Héctor Alterio, por él mismo: el recuerdo de su padre partisano, el club Chacarita y su mirada desde la madurez

Durante años escuché hablar a Héctor Alterio. En su casa, en los estrenos, en la vida en la que él se movió cuando el exilio ya era parte de su pasado, pero en el alma este exilio seguía siendo la parte de dentro de su extrañeza por haber vivido aquella feroz historia que rompió su país, Argentina. He aquí lo que le escuché decir cuando se puso a contar su vida.

Empieza así lo que me contaba cuando hablamos, a sus ochenta años, de la obra que entonces representaba, Dos menos, escrita por Samuel Benchetrit: Mi viejo fue partisano en la Segunda Guerra Mundial y participó en la lucha contra el fascismo en Italia, de tal manera que tenía unas características físicas parecidas a la mía. Si a eso le agregamos que soy de origen italiano, que tengo que cantar canciones napolitanas… (las calabresas no las conozco, sino habría sido calabrés)… Todo eso lleva a una familiaridad en el trabajo que me divierte mucho, me entretiene y coincide con todas estas características. Lo paso estupendamente bien porque si no es acerca de mí es acerca de mi entorno, el de mi padre. Estuve muy al tanto de todo lo que ocurría y me resulta sumamente familiar”.

–Has dicho una palabra clave: el padre. Uno no sólo es el padre que tuvo sino el abuelo también. A lo largo del tiempo vamos viviendo todas las edades. Y llega una edad en la que ya las has vivido todas.

–Me resulta curioso que últimamente estoy empujando a la memoria para que me refleje situaciones de mis abuelos. A mi abuelo paterno no lo conocí, pero a mi abuela materna sí, la llamábamos “mamella”, una deformación idiomática. Recuerdo, no sé por qué, que se sentaba en uno de esos sillones de mimbre al fondo del cobertizo, con el cabello blanquísimo… Podría ser que con el avance de la edad uno trata de recuperar todo para que se acumulen situaciones que le han pertenecido. Por lo demás, estoy bien de salud, puedo hacer mi trabajo con muy pocas quejas del cuerpo.

–¿Qué noticias te ha ido dando la edad a medida que has ido cumpliendo años? Cuando uno llega a los 80 años, ¿empieza a percibir que los defectos que tuvo a los 60 ya no existen o tiene el mismo padecimiento y uno sigue siendo el que fue?

–Pienso que hay cosas que se agudizan normalmente, biológicamente, que son inevitables. Pero estoy en una edad en que creo que dentro de cinco o seis años la cosa va a manifestarse más definitivamente. Mientras tanto, mentalmente sigo teniendo el mismo humor, la misma gana de trabajar… Habrá cosas de las que no me dé cuenta, prevenciones, cosas que no puedo verbalizar pero que existen. En general todavía no tengo esa sensación. Hay un cierto distanciamiento que quizá da la experiencia o la madurez, pero no mucho más allá.

–Tienes mucha vida interior.

–Será. El trabajo me lo posibilita porque me hace pensar mucho en él. Estoy en ese momento. Si esta pregunta me la haces dentro de cinco años, a lo mejor las respuestas pueden variar. Mientras tanto lo estoy pasando bien, sigo con mi compañera, mi mujer, tenemos la nieta, el leiv motiv de nuestra vida, cuando llego a casa primero pregunto por ella (risas). Lo mismo le debe ocurrir a mi mujer, lo que pasa es que ella está mucho más al tanto de todo. Por lo demás, por mi forma de ser, tanto en el trabajo como en la familia, tengo la posibilidad de tener un entorno apacible. Me siento respetado, querido y eso es muy gratificante.

–Y la profesión que te sigue requiriendo para papeles que ahora son los papeles de tu tiempo.

–A veces me han hecho preguntas algo incómodas del tipo: ¿Para cuándo la jubilación? Como si estuviera ocupando un espacio que no me pertenece porque tengo una edad de la que quedan pocos. No estoy ocupando el puesto de un actor de 30 o 40 años, por supuesto, estoy ocupando el puesto de alguien que me llama para hacer ese papel y si no lo hago yo lo haría otro de 80 años. También hay algo fundamental: con mi trabajo tengo que pagar una hipoteca, una sanidad… y la jubilación no me lo permite. O sea, que tengo que trabajar. Pero no estoy usurpando, no me siento usurpador. A mí me llama el productor y yo cumplo con mi trabajo.

–Y además lo pasas bien.

–Exacto. A lo mejor ese sea el motivo de algunas preguntas, el que lo pase bien y encima me paguen.

–No están acostumbrados a que la gente sea feliz con lo que hace.

–Seguramente.

–Lo que sí es cierto, como dices, es que te piden papeles que tienen que ver con tu tiempo.

–¡Claro!

–¿Cómo te sientes en esos cuerpos? Con Pepe Sacristán hiciste una obra en la que el personaje había perdido completamente sus facultades.

