Hallan huellas de un ave gigante extinta en Nueva Zelanda de hace un millón de años que podría ser una nueva especie

Durante millones de años, en las tierras remotas de Aotearoa –hoy conocida como Nueva Zelanda– caminaron criaturas que la humanidad solo ha conocido por huesos, leyendas y asombrosos vestigios. Ahora, gracias a un descubrimiento tan fortuito como extraordinario, una serie de huellas fósiles descubiertas en la región de Kaipara podrían arrojar nueva luz sobre uno de los linajes más emblemáticos del archipiélago: las Moa, las aves gigantes y no voladoras que una vez dominaron el paisaje antes de su extinción total tras la llegada de los humanos.

El hallazgo, descrito recientemente en el New Zealand Journal of Geology and Geophysics, no solo representa uno de los rastros fósiles más antiguos de estas aves –con una antigüedad estimada de alrededor de un millón de años–, sino que además plantea la posibilidad de que estemos ante una especie de moa hasta ahora desconocida por la ciencia. Una hipótesis que, de confirmarse, obligaría a revisar el árbol genealógico de este grupo extinto y, con ello, nuestra comprensión de la evolución de la fauna de Oceanía.

Un rastro entre las mareas y el tiempo

Todo comenzó en marzo de 2022, cuando una pareja que paseaba por la playa de Manunutahi (también conocida como Mosquito Bay) descubrió un bloque de arenisca desprendido de un acantilado que mostraba unas marcas peculiares. Lo que parecía una simple curiosidad geológica pronto se reveló como un verdadero tesoro paleontológico: una secuencia corta de huellas tridáctilas –es decir, con tres dedos visibles– impresas sobre roca sedimentaria.

En total, se recuperaron cinco huellas: cuatro como moldes en relieve positivo y una como impresión en negativo. Lo más fascinante no fue solo su extraordinaria conservación, sino su antigüedad. Según el análisis de los sedimentos –asociados al grupo Karioitahi y a formaciones volcánicas vecinas como la tefra Potaka–, las huellas fueron marcadas hace aproximadamente entre 500.000 y 1.500.000 años, durante el Pleistoceno.

Este intervalo sitúa las pisadas en un período muy anterior a la llegada de los primeros humanos a Nueva Zelanda (siglo XIII), lo que añade un valor incalculable al hallazgo: se trata de un testimonio directo del comportamiento de una especie extinta y aún desconocida, libre de interferencias humanas.

La huella número 5 fue hallada a unos 30 centímetros de distancia del conjunto principal de pisadas
La huella número 5 fue hallada a unos 30 centímetros de distancia del conjunto principal de pisadas. Fuente: Thomas et al. (2025)

Uno de los elementos más destacables de esta investigación ha sido la colaboración entre científicos y comunidades indígenas. La extracción de las rocas –complicada por su fragilidad y el implacable vaivén de las mareas– fue supervisada por miembros de Ngāti Whātua o Kaipara, quienes además acogieron las huellas como taonga (tesoro cultural). Hoy, estos fósiles se conservan bajo condiciones controladas en una instalación local, no en un museo nacional, lo que subraya la voluntad de respetar el vínculo entre tierra, historia y cultura.

A nivel técnico, el análisis de las huellas se realizó utilizando escáneres 3D de altísima resolución, combinados con técnicas de fotogrametría. Esto permitió recrear digitalmente la morfología exacta de cada pisada y estudiar ángulos, profundidades y proporciones con una precisión de décimas de milímetro.

Las huellas, con una longitud media de unos 20 centímetros y una anchura ligeramente inferior, muestran una disposición regular y sugieren una marcha pausada. Según los cálculos biomecánicos realizados, el ave que las dejó caminaba a una velocidad aproximada de 1,7 kilómetros por hora, lo que indica un paseo relajado por la playa, probablemente en un entorno intermareal en el que la arena húmeda permitió una excelente impresión.

¿Una especie desconocida?

