Claudia Robles-Gil pinta como quien escucha un recuerdo y lo vuelve cuerpo. Desde lejos, sus cuadros parecen fotografías; de cerca, las pinceladas revelan una respiración propia.
“Me baso mucho en la fotografía, pero no hago fotorrealismo; de lejos se percibe como foto, de cerca está la energía del óleo”, me cuenta, entre risas, mientras hablábamos de su exposición Homecoming —que tuvo lugar en la galería Picci Fine Arts en CDMX en septiembre— y de ese vaivén entre México y el mundo que hoy alimenta su obra.
Claudia creció entre manualidades y libretas de dibujo, pero en la universidad la pintura le “agarró la mano” para no soltarla. Durante la pandemia —sola, trabajando y encerrada— decidió pintar en grande; amigos le compraron las primeras piezas y el impulso se volvió camino.
Viajar le abrió todavía más la paleta: Costa Rica, Huatulco, Puerto Escondido, Bali. “Lo que más me inspira es ver cómo vive la gente, los colores, la comida, la calidez. Encuentro ecos de México en otros lugares”, dice.
Su proceso es voraz y sensible: dispara muchas fotos, arma álbumes, elige la escena que “la llama”, construye una base en acrílico (seca rápido, le permite entrar en ritmo) y luego se hunde en capas de óleo mientras suena música de fondo. “La música va de la mano con mi pintura”, confiesa Claudia Robles-Gil.

A la par de la pintura, Claudia escribe. Hace journaling para fijar la intención de cada pieza. Así, cada cuadro se vuelve un mundo, ya sea un momento con amigas, un atardecer que se quedó en la piel o el rumor del mar.
México como inspiración
Tras su más reciente visita a la Ciudad de México, la artista sueña con una serie grande de pinturas inspiradas en todo lo que sus ojos vieron. “Tanto color, la gente, la música… ¿Cómo no inspirarse?”, dice emocionada luego de pasar días entre puestos de tacos, trajineras y la magia de la ciudad.
Respecto a la Inteligencia Artificial, como artista es clara: herramienta, sí; reemplazo, no. “Puede ayudarte a escucharte más, pero el poder del cuadro nace de la intención y la historia que un humano pone en cada trazo”.

Claudia pinta para reconocer lo que la mueve. Y, de paso, para recordarnos que —como una ola que regresa— observar es, también, volver.
Cortesía de Chilango
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