La imagen es inconfundible: una calabaza hueca, con una cara grotesca tallada y una vela encendida en su interior. Es el símbolo por excelencia de Halloween. Pero detrás de esta tradición tan popular —y aparentemente inofensiva— se esconde una historia mucho más antigua, oscura y sorprendente que comenzó muy lejos de los porches estadounidenses decorados en octubre.
Un alma atrapada entre dos mundos
Para entender el verdadero origen de la Jack O’Lantern, hay que mirar atrás, mucho antes de que las calabazas fueran las protagonistas. En realidad, la primera linterna de este tipo no fue una calabaza, sino un nabo. Y su función no era estética, sino espiritual: ahuyentar a un alma maldita.
Todo comienza con una leyenda irlandesa que ha pasado de generación en generación desde al menos el siglo XVIII. En ella, un hombre conocido como Jack el Tacaño —un bebedor empedernido, astuto y profundamente egoísta— logró engañar al mismísimo Diablo no una, sino dos veces. La primera vez, lo atrapó convirtiéndolo en moneda y encerrándolo junto a un crucifijo. La segunda, lo dejó atrapado en lo alto de un manzano. En ambas ocasiones, Jack solo liberó al Diablo tras conseguir una promesa: su alma no iría al Infierno.
Pero cuando Jack murió, tampoco pudo entrar en el Cielo, debido a su vida de pecado. Así que quedó condenado a vagar por el mundo, entre la vida y la muerte, sin lugar donde descansar. El Diablo, cumpliendo su palabra, le dio una brasa del Infierno, que Jack colocó dentro de un nabo hueco para iluminar su eterno camino. Así nació el “Jack de la linterna”, o Jack O’Lantern.

Nabos, rábanos y otras hortalizas fantasmales
Durante siglos, en Irlanda y Escocia, era costumbre tallar nabos, remolachas o incluso rábanos con rostros aterradores. No eran simples decoraciones, sino auténticos amuletos contra las almas errantes como la de Jack. La noche del 31 de octubre, conocida como la víspera de Todos los Santos o All Hallows’ Eve —de donde proviene la palabra Halloween—, se creía que los muertos regresaban al mundo de los vivos. Las linternas vegetales se colocaban en las ventanas o entradas de las casas para ahuyentar a esos espíritus.
Esta práctica ancestral está profundamente conectada con la festividad celta de Samhain, que marcaba el final del verano y el comienzo del invierno, un momento en el que el velo entre los mundos se hacía más delgado. Era, por tanto, una noche cargada de simbolismo, donde los vivos se protegían de los muertos usando disfraces, hogueras y, por supuesto, linternas hechas con vegetales.

La travesía a América y el encuentro con la calabaza
Con la gran ola migratoria de irlandeses a Estados Unidos en el siglo XIX, muchas tradiciones cruzaron el Atlántico. Entre ellas, la de tallar linternas para Halloween. Pero en el “Nuevo Mundo” se encontraron con un problema… y una oportunidad.
Los nabos no eran fáciles de encontrar en América. En cambio, había una hortaliza nativa, abundante en otoño, de gran tamaño, fácil de vaciar y mucho más vistosa: la calabaza. Así, de forma casi natural, el nabo fue reemplazado por la calabaza, y la tradición tomó una nueva forma visual, más acorde con el paisaje agrícola de Estados Unidos.
En poco tiempo, las calabazas talladas con expresiones tenebrosas se convirtieron en parte inseparable de las celebraciones de Halloween. Al principio, su propósito seguía siendo el mismo: proteger el hogar del alma errante de Jack o de otros espíritus. Pero, con el tiempo, la Jack O’Lantern se transformó en un símbolo festivo, una mezcla de terror y diversión que adornaba las casas durante el mes de octubre.

Una tradición que mezcla religión, folclore y marketing
Aunque hoy en día Halloween se asocia más con disfraces, dulces y películas de miedo, su trasfondo es profundamente espiritual. Las Jack O’Lanterns no son meras manualidades decorativas: nacieron como expresiones del miedo al más allá, como protección frente a lo inexplicable. Representaban la lucha entre el bien y el mal, la astucia humana enfrentada a lo diabólico, y el miedo a lo que espera después de la muerte.
Curiosamente, la historia de Jack refleja también un mensaje moral muy propio de los cuentos populares: ni el Diablo ni Dios quieren a quienes viven con egoísmo. Jack, ni santo ni demonio, está condenado a vagar solo. En cierto modo, la calabaza con cara macabra que hoy encendemos en Halloween nos recuerda que nuestras decisiones tienen consecuencias, incluso más allá de la muerte.
Con los años, la tradición ha evolucionado, adaptándose a los tiempos. Las calabazas ahora tienen formas artísticas, caricaturescas o incluso humorísticas. Existen competiciones, récords mundiales y tutoriales en redes sociales para crear la linterna más original. Pero, en el fondo, siguen siendo un eco de aquel alma errante, de aquel Jack que despreció tanto al cielo como al infierno… y acabó con un nabo como única compañía en la oscuridad.
Cortesía de Muy Interesante
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