Uno de los grandes misterios que plantea el estudio es la identidad del animal que dejó las huellas. Las proporciones de los dedos y la anchura estimada del tobillo (medida a partir de la anchura entre dedos) no coinciden exactamente con ninguna de las nueve especies de moa descritas hasta hoy. Algunas especies, como Anomalopteryx didiformis o Pachyornis geranoides, son demasiado pequeñas. Otras, como Dinornis novaezealandiae, resultan excesivamente grandes para los datos obtenidos.

Esto ha llevado a los autores a proponer varias hipótesis. Una de ellas es que las huellas pertenecieran a un ejemplar juvenil de una especie gigante. Otra, más intrigante, apunta a la existencia de una especie aún no descrita: un posible eslabón perdido en la evolución de las moa. Esta teoría se ve reforzada por la distancia entre las huellas, que implica una cadera a unos 80 centímetros del suelo y un peso estimado de 13 a 29 kilos, cifras intermedias que no encajan del todo con las especies conocidas.

Además, la forma particular de los dedos –con digitaciones ovoides y una leve separación del talón– ha permitido a los investigadores proponer un nuevo icnotaxón (es decir, una clasificación basada en huellas fósiles): Tapuwaemoa manunutahi. Este nombre combina la palabra “tapu” (sagrado) con “waewae moa” (pierna de moa) y el nombre del lugar del hallazgo, en una síntesis perfecta de ciencia y cultura local.

Lugar de recolección del breve rastro analizado en el estudio. En el mapa se muestra Aotearoa Nueva Zelanda con la región de Auckland resaltada en verde. Un punto rojo indica el sitio exacto del hallazgo, ubicado en Manunutahi (Mosquito Bay), en la parte sur de la península de Kaipara
Lugar de recolección del breve rastro analizado en el estudio. En el mapa se muestra Aotearoa Nueva Zelanda con la región de Auckland resaltada en verde. Un punto rojo indica el sitio exacto del hallazgo, ubicado en Manunutahi (Mosquito Bay), en la parte sur de la península de Kaipara. Fuente: Thomas et al. (2025)

Moa: más que fósiles

Las moa no son solo aves extintas. Son también protagonistas de las tradiciones orales māori. En los relatos transmitidos de generación en generación, se les menciona como kura(nui) o te manu pouturu, aves de patas largas que habitaron los bosques del norte. En la región de Kaipara, algunos topónimos hacen referencia a antiguas cacerías, como Te Toremingamoa (el lugar donde se acorralaban las moa).

Este rastro fósil, entonces, no es solo un testimonio de la biología de un animal. Es también una conexión tangible con la memoria ancestral de un pueblo. Mientras los científicos reconstruyen los patrones de locomoción y evolución de las moa, las comunidades locales ven en estas huellas una reafirmación de su vínculo con la tierra y la historia.

¿Qué puede venir ahora?

El descubrimiento de Tapuwaemoa manunutahi abre nuevas líneas de investigación paleontológica en Nueva Zelanda. Hasta ahora, la mayoría de los restos de moa estudiados eran huesos, huevos o coprolitos, pero las huellas ofrecen información directa sobre el comportamiento, el movimiento y el entorno de estas aves.

Además, este tipo de análisis tridimensional permite establecer comparaciones más rigurosas con huellas de otras regiones o épocas, e incluso probar nuevas hipótesis sobre cómo variaba la anatomía de las moa según la edad, el entorno o la estación del año. El trabajo también establece un precedente en cuanto a la colaboración entre instituciones científicas y comunidades indígenas, un modelo que podría extenderse a otras investigaciones paleontológicas en contextos culturales sensibles.

En definitiva, este breve rastro dejado por un ave anónima hace más de un millón de años está ayudando no solo a reconstruir el pasado, sino también a redefinir la forma en que ciencia, historia y cultura pueden caminar juntas hacia el futuro.

Referencias

  • Thomas, D. B., Fleury, K., Paterson, M., Hayward, B. W., & Erickson, R. L. (2025). A short trackway of tridactyl fossil footprints discovered in the Kaipara region of the North Island of New Zealand. New Zealand Journal of Geology and Geophysics, 1–15. doi:10.1080/00288306.2025.2472831

Cortesía de Muy Interesante



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