La intención de la diputada federal Gabriela Jiménez de constituir como partido político a su movimiento “Que siga la democracia”, que se creó para la revocación de mandato de Andrés Manuel López Obrador, es un síntoma de lo que sucede al interior del morenismo: por un lado, la inquietud de no conocer el destino de las reformas electorales que impulsa Claudia Sheinbaum y por el otro, la todavía vigente percepción de un doble comando entre Palacio Nacional y Palenque.
Ambas cuestiones ponen sobre la mesa de las conversaciones más determinantes la teoría de van a hacer falta nuevos partidos políticos para tener margen de maniobra ante la posibilidad de que no se permitan reelecciones, no se habilite el nepotismo o que Andy López Beltrán refuerce demasiado su control sobre las candidaturas futuras del oficialismo.
El movimiento de Jiménez es una reacción a esas especulaciones. La diputada, aunque se empeñe en no reconocerlo, no salió bien de la campaña presidencial del año pasado. Pasó de estar en el círculo primario de Sheinbaum a que la actual presidenta no quiera atenderle el teléfono. El rumor recurrente es que existió alguna maniobra económica por parte de Jiménez que fue duramente amonestada por la entonces candidata.
El objetivo de buscar tener su partido político es, fundamentalmente, ofrecer una vía de escape para aquellos que queden heridos, ya sea por las reformas de Sheinbaum o por el centralismo de Andy.
El paquete de reformas electorales que pretende la presidenta está plagado de inconvenientes hacia el interior del oficialismo. Ejemplos sobran: Félix Salgado quiere ser gobernador de Guerrero y heredar el poder de su hija mientras que, en San Luis Potosí, Ricardo Gallardo quiere cederle la gubernatura a su esposa.
También es un problema la intención de liquidar las candidaturas plurinominales, que son desde siempre el motivo de existencia del Partido Verde, actual aliado de Sheinbaum.
Por cierto: si bien estas reformas pudieran no transitar hacia el 2027, sino hasta el 2030, se conoce que Sheinbaum quisiera que Morena las haga propias unilateralmente, a partir de sus propios estatutos para que sean norma cuanto antes.
En el hadquarter del partido que gobierna México, mientras tanto, el control que tiene Andy de las futuras candidaturas, que dependerán de él y de dos allegados a su persona, pone en duda la terminal real para gestionar aspiraciones hacia el 2027. Es muy evidente: para Sheinbaum se va a convertir en un drama no tener peso propio en el partido que la llevó al poder.
La ambición de Jiménez no es un proyecto en solitario. Ella en privado asegura que hay gobernadores, alcaldes y hasta funcionarios morenistas que la respaldan. Uno de ellos sería Mario Delgado, que está muy a disgusto en la SEP, donde solo pudo nombrar un subsecretario encargado de temas tecnológicos. Todo el resto de la Secretaría responde a Palacio. Un malestar que lo llevaría a mover ciertas influencias en el INE para que el nuevo partido satélite pueda emerger.
Esta trama expone además una convicción dominante en la clase política: al igual que en el México del siglo XX, salvo en contadas geografías, no hay destino fuera de la galaxia oficialista. Por eso la necesidad de espacios nuevos, menos controlados pero siempre en la sintonía de abrazar a la 4T.
Cortesía de La Política Online
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