
La tarde del viernes 4, inició de manera pacífica en el parque México una protesta contra la gentrificación en esta capital, convocada por el Frente Antigentrificación de CdMx. Al terminar, sin embargo, unos trece comercios quedaron vandalizados y numerosos edificios de las colonias Condesa y Roma pintarrajeados, en canceles y muros de piedra, con consignas diversas. Muchas apuntaban al origen del malestar: “El techo es un derecho”, “Fuera AirBnB”. Muchas denotaban xenofobia pura: no sólo “Fuera gringos” o “Gringos go home”, sino “Kill a Gringo”. Otras alusivas a ¿pureza de sangre?: “Fuera blancos”, “Sangre Mexa” (¿?) o burdamente ideológicas “Gringos nazis”, “Sionistas” (da vergüenza escribirlo pero hay que documentar este discurso peligroso). Así, la protesta social se tiñó de intolerancia.
Según diversos reportes de medios, no todos los manifestantes recurrieron al vandalismo para expresar su indignación por el desplazamiento de poblaciones arraigadas en un barrio y la imposibilidad para la gente joven de acceder a una vivienda asequible en zonas céntricas o bien comunicadas. Según un reportero de Grupo Fórmula, cuando la manifestación iniciaba su recorrido llegó un grupo de encapuchados al que se deberían los, o los principales, actos agresivos. Esto no sería extraño, dada la presencia de provocadores en muchas marchas feministas, por ejemplo, quienes intervienen para desvirtuar o reventar la protesta. En todo caso, preocupa que la policía fuera más bien observadora pasiva que agente de protección.
Más preocupante aún es la xenofobia que sigue escupiendo a la cara de quienes transitan esas calles. La xenofobia borra la humanidad de los “Otros/as”. Aquí no sólo se les conminó a irse, se apeló a la violencia criminal contra ellos/as. Esta xenofobia no surgió ayer, está latente y resurge en épocas conflictivas, contra “gringos”, “gachupines”, “chinos”, como si la presencia extranjera amenazara la identidad y la integridad nacionales; contra personas “migrantes” centroamericanas o haitianas, como si fueran menos dignas que “Nosotros/as”, ¿porque son pobres o más morenas? ¿Qué le espera a mexicanos/as deportados/as que no hablan español?
Si en efecto los ataques contra negocios -en su mayoría propiedad mexicana- y la presencia creciente de gente extranjera en esas colonias resultaron de una minoría – de algún grupo identificable por sus pintas-, toca al gobierno de la ciudad investigar quiénes son y cómo llegaron ahí. Si, como se dice, hay grupos de choque ligados a alguna fuerza política local, ya sería hora de acabar con esas estrategias para reventar o desvirtuar manifestaciones pacíficas. También nos deben una explicación sobre la apatía policiaca, sobre todo cuando no dudan en arremeter contra las manifestantes cada 8M.
Si la protesta sólo se le “salió de las manos” a quienes convocaron y algunas personas, primero pacíficas, se dejaron llevar por la rabia a la vista de extranjeros/as en las calles, el problema es más grave. Agresiones verbales a paseantes y pintas xenófobas tan crudas denotan una peligrosa intolerancia que ningún malestar justifica. La intolerancia, el desprecio por los/as “Otros/as”, su transformación en chivos expiatorios, sólo atiza la violencia y ésta agrava los problemas sociales, no los resuelve.
Quienes han sido desplazados/as y/o están hartos/as de vivir lejos y mal tienen derecho a la vivienda y a protestar. La juventud merece poder acceder a una vivienda digna. ¿Por qué no se dirigió la manifestación ante el gobierno de la ciudad? ¿Acaso no le corresponde regular las plataformas de alquiler?, ¿cobrarles impuestos?, ¿o hasta regular las rentas para evitar excesos? ¿Acaso el desarrollo inmobiliario nada tiene que ver con los sucesivos gobiernos capitalinos?
Interrogado acerca de la protesta, el Secretario de Gobierno repitió la propaganda oficial sobre la política de construcción de vivienda social, en particular para jóvenes. La jefa de gobierno y la presidenta condenaron la xenofobia. ¿Y si actuaran? Deberían regular a Airbnb, impulsar un desarrollo urbano integral sostenible y justo, y dejar de fomentar la polarización que ha contribuido a atizar la intolerancia y la xenofobia.
Cortesía de El Economista
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