“Isabel I de Castilla no estaba previsto que gobernase”: Santiago Castellanos desmonta el mito de la reina predestinada

En el Muy Science Fest Madrid, la Historia no apareció como un simple relato del pasado, sino como un territorio inestable, lleno de trampas, silencios y giros inesperados. Santiago Castellanos lo dejó claro desde el principio al anunciar que su intervención no iba a ser una lección cronológica al uso, sino una reflexión sobre cómo el poder, la intriga y el azar pueden cambiar el destino de un imperio. Su eje fue una figura conocida, pero a menudo simplificada: Isabel la Católica.

El punto de partida de la ponencia desmontó una idea muy arraigada. “Isabel de Castilla no estaba previsto que gobernase.” La frase, pronunciada con calma, sirvió para situar al público en un escenario muy distinto del relato escolar. No se trataba de una reina predestinada ni de una heredera natural. Todo lo contrario. Isabel era, en palabras del propio historiador, una figura sin “ninguna papeleta prácticamente para la rifa”.

Castellanos dedicó buena parte de su intervención a explicar ese contexto inicial. Isabel tenía por delante varios obstáculos claros: un rey reinante, Enrique IV, y otros posibles herederos con más opciones formales que ella. Su acceso al trono no fue el resultado de una línea recta, sino de una sucesión de contingencias, muertes inesperadas, alianzas frágiles y decisiones tomadas al límite del riesgo.

Aquí apareció una de las ideas centrales de la charla: la historia no avanza de forma limpia ni previsible. Castellanos explicó que, cuando se observa el pasado desde la distancia, es fácil caer en la sensación de que los acontecimientos estaban predestinados, cuando en realidad esa impresión es una construcción posterior, fruto del relato histórico y de las fuentes que han llegado hasta nosotros.

Isabel la Católica, eje de una ponencia que exploró poder, religión e intriga en el final de la Edad Media
Isabel la Católica, eje de una ponencia que exploró poder, religión e intriga en el final de la Edad Media. Foto: Alberto Carrasco/Muy Interesante

El historiador subrayó que los protagonistas del pasado no sabían cómo iba a terminar su propia historia. Isabel no actuó como futura reina consciente de su destino, sino como una pieza más en un tablero extremadamente volátil. Cada movimiento podía salir mal. Cada pacto podía volverse en su contra.

Para explicar esta incertidumbre, Castellanos recurrió a una metáfora que resume bien su concepción del oficio del historiador: “Moverse en la historia es moverse en un mar de pirañas.” Las fuentes, explicó, no son neutrales ni transparentes. Están llenas de intereses, deformaciones y silencios. El trabajo del historiador consiste en navegar entre ellas sin caer en lecturas cómodas o simplificadoras.

Ese enfoque fue especialmente relevante al abordar la figura de Isabel. Castellanos recordó que buena parte de lo que sabemos sobre ella procede de crónicas posteriores, muchas escritas cuando ya se había consolidado su poder. “Las fuentes posteriores lo van a presentar” de una determinada manera, advirtió, y esa presentación responde a necesidades políticas y simbólicas, no necesariamente a los hechos tal como ocurrieron.

Uno de los momentos más interesantes de la ponencia fue cuando Castellanos se detuvo en la idea de legitimidad. Isabel no solo tuvo que llegar al poder, sino justificarlo. En ese proceso, los acuerdos, las proclamaciones anticipadas y los gestos simbólicos fueron decisivos. El historiador explicó cómo la proclamación de Isabel como reina se produjo incluso antes de que se resolvieran todos los conflictos sucesorios, una maniobra arriesgada que buscaba ganar tiempo y apoyo.

La figura de Juana, conocida como la Beltraneja, apareció como un ejemplo claro de cómo la historia se deforma. Castellanos recordó que el apodo mismo es ya una construcción política. La duda sobre su paternidad fue utilizada como arma para debilitar su legitimidad. Aquí volvió a insistir en que el historiador no puede limitarse a repetir etiquetas heredadas sin analizarlas críticamente.

En este punto, la charla se desplazó del personaje a la metodología. Castellanos hizo una defensa explícita del trabajo histórico como una disciplina basada en datos, no en intuiciones. “Son los datos de nuestro laboratorio. Son nuestras probetas”, dijo al referirse a las fuentes documentales. La comparación no fue casual: buscaba subrayar que la Historia, aunque trabaje con textos y no con experimentos, exige el mismo rigor que cualquier ciencia.

Ese rigor implica aceptar los límites del conocimiento. Castellanos fue muy claro al respecto: no siempre se puede saber todo. “No podemos saberlo con certeza”, reconoció al hablar de determinados episodios oscuros del periodo. Lejos de presentar esto como una debilidad, lo planteó como una fortaleza intelectual. La historia honesta no rellena huecos con suposiciones cómodas.

La ponencia avanzó mostrando cómo el ascenso de Isabel se produjo en un momento de transición profunda. No solo política, sino cultural. Castellanos describió ese periodo como un espacio intermedio “entre el mundo medieval y un renacimiento que ya se expande”. Isabel gobernó en ese umbral, tomando decisiones que no pertenecen plenamente a un mundo ni al otro.

En ese contexto, el poder no era solo una cuestión de ejércitos o herencias, sino de pactos constantes. “Tienen que pactar, tienen que entenderse”, explicó al referirse a las relaciones entre la monarquía y la nobleza. La imagen de una reina todopoderosa queda muy lejos de esta realidad. El poder era frágil, negociado día a día.

Santiago Castellanos durante su intervención sobre el reinado de Isabel I y el nacimiento de una nueva forma de poder en Europa
Santiago Castellanos durante su intervención sobre el reinado de Isabel I y el nacimiento de una nueva forma de poder en Europa. Foto: Alberto Carrasco/Muy Interesante

Castellanos también desmontó la idea de un reinado lineal y sin fisuras. Hubo conflictos abiertos, tensiones internas y decisiones que marcaron el futuro de la península durante siglos. Pero el historiador evitó conscientemente el juicio moral. No se trataba de evaluar a Isabel con criterios contemporáneos, sino de entender las condiciones en las que actuó.

La reflexión final de la ponencia regresó al presente. Castellanos recordó que la imagen que tenemos hoy de Isabel es el resultado de siglos de reinterpretaciones. Comprender su figura exige separar el mito del documento, el símbolo del contexto. Y aceptar que la historia no es un relato cerrado, sino una investigación permanente.

El público salió con una idea clara: la Historia no es un conjunto de fechas y nombres, sino una disciplina que trabaja con incertidumbre, conflicto y ambigüedad. Isabel la Católica no fue una reina predestinada, sino una figura que emergió de un sistema complejo, lleno de casualidades y decisiones arriesgadas.

En tiempos en los que los relatos simples triunfan, la ponencia de Santiago Castellanos ofreció algo más incómodo, pero también más valioso: una historia que no tranquiliza, sino que obliga a pensar.

Cortesía de Muy Interesante



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