
Si Guadalajara fuera un paciente, cada temporada de lluvias llegaría a urgencias con los mismos síntomas: fiebre alta por inundaciones, dificultad para respirar debido al tráfico colapsado, obesidad mórbida por el exceso de cemento y un sistema inmunológico debilitado ante la falta de árboles e infraestructura verde.
En su papel de médicos, las autoridades simplemente han mantenido a la ciudad con placebos. ¿Falta aire de calidad premium? Verificación Responsable. ¿Se le inundó la casa? No tire basura. ¿Imposible llegar a su destino? Ahí hay mototaxis. ¿Mucha avenida y pocos arbolitos? Aventemos bombas de semillas desde el aire y que pegue la que pegue.
Y, bajo esta analogía, Guadalajara como paciente tendría todo el derecho y los argumentos a favor para denunciar penalmente a sus autoridades por negligencia médica. Con mucha evidencia, demostraría que sus médicos de cabecera históricamente han lucrado con su salud y priorizado el negocio por encima de una solución real.
Poco a poco, a Guadalajara le han arrancado su naturaleza. Y las inundaciones del pasado miércoles por la mañana lo dejaron más que comprobado: miles de sus habitantes quedaron atrapados hasta por cuatro horas en el tráfico. No pudieron moverse en Tren Ligero o Macrobús porque éstos se desconectaron. Y en los escenarios más delicados, algunos automovilistas fueron arrastrados por la corriente cuando el río les pegó de golpe en el parabrisas.
En lugar de buscar una solución de fondo, a los doctores de la metrópoli les ha dado por prescribir más asfalto e ignorar el transporte público de calidad. Porque no importa cuánto nos presuman desde el Gobierno de Jalisco que todos aman al sistema: si una lluvia lo apaga y los camiones convencionales no pueden subir pasaje porque nadan en alberca, el sistema entero está reprobado.
Ese transporte público deficiente obliga a la mayoría a depender del auto, y sin importar en qué te muevas, el tiempo perdido se traduce en pérdidas económicas incuantificables porque las y los trabajadores llegan tarde, las entregas se interrumpen, las citas médicas se cancelan y las aulas están vacías.
Desde que la memoria nos asiste (al final eso es lo único que nos queda), en la receta médica se han puesto miles de planes para que el sistema de drenaje funcione, para que no te arrastre la corriente y para que el slogan de la ciudad que te cuida tenga razón de ser.
En cambio, los médicos del agua han gastado a manos llenas (con deuda pública, por supuesto) para instalar colectores de mayor diámetro en las zonas bajas que siempre se convierten en lagunas, y éstos siempre han quedado rebasados. Entonces, lo más sencillo para justificar esa mala praxis es culpar al paciente: usted arroja mucha basura, no sea cochino.
Bajo estos escenarios, las autoridades operativas son quienes se llevan los aplausos. Son ellas quienes rescatan a personas atrapadas y salvan vidas… aunque, de nuevo, se trata de píldoras. Tómese un Paracetamol y descanse en casa… si ésta no se inunda porque ya le construimos tres torres al lado y le quitamos el parque en el que solía hacer comunidad.
De esta forma, la demanda por mala praxis estaría bien argumentada: hay un abandono terapéutico. El paciente fue llevado al rincón y no tuvo ni argumento ni prevención. Estabilícenlo en urgencias y denle su alta en cuanto puedan para quitarnos ese episodio de encima. Si regresa el año que entra con exactamente el mismo malestar, repetimos la dosis y listo.
Con este historial, Guadalajara es un paciente crónico al borde de recaer una y otra vez. Y sus médicos oficiales, más que especialistas en salud urbana, parecen estafadores de feria, homeópatas o curanderos que ofrecen tónicos milagrosos mientras la ciudad de la eterna dolencia se hunde en su propia agua… con cinco millones de ciudadanos como víctimas colaterales.
Si una esponja se llena de cemento, pierde su razón de ser. Ya no funciona. Hoy, Guadalajara es esa esponja con cemento a la que enviaron a casa con ungüentos de chamán de feria para ver si la vuelven a poner en pie. La ciudad que te cuida quedó reducida a un paciente terminal. Lo advirtió Jane Jacobs en “Muerte y vida de las grandes ciudades”: El progreso urbano mal entendido genera espacios hostiles. Guadalajara es la prueba.
Cortesía de El Informador
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