
En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser una promesa futurista para convertirse en una realidad cada vez más cotidiana en el sector salud. Desde algoritmos que agilizan diagnósticos por imagen y predicen riesgos, hasta asistentes virtuales y chatbots que ofrecen información y acompañamiento, la IA está transformando la forma en que se concibe, organiza y entrega la atención médica. Sin embargo, este avance vertiginoso ha reavivado una pregunta fundamental: ¿puede la tecnología reemplazar —o al menos igualar— el valor del contacto humano en la atención sanitaria? ¿Estamos ante una tensión inevitable o frente a la oportunidad de optimizar ambos mundos?
IA: eficiencia, precisión y nuevos dilemas
Los beneficios de la IA en salud son innegables, como he planteado en columnas previas. Permite diagnósticos más rápidos y precisos, reduce errores médicos, personaliza tratamientos y optimiza la gestión de recursos, lo que puede traducirse en ahorros millonarios y mayor acceso a servicios de calidad. En áreas como la gestión administrativa, la predicción de demanda o la automatización de procesos repetitivos, la IA libera tiempo y recursos que pueden ser redirigidos a tareas de mayor valor agregado.
Sin embargo, la integración de la IA también plantea desafíos éticos, legales y sociales. La Organización Mundial de la Salud ha advertido sobre los riesgos de confiar ciegamente en sistemas automatizados, especialmente cuando pueden generar resultados sesgados, inexactos o difíciles de explicar para pacientes y profesionales. Además, la literatura científica señala que la adopción de IA puede afectar la confianza, la transparencia y la equidad en la atención, especialmente si no se diseñan mecanismos de supervisión y rendición de cuentas adecuados.
Humanización: más allá de la amabilidad
Como ya he puntualizado en una anterior columna, la humanización en salud no es sólo una cuestión de cordialidad o empatía superficial. Implica reconocer al paciente como persona, con dignidad, autonomía y necesidades emocionales, sociales y culturales que trascienden el diagnóstico o el tratamiento. Numerosos estudios han demostrado que la atención humanizada mejora la adherencia a los tratamientos, el bienestar emocional y los resultados clínicos, especialmente en enfermedades crónicas y oncológicas.
La excesiva tecnificación y la fragmentación de los procesos, impulsadas en parte por la digitalización, pueden llevar a la despersonalización y al desgaste profesional, afectando tanto a pacientes como a equipos de salud. Por ello, la humanización ha sido reconocida, cada vez más, como un imperativo ético y clínico.
¿Tensión inevitable? Ámbitos críticos y zonas de oportunidad
La discusión sobre la tensión entre IA y humanización es más relevante que nunca, porque la velocidad de adopción tecnológica supera la capacidad de adaptación de los sistemas y de los propios profesionales. Optimizar ambos enfoques no es solo deseable, sino necesario para maximizar los resultados en salud.
Ámbitos donde la tensión es menor:
En la gestión administrativa, la logística hospitalaria, la predicción de demanda o la automatización de tareas repetitivas, la IA puede operar con mínima intervención humana, generando eficiencia sin sacrificar la experiencia del paciente.
Ámbitos donde la tensión es crítica:
En la relación médico-paciente, el acompañamiento en enfermedades graves, la salud mental y los cuidados paliativos, el contacto humano es insustituible. La evidencia muestra que, aunque los chatbots y asistentes virtuales pueden ofrecer apoyo inicial, no reemplazan la empatía, la escucha activa y la capacidad de adaptación que caracterizan a los buenos profesionales de la salud. Incluso en estudios recientes, los pacientes valoran más la interacción humana en situaciones de alta carga emocional o incertidumbre diagnóstica.
El riesgo del reemplazo parcial:
Si el contacto humano previo era de calidad, sustituirlo por IA puede generar desconfianza, sensación de abandono y peores resultados en salud. Por el contrario, en contextos donde el acceso a profesionales es limitado, la IA puede ser una “segunda mejor opción”, pero nunca debe ser la única.
Hacia un equilibrio virtuoso
La clave está en diseñar sistemas híbridos, donde la IA potencie la labor humana y no la reemplace. Esto implica:
Usar la IA para liberar tiempo de los profesionales, permitiéndoles enfocarse en la relación con el paciente.
Garantizar la supervisión humana en decisiones críticas y en la comunicación de diagnósticos complejos.
Promover la formación en competencias digitales y en habilidades relacionales para los equipos de salud.
Involucrar a pacientes y profesionales en el diseño y evaluación de las soluciones tecnológicas.
La discusión sobre IA y humanización no es un dilema de “o lo uno o lo otro”, sino una invitación a balancear y optimizar ambos enfoques. Solo así podremos construir sistemas de salud más eficientes, accesibles y, sobre todo, más humanos.
Referencias seleccionadas:
*El autor es experto en políticas públicas en salud, ha trabajado para diversas asociaciones e industria relaciona con estas materias, desempeñándose también a nivel académico.
Cortesía de El Economista
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