Generación de oro: McEwan, Amis, Barnes y Rushdie

Estaba pensando en los genios que nacen al mismo tiempo y conforman lo que los críticos llaman una generación áurea o de oro.

FERIA DE SAN FRANCISCO

Un ejemplo del fenómeno es el grupo intelectual que se conformó en la Residencia de Estudiantes de Madrid a principios del siglo XX, con Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel como arietes. De esa residencia estudiantil, y las tertulias que eran consecuencia de juntar a un grupo de jóvenes (se tomaban sus caguamas), salieron personajes brillantes llamados a encabezar la España de ideas vanguardistas con la que soñaron los fundadores de la Segunda República. Unos jovenzuelos que acabaron muertos, exiliados o vendidos al franquismo. Fue una de las caídas en desgracia más tristes de atestiguar, según cuentan los cronistas de la época.

Otro ejemplo son nuestros Contemporáneos, aquel grupo en el que destacó el poeta de poetas: Xavier Villaurrutia. El egregio Villaurrutia, ajeno a esos dengues pseudo religiosos de hacer bola, llamaba a esa generación el “grupo sin grupo”, puesto que su coincidencia se debió, más que a contextos educativos similares o un afortunado encuentro de amigos, a una revista en la que publicaron todos ellos: Contemporáneos.

Otro colaborador absoluto de Contemporáneos fue el que luego se volvería un intelectual predilecto del PRI: Salvador Novo. El conflictivo poeta Jorge Cuesta se volvió el crítico del grupo sin grupo, para varios el líder y verdadera punta de lanza de la revista. Gilberto Owen, José Gorostiza o Jaime Torres Bodet también fueron miembros destacados. Pura gente con nombre de calle, biblioteca o escuela pública.

Ciertamente llamar generación a un grupúsculo de diez, quince mentes brillantes entre millones de coetáneos es una exageración brutal, las golondrinas que no hacen verano, pero sigan conmigo, igual descubrimos algo. Igual negamos otra cosa.

En Inglaterra hay un grupo de escritores de la posguerra—¿hace falta aclarar qué guerra? He leído repetidamente textos que explican, de manera que a mí me parece innecesaria, que se refieren a la época tras la Segunda Guerra Mundial— que forman todos ellos una corriente literaria que podemos llamar el neorrealismo irónico o burlesco con flema británica.

Ian MacEwan, Martin Amis, Salman Rushdie y Julian Barnes son estos hijos de la ironía británica, descendientes de ese humor que es sinónimo de Reino Unido, un gen cultural tan dominante como amar/odiar a la familia real.

Esta generación dorada de las letras británicas. Estos soberbios burlones. Estos sobrados criticones. La verdad que es, simpatía aparte (a mí me caen bien, pero conozco a muchos lectores a los que les parecen pedantes), son grandes escritores amos de plumas deliciosas y severas, muy puntiagudas y hasta crueles.

Comenzaron a destacarse en los años setenta como las promesas jóvenes que tenían algo que decir en una época oscura en Reino Unido. No venían a cambiar el mundo sino a gritar individualidad en una era de protesta multitudinaria.

Por eso eran realmente novedosos, porque no iban con el aire de los tiempos. ¿Eran señoritos privilegiados? Algo hay de eso —Martin Amis en particular era un nepobaby—, pero es que lo de ellos era esconder la crítica social en el humor.

Los temas de estos escritores van de la guerra a la agitación política, de la identidad a la comida. De la infidelidad al amor por el whisky single malt. Del crimen al sexo y de ahí al miedo a la muerte. Chan chan chan.

El más famoso sin duda es Salman Rushdie. Hijo de la última era colonial británica en India, Rushdie tiene una cercanía fácil con el lector, la mayoría de sus novelas son muy divertidas. Salvo Satanic Verses, que es un tanto hermética, los trabajos rushdianos se distinguen por su exuberancia. Decir que, por ejemplo, que The Ground Beneath Her Feet es realismo mágico es una manera de verlo. Tener un amor por la magia, la cultura pop y el chisme es otra manera de acercarse. En Midnight Children hay un homenaje a la cultura callejera de Pakistán, Satanic Verses es una declaración de amor a Bollywood. Todas sus novelas son un canto a la India y Pakistán que le tocó vivir a finales de los años cuarenta, ineludible examen del islam y su herencia en la personalidad del autor.

