Fuente de la imagen, Daniel Mordzinski
- Autor, Carolina Robino
- Título del autor, BBC News Mundo@Centroamérica Cuenta
Hablar con Joan Manuel Serrat (Cataluña, 1943) es casi tan bonito como escucharlo cantar.
El cantautor español -para muchos el mejor de todos junto al cubano Silvio Rodríguez- es un gran contador de historias, y es generoso con las anécdotas que comparte.
Hace unas noches lo escuché en una conversación con el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en el Teatro Lux de Ciudad de Guatemala y, aunque algunas de las preguntas que le hizo son similares a las de esta entrevista, las respuestas tenían otros detalles, otro tono, otra forma de narrar.
A los 81 años, Serrat tiene una memoria prodigiosa. Va revelando sus recuerdos y pensamientos como si estuvieran dentro de matrioskas rusas o fueran capas de cebollas, ese vegetal que inspiró uno de los poemas más hermosos de Miguel Hernández y que él convirtió en una canción inolvidable.
El autor de canciones tan emblemáticas como “Mediterráneo”, “Cantares”, “Lucía” y “Penélope” habló con BBC Mundo en el marco del festival Centroamérica Cuenta, que se celebra en Guatemala entre el 19 y el 24 de mayo.

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Joan Manuel Serrat, ¿qué se siente ser la banda sonora de la vida de tanta gente?
¡Uf! Sería un acople tremendo, ¿no? Entiendo lo que quieres decir y pues me siento en parte orgulloso y en parte responsable.
¿Responsable de qué?
Responsable de que las cosas ocurran de esta manera, de que ocurran porque yo he escrito las canciones, las he cantado, he tenido la posibilidad de compartirlas y he empujado este carro que las han convertido en bandas sonoras de la gente.
Por fortuna, la banda sonora de cada quien es una banda muy diferente, cada quien se la hace a su medida y a su tiempo.
Algunas son absolutamente personales y los motivos y las canciones que eligen son de cada uno, pero hay otras que son comunes, canciones que se han quedado en la memoria colectiva y que entonces se convierten más en un himno que en otra cosa.
Como una banda social
Una banda común, sí…
Nos enamoramos con Serrat, sufrimos la muerte con Serrat, nos consolamos con Serrat. Es un registro de emociones muy amplio, ¿no?
Sí, y hace que la vida de uno tenga un cierto sentido.
Pero aclaremos que no es conmigo que se enamoran, se enamoran con una canción mía, y eso es diferente porque paso de ser cómplice a ser… Ni siquiera llego a ser observador; lamentablemente, porque sería muy divertido ser observador de esto.

Hablemos de América Latina, que ha tenido en tu vida y en tu carrera un papel bastante relevante desde que eras muy joven. ¿Qué significa América Latina para ti?
América Latina es en cierta manera un conjunto de territorios, y cada uno de ellos ha formado parte de mi vida.
Sin duda, yo tengo una gran relación con la región, que se ha dado por interés propio. Yo me he sentido muy partícipe de su historia. Han ocurrido tantas cosas aquí que me habría sido imposible pasar por ella de otra manera.
El cariño de la gente me ha hecho sentir parte y mi curiosidad, partícipe. Me ha tocado compartir tiempos realmente extraordinarios, bellísimos y tiempos, como diría Mario Vargas Llosa, muy recios, muy difíciles, en los que he experimentado pérdidas personales cercanas, desapariciones de amigos que de un día a otro dejamos de ver, de saber de ellos, y que aún hoy no sabemos a ciencia cierta de qué manera concreta desaparecieron.
En fin, mi vida está hecha de retazos de América Latina, porque he dejado retazos de mi vida en cada una de estas experiencias.
Uno de esos momentos recios fue tu exilio en México en 1975, donde te quedaste luego de que el gobierno de Franco dictara una orden de búsqueda y captura en tu contra. Si cierras los ojos, ¿cómo ves a ese hombre que no podía volver a España?
Era un hombre triste que procuraba divertirse todo lo que podía.
Tenía una tristeza del exilio que me acompañaba por más que mantuviera la ilusión y el espíritu en alto, y tuviera la certeza de que esto se acababa, que no duraba más de cuatro días.
Me era muy difícil desprenderme de ella y me hizo muy difícil la escritura.
Si tú me preguntas cuándo escribí una canción, puedo más o menos saber la época, pero no tengo nunca la certeza. La única certeza que sí tengo es que yo en aquellos años no escribí absolutamente nada.
Lo intenté, sí, pero lo que aparecía era muy seco, muy triste.
Y entonces lo sustituí por una cosa que me fue muy bien. Cuando se acabaron los conciertos que me habían llevado hasta allí en aquel viaje, y seguía sin poder volver a España, decidí hacer una gira por mi cuenta.
Quiero decir que compré un camión, nos metimos con los músicos y los técnicos todos allá arriba, y con mi empresario -que sigue siendo el mismo que tengo ahora, René León, igual que el de España es José Navarro desde hace 50 años- empezamos a fantasear, a crear con papel y lápiz una ruta y le dimos la vuelta a la República.
Tocábamos donde buenamente se podía. Donde había un teatro grande, si estaba libre, lo alquilábamos; donde no estaba libre, pues otro más chico o un auditorio.
Montamos así una gira que para mí fue sumamente educativa, porque es la que me hizo conocer México, descubriendo un país inmenso, mágico, maravilloso. Y conmigo hospitalario e inolvidable.

