencias políticas más claras que las otras.

Por un lado, las autocracias supuestamente de izquierda, que son fracasos de autoritarismo, violación de derechos humanos, censura y cárceles llenas de presos políticos, como son Venezuela, Nicaragua, Cuba.

Y, por otro lado, las nuevas derechas, que no hay que dudar en calificar de extremas, que beben directamente de una cierta retórica de las dictaduras militares que tanto daño hicieron en América Latina, y de una intención por lavarles la cara.

Eso es Milei y eso es Bolsonaro, y es dramática la situación.

Y, en medio de esta polarización, hay intentos de buscar un espacio para la socialdemocracia o, en todo caso, para la política moderada, y se ahogan y no encuentran lugar.

Por eso, yo saludo y elogio momentos como el que tuvo Gabriel Boric hace unos días, cuando dijo explícitamente: “Desde la izquierda les digo: Venezuela es una dictadura”.

Foto de Juan Gabriel Vásquez con la cita: “Vivimos momentos tremendamente convulsos y confusos en América Latina”.

Te refieres a la toma de posesión de Nicolás Maduro en Venezuela.

Sí. Eso es lo que me parece que es el camino de la izquierda latinoamericana: la claridad mental e ideológica de condenar los autoritarismos como Venezuela y Nicaragua, y eso no lo han tenido siempre ni el presidente Petro, ni el presidente Lula, y es preocupante.

Como le sucedió a Feliza Bursztyn, volvemos a tener en América Latina a intelectuales que tienen que exiliarse o que son expulsados de sus países.

Estoy pensando, por ejemplo, en Gioconda Belli y Sergio Ramírez, de Nicaragua.

Que en nuestro tiempo un gobierno latinoamericano pueda retirarle la nacionalidad a un novelista y expulsarlo del país, como lo han hecho con ellos, me parece inaudito.

Hay todavía en Latinoamérica gente que mira para otro lado cuando esto sucede, y gobiernos que por distintas razones de conveniencia entran en una especie de complicidad tácita. Pasó también con el México de López Obrador.

Vivimos momentos tremendamente convulsos y confusos en América Latina.

Feliza siempre defendió su independencia y su libertad ideológica, no quiso comprometerse con ningún partido político y eso despertaba recelos. Esto es algo que sigue ocurriendo hoy, donde constantemente tenemos que definirnos de alguna forma….

Yo creo que mucho más ahora.

Es decir, esa exigencia que le hizo la Revolución cubana a los intelectuales, a los artistas en América Latina durante muchos años, hoy se lo exigen las redes sociales a todo el mundo.

Hay una necesidad de definirse a nivel ideológico, identitario, a nivel de convicciones y hasta en las cosas más banales.

Es una exigencia que acaba encerrándonos a todos en cajitas de comportamiento y cajitas ideológicas, que se vuelven pequeños fundamentalismos y nos dividen y nos enfrentan de manera terrible.

Nos hemos convertido en pequeños fundamentalistas de causas cada vez más pequeñas, que son, con frecuencia, políticas, pero con más frecuencia identitarias.

Pienso que esto nos ha dificultado y ha entorpecido inmensamente a nuestras conversaciones políticas con resultados terribles, con una consecuencia muy nociva para nuestro comportamiento democrático y como ciudadanos.

Feliza Bursztyn en una de sus exposiciones

Fuente de la imagen, Cortesía de Feliza Bursztyn

Feliza intentó también romper con esa prescripción sobre el lugar que se supone que tenía que tener la mujer dentro de la pareja, de la sociedad y del arte…

Sí, se tuvo que enfrentar a las fuerzas que intentaban moldear su vida, o decirle lo que debía hacer, cómo debía ser como mujer, como madre, como artista, como ciudadana.

Su vida fue una larga experiencia de enfrentamiento a las fuerzas religiosas, familiares, sociales, que intentaron siempre limitarla; un intento por liberarse de ellas, de esas camisas de fuerza, por decirlo así.

Cuando su primer marido intentó prohibirle su vocación artística, pues ese matrimonio estalló en pedazos y ella tuvo que pagar precios muy altos, como la pérdida de la convivencia con sus hijas, que ese marido se llevó para Estados Unidos.

Cuando empezó a trabajar como escultora, percibió inmediatamente la resistencia de un mundo del arte que era predominantemente masculino y machista.

Y cuando comenzó a trabajar con ciertos materiales, materiales toscos, de desecho, chatarra recibió también la condena de parte de ese medio artístico por no ser lo suficientemente femenino, por no hacer el arte que se suponía que debían hacer las mujeres.

Esa anécdota que relatas del día que se colocó un collar de perlas en mitad de una entrevista cuando el periodista le dijo que su arte no era muy femenino…

Sí, la anécdota del collar de perlas es fantástica.

Al final de su vida, su terca independencia la puso en una situación difícil.

Era una mujer que al mismo tiempo defendía o simpatizaba con la Revolución cubana, pero que abría su casa para que políticos conservadores lanzaran su candidatura a la presidencia. Y era muy amiga de uno de ellos, Belisario Betancur, que fue presidente de Colombia.

