Historiadores desmontan el mito más sangriento de la Edad Media: Vlad el Empalador no mató a 100.000 personas y esta es la verdad detrás del Drácula histórico

Durante siglos, la figura de Vlad III, más conocido como Vlad el Empalador o simplemente “Drácula”, ha despertado fascinación, horror y, en ocasiones, una mezcla morbosa de ambas. Sus enemigos lo retrataron como un monstruo insaciable de sangre, mientras que su nombre quedó grabado en el imaginario colectivo gracias a la novela de Bram Stoker. Pero, más allá de la ficción, ¿cuánto hay de cierto en la imagen del príncipe que sembraba los campos con cadáveres empalados?

Un nuevo estudio publicado en Transactions of the Royal Historical Society, se propone responder a esa pregunta. Su autor, el historiador Dénes Harai, ha llevado a cabo el análisis más exhaustivo hasta la fecha sobre las prácticas punitivas de Vlad, contrastando documentos de época, crónicas, cartas y registros censales. El resultado es tan revelador como perturbador: Vlad fue brutal, pero no tanto como nos han hecho creer.

La leyenda del bosque de empalados

Uno de los episodios más espeluznantes atribuidos a Vlad III de Valaquia ocurrió en el verano de 1462. Según algunas fuentes, cuando el ejército otomano avanzaba hacia la capital de Valaquia, Târgoviște, se toparon con una escena dantesca: un campo con 20.000 cuerpos empalados, hombres, mujeres y niños incluidos. Aquella imagen, una especie de bosque macabro de cadáveres, sirvió durante siglos como prueba irrefutable de la crueldad del voivoda.

Sin embargo, Harai demuestra que esa cifra no solo es poco probable, sino virtualmente imposible. A través de un minucioso análisis de las fuentes disponibles, el historiador ha identificado un patrón constante de exageración. Crónicas escritas años después de los hechos, muchas de ellas con evidentes fines propagandísticos, multiplicaban por diez o incluso por veinte las cifras reales. En lugar de 20.000 víctimas, los datos cruzados sugieren que podrían haber sido entre 1.600 y 1.700. Una cifra aterradora, sí, pero que cambia por completo la escala del relato.

Uno de los aspectos más importantes del estudio es el contexto. Empalar no era una invención de Vlad, ni un acto exclusivo de su gobierno. Tanto en el Reino de Hungría como en el Imperio Otomano, esta forma de ejecución era legal y empleada en casos extremos. Lo que distingue a Vlad no fue tanto la práctica en sí, sino la frecuencia con la que la utilizó y la teatralidad con la que la ejecutaba.

Educado en la corte otomana como rehén político, Vlad aprendió desde joven los métodos de poder basados en el miedo y la disciplina
Educado en la corte otomana como rehén político, Vlad aprendió desde joven los métodos de poder basados en el miedo y la disciplina. Foto: Wikimedia/Christian Pérez

La empalación no era simplemente una ejecución: era un espectáculo. Una advertencia pública, una escenografía del poder. Vlad, astuto en su manejo del terror como herramienta de control, convirtió esta práctica en una firma de su gobierno. Y, aunque no inventó la técnica, la transformó en símbolo.

Desmontando cifras, caso por caso

El estudio de Harai examina algunos de los casos más conocidos y ofrece datos concretos. Por ejemplo, en 1459, Vlad habría empalado a 41 comerciantes sajones de Brașov, pero la crónica alemana que relata el suceso afirma que fueron 600. En ese mismo año, durante una célebre cena de Pascua en la que Vlad invitó a los boyardos desleales a un banquete solo para ejecutarlos, la cifra real ronda los 40 o 50, aunque las fuentes hostiles elevan el número a 500.

Incluso en casos menos documentados, como las represalias en la región de Amlaș, el cruce con registros censales de décadas posteriores sugiere que el porcentaje de población desaparecida coincide con ese mismo margen del 7 al 10 % que Harai ha identificado como “verosímil”.

El patrón se repite una y otra vez. Las crónicas más escandalosas coinciden con las que más inflaron los números. Así, a lo largo del estudio, se establece un coeficiente de exageración histórica. Según esta metodología, el total de víctimas por empalamiento atribuibles con cierto grado de certeza a Vlad se sitúa en torno a las 2.000 personas a lo largo de sus tres mandatos como príncipe de Valaquia. Terrible, sin duda. Pero muy lejos de las 100.000 que algunas fuentes renacentistas le atribuyen.

Una reputación útil para amigos y enemigos

¿Por qué, entonces, se exageró tanto? Aquí entra en juego la política, la propaganda y la necesidad de moldear monstruos. Los sajones de Transilvania, enemigos comerciales y políticos de Vlad, tenían razones de sobra para convertirlo en una bestia sangrienta. En el otro extremo, los cronistas otomanos también encontraron útil retratarlo como una amenaza salvaje que desafiaba al sultán. Paradójicamente, incluso en Hungría, donde Vlad tenía aliados, su brutalidad fue celebrada como símbolo de resistencia cristiana frente al islam.

Todos, en definitiva, encontraron en Vlad una figura moldeable, apta para sus relatos. A lo largo de los siglos, esta imagen se consolidó. Más tarde, la literatura romántica del siglo XIX haría el resto. Stoker tomó prestado el nombre de Drácula y el halo siniestro, pero lo mezcló con mitos de vampiros, supersticiones rurales y miedos victorianos.

El monasterio de Cozia, erigido en 1388 por el príncipe Mircea el Viejo, simboliza la consolidación del poder valaco
El monasterio de Cozia, erigido en 1388 por el príncipe Mircea el Viejo —abuelo de Vlad el Empalador—, simboliza la consolidación del poder valaco a finales del siglo XIV y muestra una clara influencia del arte bizantino en su iglesia de la Santísima Trinidad. Foto: Wikimedia

El estudio no pretende exculpar a Vlad. Nadie puede considerar 2.000 ejecuciones por empalamiento como una muestra de moderación. Pero sí ofrece una imagen más precisa: la de un gobernante brutal, sin duda, pero también racional, calculador y profundamente influido por las prácticas de su tiempo.

En el contexto de la Europa del siglo XV, donde las ejecuciones públicas, los ajusticiamientos masivos y las penas crueles formaban parte de los sistemas legales, Vlad no era una aberración sino una expresión extrema de una lógica común: castigar para gobernar, aterrorizar para imponer orden.

Y si bien su creatividad para sembrar el miedo fue singular, su sadismo, al menos en términos cuantitativos, ha sido enormemente exagerado.

Reescribiendo al Drácula histórico

La investigación de Harai marca un antes y un después en la historiografía sobre Vlad III. Al aplicar métodos cuantitativos, cruzar fuentes y cotejar registros, ofrece un retrato más humano (aunque no más benévolo) del príncipe que sembró el terror en el sudeste europeo. Se aleja del mito del monstruo sin rostro y lo presenta como lo que realmente fue: un señor feudal con ambiciones de poder, atrapado entre dos imperios, que eligió el terror como lenguaje de autoridad.

La historia, una vez más, demuestra que los mitos son resistentes, pero no inmunes al bisturí de la evidencia. Vlad sigue siendo el Empalador, pero ahora sabemos cuántos empalamientos hubo en realidad.

Cortesía de Muy Interesante



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