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¿Te acuerdas de qué te salió cuando volviste a España después de estar ese tiempo sin escribir en México?
Sí, lo primero que quise fue trabajar en un disco con poemas de Joan Salvat Papasseit, que era un poeta maravilloso, muy cercano a mí, no tanto por el lenguaje, sino por el barrio.
Y después ya inmediatamente vinieron otros discos. Fue una época muy productiva.
Piensa también que cuando yo regreso a España la vida florece por todos los lados. Franco ha muerto y la libertad sube por los quioscos, las calles, los teatros, y se derrumba la moral nacional católica que teníamos allí.
La gente empezaba a vivir una vida más libre, más descarada, y los movimientos artísticos también florecieron mucho. Había mucha espuma y mucho fuego para poner la olla.
Me imagino que tienes muchos hitos en América Latina. A mí personalmente, porque lo viví, se me viene a la cabeza cuando volviste a Chile en 1990 tras el regreso de la democracia y cantaste “Volver a los 17” en el Estadio Nacional. Fue un momento muy emocionante para el país, para el público. ¿Cómo lo viviste tú?
Para mí fue tremendo.
Primero porque hacía poco más de un año que había intentado entrar a Chile cuando fue el plebiscito de 1988. Y no me dejaron entrar. Me tuvieron retenido durante un tiempo y me devolvieron a España.
Iba con una delegación muy amplia de gente española, incluidos políticos, y curiosamente a mí fue el único que me retuvieron.
Luego, cuando volví, Patricio Aylwin ya había asumido, y eran otras las circunstancias, aunque todavía había presos políticos. Yo estuve visitando gente en las cárceles que no tardaron mucho en salir, pero que todavía estaban ahí.
Y debo confesar que el ambiente que se respiraba en general era de un gran temor al gobierno militar, porque mis propios amigos y compañeros, cuando conversábamos en espacios abiertos, hablaban con mucha precaución de las cosas.

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¿Y Violeta Parra y “Volver a los 17”?
¡Ah! La Negra…
Yo tengo unos personajes que pueden ser muy curiosos, pero forman parte de mi educación profunda sentimental con América Latina: Violeta, Yupanqui, Gardel.
Por tu padre, ¿no? que era tanguero
Sí, era muy tanguero… Y bueno, alguno más.
Pero el único disco entero que hiciste de un poeta latinoamericano fue de Mario Benedetti. ¿Por qué Benedetti?
Porque le tengo mucho cariño. Y hablo en presente porque lo tengo siempre presente.
Benedetti es uno de los poetas más cantables que yo he conocido, y uno de a los que más le gustaba que le cantaran las canciones.
Fíjate que se han hecho barbaridades con Benedetti, como con muchos poetas musicados, pero a él nunca le importó nada, nunca discutía. Él, como Miguel Hernández, decía que la poesía es una canción que debe salir soplada por los poros.
Y era muy agradecido con quien le musicaba poemas. Creo que de todos, Mario fue el poeta que más promocionó la poesía cantada. Les gustará más a unos que a otros, pero así es.
O sea, fue por eso, pero también y sobre todo, porque estaba en España, y podía hablar con él y contestaba rápidamente a las propuestas.
Era muy consciente de que no es lo mismo la letra de un poema que la de una canción, y que en muchos casos es necesario, si quieres ajustar bien ambas cosas, que el poeta sea muy tolerante.
Como yo nomás había musicado poetas difuntos, no tuve nunca la posibilidad de poder hablar con ellos para tratar de modificar nada, para saber qué habrían pensado (Antonio) Machado o Hernández, por ejemplo. Así que nunca modifiqué nada.
En cambio, ahora que tenía al poeta vivo, sí agradecí que nos viéramos constantemente.