Pero a medida que evoluciona su voz, Rushdie ha alcanzado otras latitudes y otros registros. En The Ground Beneath Her Feet, Rushdie se acerca a la escena del rock (empieza con una escena en México, por cierto). No es gratuito que U2 ha grabado una canción cuya letra aparece en la novela. No es buena canción pero a los fans tanto de Rushdie como de Bono y sus cuates les puede interesar.

(Es bien conocida la condición de condenado a muerte de Rushdie. Si el asunto les interesa, recomiendo con todo mi ardor Joseph Anton, sus memorias de vivir a salto de mata y la reciente Knife, sobre el atentado casi mortal que sufrió hace un par de años en un evento literario).

El que no se anduvo con quiebres místicos tropicales es Martin Amis. Escribió varias novelas que por sí solas son suficientes para marcar una era de muy realista crítica política. Para mí su mejor novela es Money, pero Zone of Interest (adaptada al cine hace un par de años, vean esa película) no le va a la zaga. A Amis lo que le interesaba era señalar al poder. No se puede leer a Amis sin tener curiosidad por el mundo político de la era. Aun cuando la prosa de Amis es muy irónica y reclama una libertad individual innegable, en sus palabras también hay algo de la solemnidad del sátiro político. A unos les gusta de forma natural, para otros es un gusto adquirido. En todo caso hay que leerlo. Por cierto, en español todo Amis está en Anagrama.

Otros dos que Anagrama ha traducido al español son Ian McEwan y Julian Barnes.

Barnes es el más cómico de todo el grupo. Una historia del mundo en diez capítulos y medio (leí la traducción al español y me gustó, no es tan españolota como suelen ser las traducciones de Anagrama, pero si la pueden leer en inglés seguro la experiencia es mejor) es desternillante, lo que quiere decir que te ríes un chingo. Una historia del mundo… es una especie de colección de cuentos que al final se convierten en una novela por partes que va de la era bíblica al fin del mundo. Mi libro favorito de Barnes es The Pedant in the Kitchen, unas memorias sobre sus desencuentros con la cocina. Es un libro de autoescarnio, encantador y chistoso. Anthony Bourdain y otros filósofos del comer le deben algo a The Pedant…

Por último, mi favorito del grupo: Ian McEwan. Si de irónicos hablamos: McEwan; si de pedantes hablamos, igual. McEwan ha elevado a subgénero el arte de burlarse de la clase intelectual británica (aunque las pedradas le llegan a cualquier coto intelectual del mundo). Novelas como Solar, Amsterdam y Saturday son retratos precisos de artistas, científicos y pensadores que no saben qué hacer con su cuerpo; se debaten entre el sexo y la autodestrucción. Son novelas en las que el humor está presente pero que no es el fin absoluto. Para reírse con McEwan recomiendo Enduring Love, una pieza extraña pero muy irónica sobre el gregarismo inevitable: nos gusta juntarnos y sentir que somos algo.

Pero hablando de otra cosa que no es el humor: Atonement. En Atonement McEwan explora la guerra y la fragilidad, física y moral, de la condición humana. Si vieron la adaptación fílmica con Keira Knightley, James McAvoy y una extraordinaria Saoirse Ronan de trece años, lean la novela, la sentirán como un reencuentro con el dramón pero a otro ritmo. Si no han visto la película, mejor, lean la novela y después vayan a la cinta. No hay pérdida en ambos casos.

No hay mujeres en estas listas mías sobre grupos de escritores. Me disculpo, no conozco a autoras que puedan inscribirse en estas “generaciones”. Es un sesgo mío leo a más hombres que mujeres. Espero subsanar esa laguna. Por lo pronto merezco que me regañen por no saberle.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de El Economista



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