Fernando del Paso, hombre universal


Fernando del Paso (1935-2018) fue uno de los hombres de letras más descollantes del siglo XX mexicano. Fue poeta, narrador, ensayista y dramaturgo; pero también pintor y dibujante, periodista y diplomático, conferencista y autor de libros infantiles y gastrónomo. Resulta inevitable compararlo con un ideal del Renacimiento humanista: el «hombre universal». Aunque su campo primordial, su vocación más íntima, fuera siempre el de las letras, por encima del dibujo y la pintura; y aunque el impulso fundamental que guio su vida fuera el deseo de escribir, Del Paso mismo confiesa su omniabarcante y arrolladora, casi aristotélica, curiosidad universal. En su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, luego de destacar su afición por la historia, patente en Noticias del Imperio, y por la medicina, patente en Palinuro de México, del Paso dijo:

«Pero lo que quizá no es tan evidente, lo que quizá no revelan mis escritos, es una curiosidad infinita e insaciable por todas las cosas. Podría, pienso, calificarla como una curiosidad de pretensiones renacentistas: me hubiera gustado ser físico, matemático, paleontólogo, astrónomo, espeleólogo. No hay una rama, una disciplina de la ciencia, a la cual no hubiera podido yo darle todo mi corazón con tal que alumbrara mi espíritu y le permitiera acercarse a los misterios de la vida y de nuestro universo» (Yo soy un hombre de letras).

Dado que la vida es breve y el arte largo, y las disciplinas cada día más especializadas, Del Paso no pudo ser un científico. Corrijo lo que escribí más arriba: más que un hombre de letras, Del Paso fue un poeta, pero en el sentido en que él daba a la palabra: «Llamo poeta, que quede dicho de una vez por todas, a todo escritor, ya sea su oficio no sólo la hechura de poemas, sino también de dramas, comedias, cuentos o novelas» (Yo soy un hombre de letras). Lo que hace a Del Paso un uomo universale es su «amor sin límites por la ciencia», que se manifiesta en cada uno de sus libros y le otorga su característica ambición de totalidad y universalidad.

La vocación totalista, el espíritu barroco, el carácter desbordante y la tendencia experimental atraviesa todas las novelas de Fernando del Paso. José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio son, por decir lo menos, obras difíciles, que requieren del lector una alta concentración, una aguda memoria y mucha paciencia. Como dijo Lezama, «Sólo lo difícil es estimulante». En efecto, pocas experiencias tan estimulantes como la lectura de Del Paso, sobre todo en una época plagada de literatura light, pereza espiritual y facilismo cultural. Para bien y para mal, Del Paso es un autor refinado, casi exquisito. Al igual que la obra de James Joyce, uno de sus héroes literarios, su narrativa pertenece a la llamada highbrow culture, esto es, la cultura intelectualmente exigente y que no debe confundirse con lo snob, lo pedante o lo «elitista» (en el sentido vulgar de la palabra). Esto hace urgente y significativo el empeño de difundir y promover su obra cultural, para volverla menos intimidante, más alcanzable.

La verdadera cultura, escribió Del Paso, «no es —o no es sólo— acumulación de conocimientos. La cultura tampoco es nada más creación y acumulación de objetos culturales». La cultura «debe hallar, dice [Samuel] Ramos —o intentar hallar, digo yo—, el sentido de la vida humana y tratar de responder, aunque sea imposible, preguntas como: ¿cómo debo vivir?, ¿cómo debo amar?, ¿cómo debo morir?» (Amo y señor de mis palabras).

De lo que estoy seguro es que la obra de Fernando del Paso, en cualquiera de sus expresiones y formas, desde la plástica hasta la narrativa, pasando por la ensayística y la poesía, está destinada a enriquecer la existencia de los lectores y ayudarlos a encontrar el sentido de la vida humana.
 

Cortesía de El Informador



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