
Si existiera un detector de compromiso real, muchos políticos pasarían frente a él sin mover la aguja un solo milímetro.
No es un señalamiento de oídas, sino una constatación medible. Porque si un alcalde -digamos, el de Tlajomulco- decide no cancelar un informe insulso en medio de una de las peores tormentas que han azotado al municipio, entonces la prioridad no es la gente, sino la parafernalia, el glamour, la pose y la fiesta con cargo al dinero de las personas.
Ya no esperamos milagros: la clase tiktoklítica nos acostumbró a selfies mientras, por ejemplo, el Mercado de Abastos se convierte en una piscina para clavados. Pero cuando tu alcalde ignora que literalmente dormiste atrapado en un camión porque la inundación no te deja avanzar ni retroceder, el colmo de los colmos ha llegado.
Básicamente, Gerardo Quirino Velázquez le regaló a su gente un “ahorita vengo, termino mi informe y me regreso; mientras tanto, sigan las indicaciones”. ¿Cuáles indicaciones? No importa. Su único compromiso legal, el que él mismo citó, era presentar su informe ante el pleno del Ayuntamiento, por lo que cancelar su gala para la exaltación del yo -que ni siquiera dirigió al pueblo, sino a la selección VIP- sí habría sido posible.
Por supuesto, su sola presencia no habría drenado el agua, pero priorizar esa oda al autoelogio en medio de una de las peores crisis en Tlajomulco es, simbólicamente, la antítesis de lo que significa gobernar a más de 725 mil habitantes. Y lo peor: junto a él estuvo presente el gobernador, quien con una llamada podría haber desplegado a todos los servicios de emergencia sin reparo. Pero primero está el aplauso. Ni que los camiones hotel se hubieran estancado en Patria y Colomos.
Que tu autoridad te abandone cuando más la necesitas es grave; que lo haga para recibir aplausos antes de volver, es peor. Sobre todo porque las omisiones que se esconden tras el discurso de “lluvias atípicas” son profundas, involucrando a cinco administraciones previas que, por acción u omisión, contribuyeron a que la magnitud de las inundaciones alcanzara estos niveles históricos.
La crisis no termina en dormir atrapado en un camión: también hay parálisis económica y un impacto severo en la salud mental de quienes habitan la que cada Gobierno presume como la segunda ciudad más importante de México. Ninguna cifra de inversión, ningún eslogan, ningún spot alcanza cuando tu municipio queda inmóvil bajo el agua.
Gerardo Quirino arrancó su informe reconociendo la dificultad del momento. No mintió. Cada gobernante tiene la obligación de evidenciar y resolver esas dificultades, porque para eso lo eligieron. Pero que él y su primer círculo aseguren públicamente que “no hay reportes de afectaciones graves a la ciudadanía” no es sólo un ejemplo de disociación, sino de soberbia exacerbada y distorsión de la realidad.
Y todo, el mismo día en que aseguró que quería un Tlajomulco “en paz y cercano”. Difícil estar cerca cuando la distancia entre el atril y la calle anegada es de kilómetros políticos.
Sí, te eligieron para gobernar y sí, el informe es un ejercicio legal. Pero estas líneas tendrían un tono muy distinto si el alcalde del “espérenme tantito” hubiera sido el alcalde del “cancelen todo, hay una emergencia que merece mi atención”.
Como era previsible, eso no pasó. Porque, además de agua, en Tlajomulco llovió soberbia. Y con paraguas de discursos no se protege a nadie. Mucho menos cuando, mientras la gente pasaba la noche atrapada en sus coches, el alcalde prometía un Tlajomulco “en paz y cercano”.
Cercano al aplauso, claro. A la gente, ni por error.
Cortesía de El Informador
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