
La llegada de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) ha provocado un cambio disruptivo en las Instituciones de Educación Superior (IES), transformando tanto los mercados laborales como los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Los modelos de lenguaje grande (LLMs) como ChatGPT, Gemini/Bard y Copilot, han introducido herramientas capaces de generar contenido, automatizar tareas y facilitar el acceso al conocimiento; generando tanto entusiasmo como preocupación entre educadores y estudiantes.
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Inicialmente surgieron inquietudes sobre plagio o autocorrección de actividades evaluables, pero la respuesta a esas preocupaciones no puede ser la prohibición; la IAG debe entenderse como una herramienta capaz de complementar y aumentar la educación, es decir, un catalizador para la evolución educativa.
El impacto de la IA lo podemos ver desde el desarrollo de competencias (KSAs) – conocimientos, habilidades y destrezas – fundamentales hoy en día para el desempeño profesional.
La naturaleza enciclopédica y cerrada de las respuestas generadas por la IA, choca, en muchas veces, con el aprendizaje activo que promueven los modelos educativos actuales. En este contexto, la IA debería funcionar como una fuerza aumentativa, capaz de liberar a las personas de aquellas tareas rutinarias, repetitivas y abriendo paso al desarrollo de habilidades que son insustituibles por la IA como el pensamiento crítico, la resolución de problemas complejos, la adaptabilidad, la inteligencia emocional y sobre todo la toma de decisiones éticas.
Actualmente los estudiantes universitarios, ya están familiarizados con la tecnología de IAG y la perciben como un recurso que facilita la innovación y permite explorar nuevas herramientas en entornos empresariales digitalmente transformados.
El uso correcto de las IA puede ayudar a personalizar las experiencias de aprendizaje, adaptar contenidos a las necesidades individuales de los estudiantes y docentes, así como ofrecer apoyo constante sobre todo con retroalimentación casi inmediata.
Estas ventajas requieren, sin duda, que tanto la currícula como las evaluaciones se adapten a este enfoque competencial donde las tareas exijan interpretación, contextualización y pensamiento crítico.
Es imperante que las IES promuevan el uso ético y seguro de la IA. Considerar los riesgos de sesgo, plagio o difuminación de la autoría seguirán exigiendo supervisión humana, transparencia y educación sobre el manejo responsable de los datos.
En este sentido, la integración de la IA no será sustitutiva, sino que es punta de lanza para redefinir los roles tradicionales de docentes y estudiantes, planteando un entorno en el que la tecnología y la inteligencia natural humana se complementan y generan valor agregado.
En definitiva, integrar la IA en la educación superior no es solo una innovación tecnológica.
Es una oportunidad estratégica para preparar a los estudiantes en un mundo donde la colaboración entre humanos y máquinas sea sinónimo de eficiencia, creatividad y desarrollo humano sostenido.
La verdadera disrupción no está en la herramienta, sino en la capacidad de las universidades para convertirla en palanca de crecimiento integral.
* Coordinadora Académica de la Licenciatura en Economía.
Cortesía de El Economista
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