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Hace casi dos años y medio que hiciste tu última gira, “El vicio de cantar”, pero no has parado. Estás recibiendo premios, viajando, participando en charlas, en eventos. Al final, más que un retiro se podría decir que hubo una transformación de Serrat, ¿no?
¡Ah! Es que el vicio de cantar está hasta sus últimas consecuencias en uno, pero ahora lo reservo solo para ocasiones en las que coincidan muchas cosas.
¿Pero estás disfrutando todas estas otras actividades, esta otra relación con el público?
Sí, bueno, unas más que otros. Es como en la vida: hay lugares a los que vas con todo, feliz de poder ir y gozar, y hay otros a los que vas porque sabes que tienes que ir. Pero no por eso tienes que ir con un sentimiento de infortunio.
Yo procuro ser feliz en el lugar que tengo, pero a veces voy extraordinariamente feliz y motivado y emocionado y a lo mejor no me responde el alma de la misma manera.
Pero esto me ha ocurrido siempre y espero que me siga ocurriendo.
Pocas personas tienen una carrera tan exitosa y lograda como la tuya. Creaste un mundo y hasta existe un adjetivo nacido de tu apellido: serratiano. ¿Cómo combatiste el ego y mantuviste los pies en la tierra?
No tengo un método, pero sea lo que haya hecho no me ha ido mal. Además, porque no he esperado a tener 80 años para saber que todo pasa muy deprisa y que hoy eres fuego y mañana olvido.
Entonces más vale la pena no enamorarse de algo que es tan, tan voluble.
Hablas mucho de Viana, este pueblo en Navarra al que comenzaste a ir en la adolescencia y en el que te sientes muy a gusto. Dices que allí eres simplemente Juanito. ¿Quién es Juanito?
Pues el mejor amigo de un albañil.
A mí mis padres me dejaron caer ahí en un verano determinado porque no tenían dónde meterme, y ahí hice los amigos que se hacen normalmente. Mis mejores amigos son casi todos de la infancia.
Y a mis hijos cuándo les preguntan de dónde eres, dicen de Barcelona, pero si les preguntan de qué pueblo, entonces dicen de Viana.

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No te voy a preguntar cuál es tu canción favorita, porque ya sé que no lo contestas, pero entonces te voy a contar cuál es la mía, que es “Elegía”, del disco de Miguel Hernández. En 2023 Orihuela, el pueblo donde él nació, te nombró hijo adoptivo. Cuéntanos de esa canción y de esa historia tan redonda, tierna y dolorosa.
Bueno, a ver, a mi modo de ver, “Elegía” es un poema tan desgarrador y tan maravilloso; es una canción de amor extraordinaria del desgarro del que sigue vivo, como si hubiera cometido algún grave pecado viviendo mientras el amigo muere.
Y cuando le puse la música reconozco -y perdona la inmodestia- que acerté mucho.
Quizá no es una de las canciones más fáciles, pero fíjate que después de tantos años sigue siendo una canción que cuando la toco en medio de un concierto provoca una emoción que notas como te viene del público, te viene a las manos, ¿sabes?
Tienes un público que está ahí y viaja contigo a aquella canción.
¿Y por qué elegiste cantar “Esas pequeñas cosas” en la ceremonia de entrega del Premio Princesa de Asturias, uno de los últimos que has recibido?
Porque tiene todos los requisitos que yo creía que la ajustaban a las circunstancias: es corta, es muy bonita, sencilla, popular. Y la podía tocar con un violín.
Pero te digo que fue mucho más emocionante todavía cuando tuve que bajarme del escenario y salir a la calle y pasar por debajo de un túnel hecho con gaitas que tocaban por encima de tu cabeza.

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Para terminar, uno de los últimos eventos en que participaste fue una charla con la periodista Rosa María Calaf sobre hacerse mayor, y entre muchas cosas dijiste, me llamó la atención esta: “Tengo 81 años y pienso seguir haciendo cosas en defensa de mi familia, de mi pueblo y sobre todo en defensa propia”. ¿Qué cosas quieres hacer en defensa propia? ¿Qué quieres decir con eso?
Quiero decir que al llegar a los 80 años esta sociedad ingrata en la que vivimos tiene una cierta tendencia a no solamente permitir que uno se jubile, sino a jubilarlo obligatoriamente.
Y no solamente le saca el trabajo, sino que le saca los mapas de la vida con los que uno se mueve. Se le retira también el derecho a ser visible y se acaba convirtiendo en un ser invisible que va de aquí para allá.
Yo no pienso renunciar a mi visibilidad ni a mi derecho a ser útil. O sea, sigo siendo un ciudadano útil. ¿Que me quieran utilizar para una cosa u otra? Pues para las que me gusten, me dejaré, y para las que no me gusten, no me dejaré.
Y si creen que no soy útil, pues entonces me buscaré otras posibilidades.
Quiero decir que tengo todas las ganas de vivir, y no me las van a quitar mientras pueda sentir esa maravilla que es la vida.
Esto a pesar de que corren tiempos bien recios, en los que todo está puesto en tela de juicio y la sensibilidad del hombre parece que desaparece y que no es buena sentirla, que no es bueno dar ni vivir en un mundo sensible y menos en un mundo solidario y, por tanto, en un mundo justo.
Es decir, las razones por las cuales la justicia y el mundo se tienen que mover están todas relacionadas con el sistema económico, con el sistema financiero.
Y yo que viví toda mi vida pensando que los valores estaban en otro lugar, pienso seguir defendiéndolos y hacerlo con independencia de los gurús del futuro y de las aves de mal agüero.
No me rindo de defender que el hombre merece una vida más justa, más solidaria. Merece un futuro mejor.

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Cortesía de BBC Noticias
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