Su libertad la puso con mucha frecuencia en posiciones de contradicción, de ambigüedad, en lugares grises. Y eso, en ciertos espacios, no se tolera bien.

Feliza Bursztyn.

Fuente de la imagen, Cortesía de Pablo Leyva

Se dice en un momento en la novela que “si Feliza pintara eucaliptos en acuarela, nada de esto habría pasado”. Me resulta interesante cómo un arte transgresor y en cierto modo incomprendido pudiera percibirse como una amenaza.

Porque reta al espectador.

Pero no se te olvide un ingrediente muy importante: en muchos de sus últimos trabajos había un componente erótico grande, y eso, en una sociedad conservadora católica molestaba mucho.

Feliza era una mujer libre que había hecho gala de esa libertad en su vida y en público, a los ojos la gente, utilizando su arte para provocar.

Y esto fue parte de la condena que recibió de la sociedad colombiana cuando lo que necesitaba era su apoyo.

Pero ella, que era una mujer de una inteligencia feroz, no era una perseguidora de enfrentamientos, más bien siempre acudió a la ironía y al sarcasmo, cosa que también molestaba a sus interlocutores.

Era un personaje de una riqueza y ambigüedad extraordinarias, llena de aristas y matices. Y, claro, todo esto es un regalo para un novelista.

El desarraigo que produce el exilio, y que lo vemos en tantas personas hoy, es lo que vivió Feliza Bursztyn y, de alguna forma, la mató por dentro.

Sí, yo creo que la chispa, el primer pálpito de la novela, que es esa frase de García Márquez en la que dice que Feliza Bursztyn murió de tristeza, a mí me lanzó a una investigación y una exploración por un intento de darle respuesta.

Y la novela, todas sus 275 páginas, son mi respuesta a la pregunta de si Feliza Bursztyn murió de tristeza.

Esa respuesta no se puede resumir porque, justamente, pasa por un recuento de los golpes que tuvo con la vida, que fueron muchos, que terminaron con su exilio. Y su exilio no era cualquier exilio, se dio en ciertas circunstancias, provocado por ciertos abandonos de sus amigos, de su país. Se sentía abandonada por su país.

Contarle al lector el arco de la vida de Feliza, con cada uno de los choques de frente que tuvo con el mundo, era para mí la única manera de cubrir si efectivamente el diagnóstico de García Márquez podría tener algo de verdad.

Y mi respuesta es que sí. Que efectivamente Feliza Bursztyn murió de tristeza. Lo que pasa es que la razón no la puedo dar en una sola frase, hay que leer toda la novela.

Juan Gabriel Vásquez.

Fuente de la imagen, Federico Bottia

Tú has dicho que fuiste a París en busca de un mito, ese lugar de encuentro de la literatura latinoamericana. ¿Dónde crees que está ahora ese lugar cuando se están cerrando tantas puertas en tantos sitios?

Yo también me lo pregunto y desde luego no lo veo con claridad.

Creo que, con una parte de su identidad, París sigue siendo eso. Es una ciudad a la que yo le tengo mucha gratitud y en la que detecto esa resistencia a los impulsos contrarios que son estas xenofobias que campan y que cada vez obtienen resultados electorales más positivos.

Ahora estoy a punto de instalarme en Madrid. Es una ciudad que para mí está llena de amigos, está llena de libros. Tiene una relación con la literatura latinoamericana cada vez más fuerte y me hace pensar en que algo muy muy provechoso, muy fértil, está ocurriendo aquí.

Yo creo que hay energías, hay corrientes subterráneas que siguen defendiendo esa idea de expatriación, de lugares de acogida de encuentros de culturas y, desde luego, para mí sigue siendo definitiva la idea de Carlos Fuentes del “territorio de La Mancha”, una especie de gran república internacional donde todos los escritores de la lengua española estamos viviendo y buscando y tratando de escribir nuestros libros.

Como en “Volver la vista atrás”, donde relatas la vida del cineasta colombiano Sergio Cabrera, en Feliza usas la ficción para retratar a un personaje de carne y hueso. ¿Es necesaria la ficción para poder llegar a entender la vida de personajes reales?

En “En busca del tiempo perdido”, la novela de Proust, que me gusta mucho, hay esta conversación entre Marcel, el narrador, y la mujer que trabaja en su casa sobre los personajes. Y esa mujer dice que los personajes de las novelas no le interesan tanto porque son inventados. Entonces, Marcel dice que el problema con los personajes reales es que los percibimos a través de los sentidos. Entonces, siempre hay algo opaco, siempre hay algo que no logramos penetrar. En cambio, a un personaje de ficción lo percibimos a través del alma, y entonces logramos entenderlo mejor.

Mi intento en toda la novela es ese, es ver a Feliza, que fue un personaje real, que ocupó espacio en el mundo, verla a través de la imaginación literaria de manera que podamos entenderla con el alma, y llegar a conocerla como probablemente nadie la conoció en vida.

Línea gris.

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Cortesía de BBC Noticias



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