En la vasta oscuridad del océano profundo, donde la presión aplasta a cualquier organismo sin la preparación adecuada y la luz solar nunca ha tocado el lecho marino, un equipo internacional de biólogos marinos ha identificado tres nuevas especies de peces. Pero lo que parece un hallazgo técnico y reservado a especialistas, ha tocado una fibra más emocional y simbólica. Porque en el abismo, donde todo es hostil y sorprendente, ha surgido una pequeña criatura rosa con ojos grandes que parece “sonreír”.
Este descubrimiento, publicado recientemente en la revista Ichthyology & Herpetology y liderado por investigadores de la Universidad Estatal de Nueva York en Geneseo (SUNY Geneseo), demuestra que el océano profundo aún esconde secretos capaces de asombrarnos, no solo por su valor científico, sino también por su inesperada belleza.
El mundo oculto bajo California
En 2019, durante una expedición en el Cañón de Monterrey, frente a las costas del centro de California, dos vehículos —uno tripulado y otro remotamente operado— descendieron a más de 3.000 metros en busca de respuestas sobre la biodiversidad marina. Lo que encontraron fue algo completamente nuevo.
Una de las criaturas recolectadas en esas profundidades fue apodada el “pez caracol abultado”, un pequeño pez de apenas 9 centímetros de longitud, con un cuerpo gelatinoso de color rosa chicle y una cabeza redondeada. Lo más desconcertante no fue su aspecto extraño, sino su ternura. En el mundo donde reinan los peces linterna y los siniestros rape, este animal parecía salido de un cuento infantil.
A esa especie se sumaron otras dos igualmente sorprendentes: el pez caracol oscuro (Careproctus yanceyi), de tono negro y forma compacta, y el pez caracol estilizado (Paraliparis em), de cuerpo más largo y sin la ventosa abdominal que caracteriza a muchos miembros de su familia.
Más de 400 formas de adaptarse
Estas criaturas pertenecen a una familia llamada Liparidae, un grupo asombrosamente versátil de peces marinos que habitan desde charcas costeras hasta las trincheras más profundas del planeta. El más célebre de ellos es el pez caracol de las Marianas, que ostenta el récord del pez que vive a mayor profundidad: más de 8.000 metros bajo el nivel del mar.

Lo fascinante de estos animales no es solo su capacidad de resistir presiones físicas que aplastarían a un submarino convencional, sino las estrategias biológicas que han desarrollado: cuerpos sin escamas, estructuras óseas mínimas, adaptaciones bioquímicas a la presión extrema… Y, en algunos casos, como estos tres nuevos ejemplares, una estética inesperadamente encantadora.
Algunos poseen una ventosa en el vientre, una adaptación que les permite adherirse a rocas, animales más grandes o incluso al fondo marino. Es como si la evolución, en su creatividad infinita, hubiese diseñado una familia de peces dispuestos a sobrevivir en cualquier rincón del planeta.
La importancia del descubrimiento
El valor de este hallazgo va más allá del catálogo taxonómico. Descubrir nuevas especies en un lugar tan estudiado como la costa de California —y en una zona con décadas de investigaciones— es un recordatorio contundente: aún sabemos muy poco de nuestro planeta.
Además, hay una poderosa dimensión simbólica. La imagen del “pez adorable del abismo” ha capturado la imaginación colectiva. Porque cuando el imaginario del fondo marino ha sido durante años monopolizado por criaturas monstruosas y amenazantes, el hallazgo de una especie que parece sonreír trastoca nuestros prejuicios.
Y eso es clave. Conocer, nombrar y comprender a estas criaturas es un primer paso para protegerlas. En tiempos donde la minería marina, el cambio climático y la contaminación amenazan incluso las profundidades más remotas, poner rostro —aunque sea gelatinoso y rosa— a los habitantes del abismo puede marcar la diferencia.
Para identificar a estas especies, los científicos no se fiaron solo de la apariencia. Se recurrió a análisis genéticos, disección anatómica y comparación con especies ya descritas. El trabajo fue riguroso, meticuloso y largo. Pero también fue un trabajo impulsado por la emoción de descubrir algo nuevo y compartirlo con el mundo.
Cada vértebra contada, cada milímetro medido, cada secuencia de ADN comparada, forma parte de una coreografía científica que nos permite descifrar la historia evolutiva de los seres que viven en los márgenes de lo imaginable. Y la ciencia también es eso: una historia de asombro.
La vida feliz bajo presión
A pesar de la oscuridad, el frío y la presión brutal, el fondo del mar no es un desierto estéril. Es un ecosistema rebosante de vida adaptada, en equilibrio, que ha evolucionado durante millones de años para prosperar en condiciones extremas.
Lo paradójico es que, desde la superficie, lo concebimos como algo lúgubre. Pero los biólogos que han pasado años estudiando estos entornos insisten: muchos de estos peces no solo sobreviven, sino que “viven felices” allá abajo. Comen, se reproducen, “socializan”, y hasta —por qué no— “sonríen”.
La imagen del pez caracol abultado es el emblema de ese nuevo enfoque. No todo en el abismo es oscuro y peligroso. También hay belleza, color y vida.
Lo que queda por descubrir
Los científicos estiman que apenas conocemos un pequeño porcentaje de las especies que habitan los océanos. Cada expedición a las profundidades es como abrir un libro del que no conocíamos ni el título.
Los tres nuevos peces abisales descubiertos por el equipo de SUNY Geneseo son una muestra más de lo que aún aguarda allá abajo. Y, como suele suceder en ciencia, cada respuesta genera nuevas preguntas.
¿Hay más especies esperando ser descritas a pocos kilómetros de nuestras costas? ¿Cuáles son sus funciones en el ecosistema profundo? ¿Cómo afecta el cambio climático a sus hábitats invisibles? Las respuestas, como estos peces, siguen sumergidas en la oscuridad. Pero con cada expedición, con cada descubrimiento, la luz de la ciencia se filtra un poco más en el abismo.
Cortesía de Muy Interesante
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