Durante años, las aguas tranquilas del lago Mendota, en el corazón de Madison (Wisconsin), ocultaron uno de los hallazgos arqueológicos más extraordinarios de Norteamérica. Bajo su superficie yacen los restos de 16 canoas antiguas, algunas con más de 5.000 años de antigüedad, que están revolucionando la manera en que entendemos los sistemas de transporte, comercio y vida espiritual de los pueblos originarios de la región de los Grandes Lagos.
Este descubrimiento, liderado por la arqueóloga Tamara Thomsen y documentado por la Wisconsin Historical Society en colaboración con comunidades indígenas como la Nación Ho-Chunk y la Banda Bad River de los Chippewa del Lago Superior, no solo ha sacado a la luz un legado material sorprendente, sino que también plantea preguntas cruciales sobre cómo se relacionaban con su entorno quienes habitaron la región miles de años antes de la llegada de los europeos.
Un “aparcamiento” prehistórico bajo el agua
Todo comenzó en 2021, cuando se localizó la primera canoa, datada en unos 1.200 años de antigüedad. Su hallazgo dio pie a una investigación más amplia que, en apenas cuatro años, ha revelado un total de 16 embarcaciones sumergidas en el lecho del lago. Entre ellas se encuentra una canoa de aproximadamente 5.200 años, lo que la convierte en la más antigua descubierta en la región de los Grandes Lagos y la tercera más antigua de toda América del Norte oriental.
La disposición de estas canoas, en dos grupos claramente definidos cerca de la orilla, ha llevado a los expertos a considerar que podrían haber funcionado como una especie de “punto de intercambio” comunitario. Una suerte de estacionamiento prehistórico donde los viajeros dejaban sus embarcaciones para continuar a pie por una red de antiguos senderos que conectaban el lago con otras áreas clave de la región, como el cercano lago Wingra, considerado un lugar sagrado por los Ho-Chunk.
Durante el periodo comprendido entre hace 7.500 años y el 1000 a.C., Wisconsin sufrió una prolongada sequía que redujo la profundidad del lago Mendota a apenas un metro en algunas zonas, facilitando así que las canoas se utilizaran para trayectos cortos antes de ser enterradas parcialmente en el sedimento para evitar que se secaran o se congelaran. Esta práctica ha sido clave para su conservación durante milenios.

Tecnología ancestral y selección arbórea
Una de las revelaciones más intrigantes del proyecto ha sido la elección de maderas utilizadas en la construcción de estas canoas. Muchas están hechas de roble rojo, un tipo de árbol que, curiosamente, no es el más indicado para la navegación debido a su alta absorción de agua. Sin embargo, los estudios han demostrado que ciertos robles desarrollan unas estructuras internas llamadas “tilosis” cuando sufren daños o envejecen, lo que bloquea el paso del agua y protege la madera contra la descomposición.
Este fenómeno ha llevado a los arqueólogos a pensar que los constructores de estas canoas, lejos de elegir madera al azar, podrían haber seleccionado deliberadamente árboles envejecidos o dañados para aprovechar sus propiedades únicas. Esta forma de bioingeniería empírica, milenaria y completamente natural, demuestra una sofisticación técnica inesperada para la época y desafía nuestra comprensión sobre los conocimientos ecológicos de las culturas indígenas antiguas.
Una red de transporte milenaria
Más allá de los aspectos materiales, lo que realmente transforma este hallazgo en un hito histórico es lo que revela sobre la vida cotidiana de estas comunidades. Las canoas no eran objetos personales, sino bienes comunales utilizados para navegar entre asentamientos, pescar, comerciar o participar en ceremonias espirituales.

Algunas de las canoas recuperadas contenían piedras perforadas que se interpretan como pesas de red, lo que refuerza su uso para la pesca. Pero su ubicación también apunta a un sistema de transporte perfectamente integrado en el paisaje. Las antiguas rutas terrestres que rodean el lago estaban conectadas con otros puntos clave del territorio, y la hipótesis es que los viajeros navegaban hasta puntos concretos del lago y luego seguían su camino a pie, en un sistema logístico sorprendentemente eficiente.
El hecho de que estas rutas converjan en lugares con valor espiritual, como los manantiales de fondo blanco del lago Wingra —considerados por los Ho-Chunk como portales al mundo espiritual—, sugiere que estas embarcaciones también pudieron desempeñar un papel en rituales, funerales o peregrinaciones. La conexión entre lo funcional y lo sagrado se entrelaza aquí con una intensidad que revela una visión del mundo profundamente integrada con la naturaleza.
Un legado vivo que desafía el olvido
El descubrimiento y análisis de estas canoas no es solo un hito arqueológico: es también un acto de memoria y justicia cultural. Las comunidades indígenas involucradas en el proyecto subrayan que este trabajo no solo recupera objetos del pasado, sino que reactiva historias, tecnologías y vínculos con la tierra y el agua que nunca dejaron de existir. La canoa más antigua se construyó antes que las pirámides de Egipto o la invención de la escritura en Mesopotamia, y sin embargo, conecta directamente con las tradiciones vivas de pueblos que siguen defendiendo su herencia cultural.

Actualmente, las dos canoas extraídas del lago se encuentran en proceso de preservación con un tratamiento especializado a base de polietilenglicol. Una vez completado, serán trasladadas a Texas A&M University para su conservación definitiva mediante congelación controlada, y una de ellas será expuesta al público en el futuro Centro de Historia de Wisconsin, previsto para 2027.
El proyecto ha recibido un impulso fundamental con la concesión de más de 113.000 dólares por parte del programa Save America’s Treasures del Departamento del Interior de Estados Unidos, lo que garantiza que este valioso legado pueda ser preservado para futuras generaciones.
Este es solo el principio. Los investigadores creen que todavía hay más canoas por descubrir bajo las aguas del Mendota. Si algunas de ellas dataran efectivamente del inicio de la gran sequía, podríamos estar ante embarcaciones de hasta 7.000 años de antigüedad, lo que reescribiría por completo nuestra visión de la historia antigua en el norte de América.
Cortesía de Muy Interesante
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