
Siempre quise escribir algo como esto: Jalisco está en un momento histórico; Cantinflas lo dijo mejor en un mensaje a los diputados, luego de que compararon su manera de hablar con la del líder sindical del momento (años treinta del siglo XX): “hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos”. Pero decir “Jalisco está” es una manera de avisar: estamos todos quienes poblamos esta porción de la patria mexicana (algo que también siempre quise escribir).
Llegamos en tropel, pero la inmensa mayoría fue abismada contra su voluntad a la momentaneidad de este momento. Por un lado, merced a la reforma al Poder Judicial, el arreglo político y jurídico en el Estado marcará un nítido antes y después, que se traducirá en la calidad, buena o mala, de las relaciones entre gobernantes y gobernados; en el grado de certeza jurídica, estado de derecho sí o no; en la estructura republicana o autoritaria de la organización política; en la posibilidad de contar con una provisión de justicia que apunte al ideal (por lo demás, nunca alcanzado) y en saber que la tutela de los derechos humanos es constante y confiable, o no. Todos estos asuntos, que de repente, por los menesteres de la vida misma, perdemos de vista, modulan la convivencia; su minusvaloración histórica ha contribuido a que la calidad de vida sea de regular a mala, a que la inseguridad persista, a que la corrupción sea seña indeleble de la clase política y de sus asociados externos, y a que el capital social, la confianza, esté casi en rojo, lo que emite una especie de “sálvese quien pueda”. Lo desesperanzador en este momento histórico es que la reforma al Poder Judicial está en manos del Congreso; legislatura tras legislatura ha demostrado que, para sus integrantes, lo histórico consiste en honrar aquella ética de tantos servidores públicos: “no pido que me den, sino que me pongan donde hay”. En tanto, Jalisco abismado, su futuro, bueno o malo, pendiente de decisiones en las que la gente apenas puede intervenir.
Por otro lado, el rumor -¿aviso?- que la semana que recién terminó ganó espacio en los medios: la amenaza de construir un segundo piso sobre una de las avenidas más complejas para la movilidad en Guadalajara: López Mateos. La ocurrencia admite concluir que detrás de ella hay una noción simplista del problema que padece el Área Metropolitana de Guadalajara: que los automóviles no pueden ir tan rápido como sus dueños desean, entonces hay que hacer cuantos pisos los automovilistas necesiten; ya que, si estos pueden desplazarse a sus anchas, parece quedar implícito que el resto de quienes se mueven en la ciudad serán felices: peatones, ciclistas, etc. Y de paso, con los coches infestando los espacios comunes habidos y por haber, el transporte público puede quedarse en el margen en el que está: si los dueños de los vehículos personales están satisfechos y la obra pública sirve para lo que siempre ha servido, para engordar ciertas carteras, ¿qué importa el pésimo servicio del transporte público?, al margen de lo social y al centro de un negocio estupendo para ciertas carteras.
El segundo piso, de materializarse, representará una decisión histórica, pero ya lo es incluso si el capricho no se concreta. “Dentro” de la ciudad supone hacerle un tajo profundo que arrasaría con árboles, con la forma de vida de barrios y colonias, con negocios y con la idea de lo que Guadalajara ha sido. La grisura del concreto sería el paisaje y el rumor de los coches detenidos al nivel del suelo y el de los estacionados en el piso superior sería la explicación de la grisura del aire que nos envolvería y de la grisura del estado de ánimo, porque la vida cotidiana de tantas y tantos quedaría a la sombra de pilares y puentes, al imperio de ocurrencias grises, cosa que, lo sabemos, es histórica. Si al final no se hace, el haber deslizado el tema para tantear las reacciones (como que no quiere la cosa) revela el modelo de sociedad que tienen en mente algunos económicamente poderosos, junto con otros políticamente potentes: uno que consiste en exprimir el modo de vida de las personas cada que la coyuntura sea propicia.
Guadalajara no es todo Jalisco, pero sí es el paradigma según el cual otras ciudades en el Estado se están desarrollando; en este caso, por lo mismo, deberíamos decir empeorando. Si el remedio al que llegaron los ocurrentes para resolver la (in)movilidad en la Perla de Occidente es en verdad la única opción, debemos inferir que urge un segundo piso en Puerto Vallarta, en algunas zonas de Zapotlán, de Arandas o de Lagos de Moreno. En lo que estos lugares no van nada mal es en imitar el transporte público de por acá; en su salud, literalmente, lo hallarán. Y encarrerados ocurrentemente: ¿qué tal un segundo piso los fines de semana y los días festivos en Tapalpa? Más allá del sarcasmo, algo está claro, por experiencias cercanas en otras ciudades: los segundos pisos son estertor de la idea que durante tanto tiempo primó para la, dizque, planeación urbana y para resolver las dificultades de la movilidad.
Lo que volvería al momento verdaderamente momentáneo, lo histórico, sería poner por delante criterios diferentes para atender el crecimiento de la metrópoli: construir comunidades humanas (no digan que no hay de otras, las hay de autos y de casas vacías); apuntalar la identidad, la calidad de vida; tener en cuenta la historia de las ciudades (la tangible y la intangible) y anteponer una visión de futuro cuya imagen sea compartida y deseable. Criterios “nuevos” y que los Gobiernos entiendan que ponerlos en práctica para el bienestar de los más está relacionado con sus responsabilidades primarias: gobernabilidad democrática, igualdad, inclusión y el cuidado del medio ambiente.
Cortesía de El Informador
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