–Da la casualidad de que, últimamente, por una cosa o por otra, son personajes que están siempre en la tercera edad y en estado terminal. Tanto en aquel personaje como en éste. Estoy en la tercera edad, pero en el otro estado creo que no. No me afecta para nada porque sé que eso, tarde o temprano, nos va a tocar a todos, a unos antes y a otros después. Al mismo tiempo, como mi trabajo es un juego, es una mentira, lo único que tienes que hacer es darle la mayor credibilidad posible. Y si va adobado con humor mucho mejor. No me afecta nada tener que representar a un personaje que coincide con mis características y que además tiene un tumor o algo que va a terminar con su vida. No, no me afecta.

José Sacristán y Héctor Alterio, en 2009, por la obra José Sacristán y Héctor Alterio, en 2009, por la obra “Dos menos”. Foto EFE/Alberto Estévez

–Ya has pasado por casi todas las edades. ¿Cómo las ves ahora? ¿Cómo te ves de joven, de maduro, ahora mismo? ¿Qué repercusiones han tenido en ti?

–Lamento muchas veces haber tenido actitudes en mi juventud y en mi adolescencia que me reprocho a mí mismo, como si fuera mi propio padre, y me pregunto: ¿Por qué carajo has hecho esto? Me ocurre. Pero tampoco es preocupante, forma parte de ese soliloquio que mantengo siempre y que a veces coincide con ciertas cosas que me hacen acordarme. Más allá de eso me veo bien todavía, debe ser porque no tengo afecciones que me tiran para abajo. Si tuviera alguna determinación médica que me obligara a pensar en mi edad… No. Que yo sepa… Me operé del corazón hace diez años y sigo bien, de tanto en tanto hago la prueba de esfuerzo y lo que habitualmente se suele hacer, pero tampoco mucho más.

–¿Cómo eras de joven, con 20 años? ¿Tenías la perspectiva de lo que serías luego?

–No. Estaba despertando a un montón de cosas. Tienes que tener en cuenta que soy hijo de emigrantes de clase media-baja, sin posibilidades de apoyos intelectuales ni estudios que me hayan permitido desarrollar una actividad más allá de la vocación natural y espontánea. Pero nunca intelectualmente, algo que siempre he lamentado. De ahí vienen muchos reproches que me hago ahora de cuando era joven. Lamento mucho no haber podido encauzar mi vida, un poco por abulia, por esa cosa de ser un muchacho de barrio sin basamento. Al margen, lo he pasado bien y mal dentro de una situación económica a veces precaria. Pero salí adelante. Aquí está el resultado.

–¿Cómo ves a los jóvenes de este tiempo, tanto en América como en España? ¿Te da envidia la edad, te gustaría ser joven ahora?

–No porque todos los momentos que he vivido los he vivido como naturales y me han obligado a reaccionar frente a la vida con mi estado. No. Como entra dentro de la utopía no me martirizo ni me preocupa. Quizá no me doy cuenta, pero a veces entro en situaciones en las que mi presencia provoca cambios en las conversaciones… Pero no, estoy bien. Afortunadamente uno no sabe cuando esto se termina. Mientras tanto continúo como si estuviera joven.

–Ahora tienes hijos e incluso nieta. Esa confrontación con los hijos…

–No se da.

Héctor Alterio en un homenaje en su honor en el CCK, en Buenos Aires. Foto EFEHéctor Alterio en un homenaje en su honor en el CCK, en Buenos Aires. Foto EFE

–Lo verás en ellos y te verás a ti.

–Sí. Me hacen notar el parecido, las actitudes o las formas de ser, especialmente con mi hijo, que tiene ahora 40 años. Según mi mujer es el fiel reflejo de cuando ella me conoció a mí.

–¿Eso es bueno o malo?

–No lo sé. No lo sé porque yo no me doy cuenta. A veces sí, cuando me veo a la edad de él en algunas viejas películas me siento parecido a él.

–¿La edad nos va quitando energía progresista? Por ejemplo, ¿te hace más conservador?

–Sigo teniendo mis odios. Como buen hincha de fútbol tengo simpatías y antipatías (risas) y esa irracionalidad no la quiero perder. Eso es lo que me permite disentir. También en la política. Afortunadamente todavía me provoca rechazos muy sanguíneos con respecto a la situación actual.

–Dice José Saramago que uno va siempre con el niño que fue. Hay un verso de un poeta alemán, Michael Kruger, que leí hace poco y que decía: “La infancia me envía a veces una postal. ¿Te acuerdas?”

–Claro que sí. Tarjetas postales que me reflejan como una foto situaciones de mi vida, de mi infancia, y eso es lo que últimamente se repite en mis pensamientos. Me encuentro con aquel niño desvalido, solitario, melancólico, medio enfermizo, en la escuela con el guardapolvos blanco que llevábamos en Buenos Aires… Todo eso se me va acumulando, espaciadamente, lo voy reconstruyendo como un puzle. Lo que dice Saramago.

–¿Cómo era la relación con tu padre?

