Irán, Israel y el petróleo

El ataque sorpresa de Israel a instalaciones militares y nucleares de Irán es el último capítulo en la serie de eventos desestabilizadores de 2025. El mundo apenas sale de una crisis cuando ya está metido en otra: pandemias, crisis energéticas, guerras en Europa y, ahora, un nuevo frente se abre en una de las regiones más explosivas del planeta. La pregunta clave es cómo este nuevo conflicto puede sacudir los mercados energéticos globales.

Irán no es un actor secundario en el ajedrez energético global. Aunque enfrenta sanciones internacionales que limitan severamente su acceso formal al mercado petrolero, Teherán ha sabido mover sus piezas para mantener exportaciones significativas. De hecho, según datos de TankerTrackers, Irán exporta cerca de 1.8 millones de barriles diarios, la mayor parte destinados a China, con descuentos considerables. Este suministro rebajado permite a Beijing obtener ventajas estratégicas frente a competidores en Occidente, pues le garantiza costos energéticos más bajos que fortalecen su posición manufacturera en un momento clave de competencia global.

Sin embargo, la guerra cambia radicalmente el tablero. La confrontación abierta con Israel podría limitar la capacidad iraní de producir y exportar hidrocarburos, así como aumentar la vigilancia sobre sus exportaciones clandestinas, dificultando su habilidad para ofrecer crudo barato a China. Pero la preocupación principal no es solo Irán, sino la amenaza constante sobre el estrecho de Ormuz. Este angosto paso marítimo es por donde transita diariamente casi el 20% del petróleo mundial y un tercio del gas natural licuado (LNG). No es solo un paso estratégico: es, prácticamente, el cuello de botella más crítico para los mercados energéticos globales. El control del estrecho es una carta que Irán ya ha amenazado con jugar en múltiples ocasiones.

La mera posibilidad del cierre del estrecho dispararía una crisis energética global inmediata. Deutsche Bank calcula que un bloqueo prolongado elevaría el precio del petróleo fácilmente a 120 dólares por barril, generando choques inflacionarios profundos en prácticamente todas las economías desarrolladas. China, particularmente dependiente de las rutas marítimas para abastecerse de LNG proveniente de Catar e Irán, sufriría de inmediato impactos severos en sus costos energéticos. Aunque Arabia Saudita posee vías alternativas, como oleoductos hacia el mar Rojo, estas no son suficientes para compensar el volumen habitual del estrecho. Otros países del Golfo, como Kuwait y Emiratos Árabes Unidos, no tienen la misma suerte, enfrentando potencialmente pérdidas colosales en exportaciones y, por ende, enormes desafíos económicos.

¿Qué quiere decir esto para México?

La incertidumbre creada por el conflicto seguirá afectando a todas las economías del mundo, lo que perpetuará la condición de estancamiento de la economía mexicana en el largo plazo. Fiscalmente, un aumento en el precio del crudo ya no representa una lluvia de recursos para el gobierno. En enero, la producción de crudo fue de apenas 1.42 millones de barriles diarios. Por otra parte, el IEPS a combustibles es cada vez más relevante para la recaudación. Si sube el precio del petróleo, sube el precio de la gasolina, y, a menos que el gobierno quiera enfrentar otro “gasolinazo”, tendrá que absorber ese impacto a través de una reducción del IEPS a combustibles. Sin embargo, a largo plazo, esto podría ser beneficioso para la economía mexicana, porque sería en detrimento de nuestros competidores asiáticos.

Cortesía de El Economista



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