Durante miles de años, las olas del mar han ocultado historias olvidadas en las costas del norte de España y el suroeste de Francia. Hoy, parte de esa historia ha resurgido de las entrañas de la tierra en forma de herramientas esculpidas en un material tan monumental como el animal del que procedía: huesos de ballena. Un equipo internacional de arqueólogos ha documentado el uso humano más antiguo conocido de huesos de cetáceo para fabricar útiles: un hallazgo que cambia por completo lo que sabíamos sobre la vida en las costas europeas durante el Paleolítico.
Los restos, cuidadosamente analizados con técnicas de vanguardia como la espectrometría de masas (ZooMS) y la datación por radiocarbono, no solo confirman la fabricación de herramientas con huesos de ballena hace entre 20.000 y 14.000 años, sino que también revelan la increíble biodiversidad marina del golfo de Vizcaya durante el final de la última glaciación. Rorcuales comunes, cachalotes, ballenas francas, ballenas grises e incluso azules formaban parte de un ecosistema hoy irreconocible. Y lo más asombroso: los humanos de aquella época ya sabían sacar partido de estos gigantes marinos sin cazarlos.
Un arsenal de hueso en la prehistoria
El hallazgo principal de este estudio, publicado recientemente en la revista Nature Communications, se basa en 83 objetos trabajados procedentes de 26 yacimientos paleolíticos distribuidos entre el País Vasco, Cantabria, Asturias y el suroeste francés. Se trata en su mayoría de puntas de proyectil y elementos de armas fabricados en un material poco habitual: hueso de ballena. Junto a ellos, los investigadores también han analizado 90 fragmentos óseos no trabajados procedentes de la cueva de Santa Catalina (Bizkaia), muchos de ellos con señales claras de manipulación humana, como marcas de percusión.
La cronología es sorprendente. Algunas piezas datan de hace más de 20.000 años, en plena transición hacia el fin del Último Máximo Glacial, lo que convierte estos restos en los más antiguos conocidos de herramientas humanas hechas con huesos de ballena. Hasta ahora, se pensaba que el uso regular de productos marinos por parte de los cazadores-recolectores europeos era mucho más reciente. Pero este descubrimiento sitúa a las comunidades magdalenienses del Cantábrico como pioneras en la explotación de recursos costeros de forma sistemática.

Y aunque los huesos de ballena eran difíciles de identificar visualmente debido a su fragmentación y desgaste, el uso de ZooMS —una técnica que analiza el colágeno fósil para determinar su especie— ha permitido reconocer al menos seis especies distintas de cetáceos en los restos arqueológicos. Esto incluye ejemplares de ballena gris, especie actualmente extinta en el Atlántico, cuya presencia sugiere conexiones ecológicas y migratorias aún por explorar en la prehistoria europea.
¿De dónde venían esas ballenas?
A diferencia de las sociedades balleneras históricas que desarrollaron técnicas complejas de caza, los cazadores paleolíticos probablemente no salían al mar en busca de estos colosos. Lo que el registro arqueológico apunta es a una estrategia más sencilla: aprovechar las varamientos. Cuando una ballena quedaba atrapada en la costa, su enorme volumen ofrecía una fuente temporal pero valiosísima de carne, grasa y materiales. El hueso, en particular, servía como materia prima para fabricar herramientas largas y resistentes, ideales para la caza de otros animales terrestres como el reno o el bisonte.
Las cuevas y abrigos del golfo de Vizcaya muestran que estos humanos no solo usaban el hueso, sino que transportaban grandes fragmentos tierra adentro, a veces hasta varios kilómetros y pendientes empinadas desde la costa. En Santa Catalina, por ejemplo, se hallaron vértebras y costillas finamente fracturadas, posiblemente con el objetivo de extraer la grasa interna o incluso de almacenarla como combustible. Aunque las piezas muestran escasas huellas de trabajo directo como herramienta, su grado de manipulación indica que no fueron abandonadas allí por casualidad.

El enigma de la desaparición
Curiosamente, la producción de herramientas de hueso de ballena parece tener un auge notable entre 17.500 y 16.000 años antes del presente. Luego, el registro arqueológico se detiene casi por completo. ¿Qué ocurrió? No fue por falta de ballenas: el acceso a cetáceos parece haber continuado en lugares como Santa Catalina hasta al menos 13.500 años atrás. Tampoco hubo una ruptura tecnológica: las comunidades del Magdaleniense Superior aún usaban recursos costeros, como los moluscos. ¿Entonces?
Una posibilidad es que el cambio obedeciera a razones culturales. Quizás el hueso de ballena perdió su valor simbólico o utilitario frente a otros materiales como la cornamenta de ciervo. Otra hipótesis sugiere que los objetos fabricados en la costa no circularon tanto hacia el interior debido a la interrupción de redes de intercambio. La subida del nivel del mar tras la glaciación, que sumergió vastas zonas costeras donde pudieron haberse producido estas herramientas, también pudo jugar un papel en su desaparición aparente.
Lo que las ballenas revelan sobre el clima del pasado
Más allá del valor arqueológico, los restos óseos permiten también asomarse al mundo natural de hace 20.000 años. Los análisis isotópicos del colágeno han revelado diferencias en las dietas de los distintos tipos de ballenas: los cachalotes, por ejemplo, se alimentaban en niveles tróficos más altos, como hoy, probablemente de calamares gigantes. Las ballenas grises mostraban una firma isotópica compatible con una alimentación bentónica, es decir, basada en organismos del fondo marino, lo que concuerda con su comportamiento actual en el Pacífico. Las ballenas francas o boreales, por su parte, presentan valores que las relacionan con aguas frías y ricos bancos de plancton, en consonancia con un entorno más próximo a las actuales condiciones del Ártico.
Estos datos ofrecen una ventana sin precedentes al ecosistema marino del final del Pleistoceno. Las ballenas identificadas en los yacimientos indican un Atlántico Norte mucho más biodiverso y rico que el actual, donde especies hoy desaparecidas de la zona convivían con otras que aún habitan la región. Este equilibrio marino era fundamental para los grupos humanos costeros, que dependían de forma creciente del mar para su subsistencia.

Reescribiendo la historia del litoral europeo
Los cazadores del Magdaleniense no eran simples habitantes de cuevas alejadas del mar. El hallazgo de herramientas hechas con huesos de ballena —y su datación temprana— obliga a reconsiderar el modo en que nuestros ancestros interactuaban con el entorno marino. No se trata solo de un uso puntual, sino de una estrategia bien establecida de aprovechamiento de los recursos costeros. Más aún: estas prácticas coinciden en el tiempo con la explosión del arte rupestre, las redes de intercambio de materiales y la expansión cultural en el suroeste europeo. Todo apunta a una sofisticada adaptación costera, que hasta ahora había pasado casi desapercibida.
Este estudio arqueológico, liderado por investigadores del CNRS, la Universitat Autònoma de Barcelona y la Universidad de British Columbia, abre así una nueva etapa en el estudio de las relaciones entre humanos y ballenas. Porque entender cómo nuestros antepasados se relacionaban con el mar no solo nos habla del pasado: también nos obliga a repensar el papel que los grandes mamíferos marinos han tenido en nuestras culturas y ecosistemas.
El estudio ha sido publicado en la revista Nature Communications.
Cortesía de Muy Interesante
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