–Cuando fallece mi padre yo tenía doce años. Parte de esos doce años estuvo internado en un hospicio con una afección. Fue relativamente distante, no lo recuerdo casi. A mi madre sí, todo el tiempo viví solo con mi madre porque mis hermanos ya estaban casados. Tuve una muy buena relación, sobre todo los últimos años cuando yo ya actuaba en el teatro. Era una campesina de un pueblo de Nápoles que se casa con mi padre nada más terminar la Primera Guerra Mundial y se vienen a Buenos Aires. Recuerdo una foto de ella embarazada de mi primer hermano, que falleció. Está sentada en un banco de una plaza con una cara de tristeza… Siempre me hablaba de las montañas, de la alegría del pueblo, era una constante en sus recuerdos. Miro la foto y la remiro y presumo de que ahí se refleja todo lo que había perdido. En otra está con mi hermano recién nacido en los brazos y mirando a la cámara con una tristeza infinita. Siempre tuve una relación muy buena con ella, muy triste por el final inevitable y con muy buenos recuerdos. De mi padre no. No tuve recuerdos, ni te podría decir si era divertido o no.

Héctor Alterio vivía en Madrid desde 1974. Foto EFE/ Fernando AlvaradoHéctor Alterio vivía en Madrid desde 1974. Foto EFE/ Fernando Alvarado

–Pero sí percibes imágenes muy nítidas de tu infancia, del rostro de tu madre.

–De mi padre no, lo que te pueda contar de él es a través de lo que me han contado mis hermanos. Personales no.

–¿Uno se rebela contra la edad o va conviviendo con ella?

–La rebelión a veces viene a partir de la cirugía estética, cuando piensas: Me voy a quitar las arrugas… No, no. Y me rebelo.

–Ya no puedes ser delantero centro del Madrid.

–¡Ah, bueno! Pero hay quienes me representan muy bien (risas)

–Tienes verdadera pasión por el fútbol.

–No la quiero perder.

–¿Cuál es tu equipo en Argentina?

–Es un equipo con mucha tradición porque en él jugaba como portero, casi al comienzo, un tío mío, hermano menor de mi padre. Tuvo mucha preponderancia, era famosísimo, “pivona” le llamábamos. Y nos hicimos todos de ese club, el Chacarita Juniors, se llamaba. Del barrio de Chacarita en el que viví toda mi vida, muchos años, donde está el cementerio oeste, Chacarita es la deformación de la palabra chacra, y chacrita es una chacra pequeña. Al decir chacrita seguido suena chacarita.

–Tienes ochenta años. En la época de tu padre tener 60 años ya era ser anciano.

–Sí. Ahora todo eso ha cambiado, yo soy mucho más mayor que mi padre, él murió cuando tenía 50 años. ¡Fíjate, tengo 30 años más que él! Sin embargo, no me siento como se sentía él a su edad. Podría ser su abuelo. Yo tengo la imagen de un hombre muy mayor, con 50 años. ¡Mira ahora! Estaba desgastado… En aquella época la alimentación, la medicina estaba a la cuarta parte que ahora. El teatro me permite esta aparente juventud porque estoy rodeado de gente joven que hacen mi misma profesión pero con 40 años menos. En ésta se dan características muy particulares: ambiciones, ideales, ilusiones que comparto con gente que tiene 40 años menos, pero con el mismo objetivo. Me hace muy bien.

–Ojalá también te den papeles que no sean sólo de tu edad. Quiero decir, que a tu hijo no siempre le darán papeles de las mismas características. Sin embargo la tentación es que a una persona de 80 años hay que darle un papel de un hombre de 80 años. Podría ser un empresario sencillamente, el presidente de una empresa.

— Ahí está.

–¿Por qué no te haces un monólogo un día?

–Podría y así me independizo totalmente. Vittorio Gassman, “il mattatore”. Lo vi en Buenos Aires.

Héctor Alterio, en Lady Godiva, en 1963. Lo acompaña Alejandra Boero.Héctor Alterio, en Lady Godiva, en 1963. Lo acompaña Alejandra Boero.

–Con otros actores veteranos con los que has trabajado, ¿cómo ha sido?

–Teníamos otra edad. Ellos ya no están aquí. Eran los mayores. Cuando yo llegué aquí ya tenía 40 años, pero bueno, trabajé con Fernando Fernán Gómez, por ejemplo. Me pareció un ser maravilloso. Un personaje entrañable que me divertía muchísimo y a quien tenía infinito respeto. Siempre fue un poco distante pero muy afable y divertido.Me encantaba, me regodeaba, se lo transmitía, se lo decía y se sintió un poco molesto. Me acuerdo perfectamente. Me pasaba con él y con José Luis López Vázquez, con el que también he trabajado. A Rodero lo he visto pero no he trabajado con él. Sentía orgullo por trabajar y estar con ellos.

–Lo que le pasa ahora a mucha gente contigo.

–Sí. Supongo, creo, espero.

Cortesía de Clarín



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