
WASHINGTON, DC -En una entrevista reciente con el New York Times, el vicepresidente de los Estados Unidos J. D. Vance señaló: “creo que una de las críticas que recibo desde la derecha es que no estoy suficientemente comprometido con el mercado con M mayúscula”. Vance dejó clara su creencia en que “la economía de mercado es la mejor forma de proveer bienes y servicios y coordinar a las personas en una sociedad muy compleja”; pero en su opinión, el mercado es una “herramienta” y no “el propósito de la política estadounidense”.
¿Tiene razón? ¿Es el mercado una mera herramienta, un medio para un fin? ¿O un mercado libre y funcional debe ser un fin en sí mismo?
Estas cuestiones de apariencia esotérica están en la base de muchos desacuerdos políticos en los Estados Unidos. Los funcionarios y comentaristas promercado rechazan por reflejo cualquier ley o regulación que pueda ser un obstáculo contra la eficiencia económica, mientras que la izquierda progresista y el movimiento de derecha “Make America Great Again” carecen de ese impulso y (como Vance) a menudo lo desestiman.
Pero promover la eficiencia del mercado debería ser objetivo del gobierno. Vance acierta cuando dice que los mercados son la mejor forma de asignar recursos escasos y coordinar el comportamiento económico. El buen funcionamiento de los mercados aumenta la prosperidad, de modo que lograr mercados libres y eficientes es (con las palabras de Vance) un “propósito de la política estadounidense”.
Una de las características perjudiciales del populismo es su tendencia a restar importancia a la prosperidad material. En un intento de minimizar el aumento de precios derivado de su guerra comercial, el presidente estadounidense Donald Trump aparentemente se ha erigido en juez de lo que considera un consumo excesivo, y sostiene que una niña necesita “tres o cuatro muñecas”, no “treinta”. Según Trump, los niños “no necesitan tener 250 lápices, pueden tener cinco”.
El planteo de Trump apunta a las familias con ingresos altos. Pero si estas pueden comprar unas pocas muñecas, habrá muchas más familias que no puedan comprar ninguna. Y si hablar de muñecas y lápices puede parecer frívolo, los altos aranceles también provocan subidas de precios de los alimentos, de la ropa y de la vivienda, que erosionarán el ingreso real de los hogares. La reducción del poder adquisitivo de los estadounidenses es un problema grave precisamente porque uno de los objetivos principales del gobierno de los Estados Unidos es promover la prosperidad.
Para quienes creemos en un gobierno limitado (un compromiso que definía al Partido Republicano), el libre mercado no es una mera herramienta: promover la libertad económica es uno de los objetivos del gobierno. En un mercado libre, las transacciones son voluntarias y sólo se producen intercambios que beneficien a ambas partes. Por el contrario, la interferencia gubernamental en los mercados suele perjudicar a la gente, porque impide ciertas transacciones y modifica los precios relativos.
Los mercados libres también crean condiciones para la libertad política, otro compromiso tradicional de los conservadores. Vance acierta cuando dice que el mercado es la mejor forma de coordinar a las personas en una sociedad compleja. Cuando el Estado intenta hacerse cargo de la coordinación, es inevitable que aumenten su tamaño y su alcance.
Por ejemplo, tanto los grandes programas sociales de la izquierda como la política industrial y las guerras comerciales de la derecha MAGA son intentos de que la política pública sustituya la función coordinadora del mercado en la determinación de la composición del consumo privado, la inversión, la industria y el empleo. El resultado es un gobierno más expansivo e invasivo. Y cuando el gobierno pone un dedo en la balanza (o en realidad, un puño) para determinar los precios que paga la gente y las ocupaciones que ejerce, la libertad política disminuye y se ve amenazada.
Además, el mercado no es una mera herramienta de asignación de recursos y coordinación de comportamientos que esté totalmente desprovista de aspectos éticos. El mercado fomenta una serie de virtudes, entre ellas la prudencia, el ahorro, la laboriosidad, la honestidad, la fiabilidad y la capacidad de innovación, así como la ambición y la asunción de riesgos. La voluntariedad de los intercambios de mercado lleva a que la sociedad sea más cooperativa y confiere dignidad e igualdad a los ciudadanos, fomentando la conciencia de nuestras obligaciones mutuas. Puede que el barista de Starbucks y el cliente millonario tengan patrimonios netos muy diferentes; pero se miran a los ojos desde ambos lados del mostrador como iguales en la transacción, y cada uno agradece al otro sinceramente.
En una economía de mercado, el esfuerzo se recompensa: la remuneración depende en gran medida de la productividad. Y cuando el esfuerzo se recompensa, las personas gozan de autonomía y pueden practicar la virtud de la responsabilidad personal.
Hay además beneficios más amplios. El crecimiento económico derivado del sistema de libre empresa reduce el conflicto social, ya que permite que a algunos les vaya mejor sin necesidad de que a otros les vaya peor. Los mercados libres también son la herramienta más eficaz de la historia contra la pobreza. Conforme los países en desarrollo los adoptaron, hubo una reducción drástica de la proporción de la población mundial que vive con menos de un dólar por día, más de una de cada cuatro personas en 1970 a una de cada veinte en 2006, aproximadamente.
Por supuesto, la libertad de mercado debe equilibrarse con otros objetivos económicos, políticos y culturales importantes (y a veces contrapuestos). Cierta interferencia estatal en los mercados (incluidos los impuestos a la contaminación, los subsidios a la educación y otros programas que buscan alinear los costos, beneficios sociales y privados) es deseable. Tal vez los programas de complementación de ingresos del gobierno federal de los Estados Unidos disminuyan la eficiencia económica privada, pero también fomentan la participación en la economía al alentar la búsqueda de empleo.
No es verdad que los mercados sean una mera herramienta. Uno de los propósitos de la política es garantizar el buen funcionamiento del libre mercado, porque fomenta la prosperidad, la libertad económica y política así como la virtud individual y social. Por supuesto que el mercado no debe convertirse en un falso ídolo. Pero esta trampa es evitable sin necesidad de caer en otra: negar la verdad sobre la libre empresa.
Traducción: Esteban Flamini
El autor
Michael R. Strain es director de Estudios de Política Económica en el Instituto Estadounidense de la Empresa y autor de The American Dream Is Not Dead (But Populism Could Kill It) (Templeton Press, 2020).
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Cortesía de El Economista
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