
Ayer se cumplió un aniversario más de la consumación de la Independencia. Nuestra acta de nacimiento como país independiente está datada en esa fecha. Este es un hecho cierto, como lo es que hablamos español, que nuestra cosmogonía religiosa es mayormente católica y que somos mestizos. Al margen de la disputa entre insurgentes contra realistas -ambos carentes de proyecto de país- y recordando que la historia está soportada en mitos, mentiras, interpretaciones sesgadas, intereses, patrañas y algunas verdades, me gustaría, sin más ánimo que echar mi cuarto de espadas, señalar algunas de las contradicciones más relevantes en el origen del movimiento y algunos “chismecillos” de la época.
Hidalgo, que desde chiquillo era vaguillo, pronunció el grito de “independencia” echándole “vivas” a Fernando VII, monarca de España; no puede haber mayor absurdo y contradicción. Chisme: dicen las malas lenguas que unos días después de la llegada de los insurgentes a Guadalajara, por la noche se escuchó el rodamiento de un carruaje que circulaba por sus calles llevando como pasajera a la joya más preciada del padre de la patria, a la Fernandita. Bueno, es entendible, necesidades son necesidades.
Es del dominio público que Agustín de Iturbide, que era un oportunista consumado (no como los de ahora), acordó con Vicente Guerrero, que no sabía leer, el Plan de Iguala. En él se convino la consumación de la Independencia y la formación del Ejército Trigarante para garantizar la vigencia de los principios de las fuerzas beligerantes: religión, independencia y unión. Curiosamente, en ese mismo documento se propone para el México naciente, una monarquía constitucional, ofreciéndole el trono ¿a quién creen?… pues a Fernando VII. Su Alteza Serenísima, Agustín I, acabó, con base en los Tratados de Córdova, siendo uno de los primeros usuarios de la silla maldita. Luego pagó el precio. Cosas veredes.
Chisme. Ya entrados en el tema, les platico una anécdota encantadora. Para un día como antier, se preparó la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. Se decidió el curso que seguiría el contingente y resulta que por las calles de Doncella (hoy Bolívar) vivía un personaje en verdad excepcional: Doña María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, la famosísima Güera Rodríguez, hermosa mujer de la aristocracia criolla, cuya casa frecuentaban los personajes de la época, entre ellos, el Barón de Humboldt y el mismísimo Simón Bolívar. ¿Pero qué creen? No se previó que el desfile pasase por la calle donde vivía nuestra heroína. El hecho es que, para dar gusto a la dama, Iturbide que, como Hidalgo, era galante, hizo uso de sus facultades “metaconstitucionales” y ordenó torcer la marcha para pasar frente a la citada finca y recibir una flor lanzada por la Güera desde su balcón. Acto seguido, Iturbide, en reciprocidad, le envío una pluma desprendida de su bicornio, no sin antes besarla… ¿Quién dice que este país es poco serio?
P.D. Nuestra historia está llena de relatos, consejas, detalles y hechos poco conocidos que, aunque irrelevantes, encierran y humanizan a nuestros héroes. “Sic transit gloria mundi”.
Cortesía de El Informador
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