Gilmore Girls, The Marvelous Mrs. Maisel, Bunheads, Étoile: el mundo según Amy Sherman-Palladino, un rosario de clásicos instantáneos

La semana pasada escribí aquí en el Garage sobre las series de televisión que formaron amorosamente a mi generación.

FERIA DE SAN FRANCISCO

Nosotros los millennials, que nos sentimos viejos de manera respetablemente prematura, llegamos a la adolescencia con Dawson’s Creek y The OC, series que nos dotaron de una educación sentimental muy cursilona y medio tonta. Ninguno de los personajes de esas series es especialmente brillante. Están escritos para ser clichés con los que uno se puede relacionar sin darle mayor pensamiento. Nos dotaron de sueños y aspiraciones poco saludables. Muy gringas y muy nuevo mundo, pero en realidad eran las telenovelas que ve tu abuelita en el canal dos a las 6 de la tarde.

Tomemos por ejemplo a Seth, el personaje de The OC interpretado por Adam Brody. Seth es el nerd de la serie. No lleva gafas y zapatos ortopédicos, por supuesto que no, por los dioses, es un chico californiano. Sabemos que Seth es nerd porque habla de cómics y juega videojuegos, un cliché gigante. Tiene detalles que le permiten ser uno más de los adolescentes cool del show. Habla como beach bum aunque sea más bien un gato de interiores, porque, como Brody es guapo, no se le puede concebir como un caso perdido en cuanto a coolness se trata. Un nerd sexy. Un cliché para soñar.

Justo decía yo en el Garage Picasso de la semana pasada que los millennials mamamos como leche materna toda esa cursilería, dios nos ampare. Pero alguien mucho más agudo que yo me dijo: “Oye, te olvidaste de Gilmore Girls”.

¡Claro, las Gilmore! En mi defensa debo decir que nací en la primera mitad de la década de los ochenta —nos llaman elder millennials para no decirnos abuelos— y llegué a la adolescencia en la década del noventa. Entre el 2000 y el 2007, Gilmore Girls fue una educación para los millennials más jóvenes.

Gilmore Girls me pasó encima de la cabeza en su momento más exitoso porque en esos entonces yo ya estaba en la universidad y lo bastante huevoncita como para dedicarme a ver tv diseñada “para niños”. Por mamila me perdí de algo memorable.

Pero agradezco haber visto Gilmore Girls un poco mayor, capaz de tomarme cierta pausa y decir: a ver, sí y no. Sí, porque digo que los diálogos son geniales. No, porque las situaciones no dejan de ser clichés. Adorables pero clichés al fin. (¿Clichés necesarios? El melodrama tiene esas muletillas, pero los buenos escritores saben cómo subvertirlos).

¿Genial? Sí, esos diálogos de un ingenio a la Dorothy Parker, soltados a un millón de kilómetros por hora por las protagonistas. Esas situaciones en las que madre e hija son valientes pero no siempre heroicas. Esos personajes con varias caras, llenos de esquinas y capas. Y el amor: complejo y necesario, pero que no hace falta siempre. El amor puede ser una trampa para chicas con futuro y muchas veces, para no ser dramática, es mejor leer. Genial, sí.

Detrás de esos brillos está una maestra: Amy Sherman-Palladino. A lo largo de la últimos quince años, Sherman-Palladino ha creado una y otra vez series únicas, comedias clásicas al estilo Billy Wilder pero para el público juvenil —se puede alegar que Wilder también escribió para los jóvenes, pero no era lo mismo tener 16 años en los cincuenta que a principios de los años dos mil. En los tiempos de Wilder un veinteañero ya había ido a la guerra, tenía PTSD, lidiaba con ello en silencio y le pegaba a sus hijos mientras su esposa soñaba con Bogart y Audrey—. Parafraseando a Phil Spector, crea pequeñas sinfonías para los niños.

Un síntoma del ethos narrativo (y, digamos, espiritual) del universo sherman-palladinoesco es el nombre de su compañía productora: Dorothy Parker drank here. Si te amparas bajo el credo de Dorothy Parker, algo bueno quieres dejarle al mundo. Tome su like, buena mujer.

Sin darme cuenta, yo era fan de Sherman-Palladino antes de ver Gilmore Girls en su nuevo hogar en Netflix —un visionario ejecutivo de la plataforma añadió la serie al catálogo y el resultado fue lo bastante exitoso como para que comisionara una temporada más. Spoiler alert: no fue tan buena idea—. Y es que mis sábados no empezaban antes de sentarme a ver una maravillita: Bunheads.

