Infertilidad social: ¿qué necesitamos para maternar?

Texto de Diana Paulina Pérez Palacios, colaboradora de la Coordinación para la igualdad de género en la UNAM

Maternar me ha hecho cuestionar mi realidad y enfrentarme a ella de diferentes modos. El cambio de rutina y el quiebre de la cotidianidad han significado no solo armar un mecanismo de resistencia y resiliencia diarias, sino también realizar un ejercicio consciente sobre lo que implica ejercer la maternidad hoy en México.

Tengo 35 años y un bebé de seis meses. Durante muchos años, la idea de ser madre era obsoleta para mi vida; mi ejercicio profesional era más importante, o al menos esa era la respuesta que ofrecía cuando me hacían la tan temida pregunta: ¿para cuándo lxs hijxs? Cuando decidí ser madre, supe con claridad que esa no era la razón. Porque, cuando me preguntaron “¿por qué ahora?”, respondí: “Porque existen condiciones”.

La maternidad desde la imposición

Un balde de agua fría cayó sobre mi cabeza cuando me reflejé con las diferentes realidades de México. Por un lado, la dolorosa y estruendosa realidad de cómo la tasa de fecundidad en niñas de 10 a 14 años subió de 1.63 a 1.69 nacimientos por cada mil niñas entre 2015 y 2023; y cómo la Tasa Específica de Fecundidad en Adolescentes (TEFA), que aunque se redujo un 16.7 % en ese mismo periodo, sigue representando una problemática sobre la que aún debe trabajarse para garantizar el acceso a la educación sexual de nuestras juventudes. 

Estos hechos están atravesados, además, por el componente de la violencia: las estadísticas del Sistema Nacional de Información Básica en Materia de Salud indican que, entre 2017 y 2022, los embarazos como consecuencia de violencia sexual incrementaron del 70.3 % al 87.2 %.

Vivimos en un país donde hay niñas y adolescentes para quienes la maternidad ha sido una imposición, no un deseo. A ellas les debemos la garantía de sus derechos y la creación de condiciones que les permitan vivir una niñez y adolescencia plenas, libres de violencias y con acceso a una educación no interrumpida que les permita desarrollarse en todos los ámbitos.

Desde este horizonte, quienes decidimos ser madres desde una elección informada formamos parte de un grupo privilegiado, con acceso a recursos epistémicos, económicos, sociales e incluso políticos.

Imagen: Shutterstock

Más allá del deseo de ser madre

Fue en esta confrontación con mi privilegio y mi contexto que me encontré con el término infertilidad social. En Calibán y la bruja (2004) y El patriarcado del salario (2018), Silvia Federici plantea cómo la reproducción se vuelve “infértil” en contextos donde se niega a las comunidades la posibilidad de sostener y cuidar la vida dignamente. A partir de esto, invito a preguntarnos: ¿vivimos en un país donde estas condiciones de posibilidad existen?

A mi parecer, nos ha hecho falta pensar que, en materia de derechos reproductivos, ser madre se ha vuelto un privilegio. Las condiciones biológicas y psicológicas, pero también las económicas y sociales, nos hacen ver que no todas las mujeres tienen acceso a decidir libremente cuándo quieren convertirse en madres.

Vivimos en un mundo en el que nos lo pensamos dos veces antes de tener un hijo o hija; sí, por la incertidumbre del futuro, pero también por la falta de acceso a trabajos dignos, las dificultades para conciliar la vida laboral y familiar, la falta de acceso a una vivienda adecuada y la escasez de redes de apoyo. Todo esto es sintomático de que nuestra vida en sociedad aún no reúne las condiciones necesarias para crear un espacio —ya no ideal, sino digno— que permita a quien lo desee convertirse en madre.

A esto se suman otras realidades que también condicionan la maternidad: vivir en una sociedad heteronormada donde la adopción por parejas homoparentales aun no se alcanza en toda la república; la dependencia de una vida en pareja en la que se está a merced del otro o la otra; o la recriminación social hacia quienes deciden maternar de forma monoparental, ya sea mediante reproducción asistida o adopción.

El término infertilidad social nos permite reconocer que no solo existe la imposibilidad fisiológica de ser madre, sino también condiciones socioeconómicas que lo dificultan. Soy privilegiada: mi decisión de ser madre surgió de un deseo informado y posibilitado por mi contexto. Gracias a mi aún breve experiencia en la maternidad, he podido constatar que nuestra realidad sigue estando en deuda con las mujeres.

Por ello, desde una visión feminista y con perspectiva de género, debemos seguir exigiendo cambios estructurales que impidan que la maternidad se perpetúe como un privilegio y pueda ser una condición deseada pero también posible.

Así, a la consigna de “la maternidad será deseada o no será”, podríamos sumar: “La maternidad será digna y sostenida o no será”.

Cortesía de Chilango



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