Bunheads seguía a un grupo de bailarinas de ballet en un pequeño pueblo de ensueño, adolescentes con futuros brillantes y presentes turbulentos. Pero no era la trama más o menos predecible lo que me encantaba. Era el timing cómico.

La protagonista de Bunheads era interpretada por una estrella de Broadway, Sutton Foster, perfectamente desconocida para el público televisivo. Foster era la maestra del estudio de ballet. Sus diálogos eran de una sincronía cómica perfecta. “Soy como el Godzilla de las relaciones, los hombre salen corriendo cuando me ven de cerca”, dice como queriendo ser comprendida. En una de las subtramas necesita convencer al comité del pueblo para salvar la academia de danza. Tiene que usar un traje sastre para “mostrar su poder”: el pantsuit como capa de superheroína. El caso es que, traje sastre o no, la conversación deriva en una defensa de las ardillas que son madres solteras y por tanto la importancia de no talar árboles. Por supuesto que no le gana al comité, pero al menos la señora ardilla se deshizo del inútil de su marido.

Bunheads duró apenas una temporada y se me quebró el corazón cuando vi el último episodio. ¿De verdad esta comedia tan inteligente muere aquí? Pues sí, hay cosas que son demasiado buenas como para dudar en verlas, hay que cacharlas en el aire. No siempre te das cuenta de lo excepcional. Me pasó a mí, jamás pensé en la mente maestra detrás de esos chistes.

Por supuesto, era la mente de Amy Sherman-Palladino; Bunheads fue su primera serie después del éxito de Gilmore Girls. Disney le había dado manga ancha para hacer una serie justo a su medida y no funcionó. Poco después salió de la empresa por la puerta de atrás de la manera más injusta. La tv es un monstruo que succiona las almas de los genios. Se necesita cierto tipo de resistencia para sobrevivir: la de la niña que es mandada todos los días al rincón por hacer lo que le da su puta gana.

Pero qué bueno que Disney la soltó porque Sherman-Palladino encontró su hogar en las plataformas. El éxito de Gilmore Girls en Netflix atrajo a Amazon Prime, que le dijo haz lo que quieras. E hizo lo que quiso: creó The Marvelous Mrs. Maisel, una de las series más celebradas y premiadas de la década.

Así al ay’ se va, pienso que Mrs. Maisel fue apreciada por el público que creció con Gilmore Girls pero eso es aventurar mucho. Y además es innecesario, no siempre te sientas a ver un programa de televisión pensando en quién lo produjo (esos loquitos solemos ser los periodistas y críticos, y una porción del público conocedor, a la mayor parte de los televidentes esos detalles suelen valerle sombrillas). Lo que importa a la hora de sentarte a ver un programa es si vale tu dinero y tu tiempo. Mrs. Maisel es un ejemplo virtuoso de la libertad que da el streaming a sus creadores. Algo que el espectador debe apreciar.

Mrs. Maisel no tiene rebabas, es una maquinita de reloj perfectamente ajustada. Pero es una máquina con corazón: no estás pensando en la cantidad de engranes que se mueven elegantemente marcando el tiempo. Lo que ves es un reloj suizo que es precioso y preciso.

Después de Mrs. Maisel Amazon Prime le compró otra serie a Sherman-Palladino en la que la guionista-productora vuelve a profesar su amor por el ballet. Étoile es un passion project que tampoco funcionó: la cancelaron tras su primera temporada. Creo que Étoile no es tan buena como Bunheads, pero es que acá hay una solemnidad que no ayuda mucho. La recomiendo porque es buena serie; que sea una entrada al mundo según Sherman-Palladino.

Creo que lo que más me gusta de Sherman-Palladino es que en sus historias nadie es tonto, hay un respeto para cada personaje, cada uno tiene los mejores argumentos para ser quién es. Hasta los tontos tienen buenas frases y se meten en situaciones de las que salen mejor librados que los personajes listos. No hay pierde en esos guiones. Algún día me encantaría estar sentada en esa mesa de escritores, pero estoy segura que trabajar con una control freak como Sherman-Palladino debe ser la muerte, un verdadero fresh hell. Citando a Dorothy Parker: mejor sigue adelante y vive.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de El Economista



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